miércoles, 28 de febrero de 2018

DOCTOR DE SOTO & IRENE LA VALIENTE

Llegaron sin avisar. Camuflados tras otros libros, parecían escurrir el cuerpo para que no los viera. Se pusieron tímidamente a la cola: ¡qué de libros nuevos han venido hoy! Y mientras yo me tomaba mi tiempo colocando las novelas negras por países y los poemarios por metáforas, ellos esperaban pacientemente su turno. Sonaba el teléfono, buenos días, buenos días, llegaba más gente, ¿tenéis este libro?, sí, voy a ver, y ellos esperaban, en el fondo de su caja. Hasta que levanté el libro que los tapaba, estiraron las patitas, husmearon la librería y ¡tachán!, Irene la valiente y el Doctor de Soto irrumpieron en el mostrador con su ingenio y su ternura para desbaratarme la mañana y dejarme con ganas de más, de muchas más aventuras de este William Steig que no conocía y que ha llegado para quedarse y ocupar un lugar de honor en nuestra sección infantil. 

El Doctor De Soto y su mujer son amor. Y además, son los dentistas más famosos en kilómetros a la redonda. Curan los dientes de todo tipo de animales, pequeños y grandes. A los más grandes los hacen sentarse en el suelo y llegan a sus bocas mediante largas escaleras y poleas, y todos, caballos, cerdos, perros y vacas, están encantadísimos con la delicadeza y maestría de esta pareja encantadora de dentistas. Curan a todo tipo de animales grandes, sí, excepto gatos y otros animales peligrosos. No quieren arriesgarse a terminar en la tripa de un felino al ir a arrancar una muela del juicio. Hasta que un día acude un pobre zorro con un terrible dolor de muelas y deciden arriesgarse. Porque, aunque el Doctor De Soto es muy pequeño, su astucia es muy grande. 

Irene la valiente es amor. Y además, es la hija de la costurera y no le tiene miedo a nada. En una noche de viento y nieve, decide desafiar a los elementos y llevarle un vestido a la duquesa. Se enfrenta al viento, que sopla y sopla y no deja de hacerle jugarretas. Se enfrenta a la nieve, que esconde el suelo para que no vea por dónde pisa. Se enfrenta a la oscuridad, que borra el paisaje para que no encuentre el camino al castillo de la duquesa. Al atravesar el bosque, el viento le arrebata con una risa malévola la caja con el vestido, sus pies se hunden en la nieve y su voz se pierde en la noche. ¡Irene corre peligro! ¿Pero quién se resignaría a quedarse toda la noche en medio de la ventisca? Irene no. Porque, aunque sea una niña muy pequeña, su valentía es muy grande. 

Estos dos libros que rescata Blackie Books en la traducción de Jorge de Cascante son ya clásicos de la literatura infantil. Yo los recomiendo para niños de cuatro, cinco, seis y siete años, y para cualquiera que conserve a un niño de esas edades en su interior. Que, espero, seamos todos. 



lunes, 26 de febrero de 2018

MAUS

Acabo de leer Maus. ¿Que cómo he podido leer decenas de cómics teniendo este pendiente? Ya. Cierto. Pero ahora envidio a los que aún no lo han leído, porque no saben lo que les espera. No haber leído Maus es un privilegio. El otro día se lo dije a un chaval de quince años que se lo llevaba porque su profe de Historia (maravillosa profesora, quién fuera tu alumno) se lo había recomendado. Abrir la primera página es como girar en la última curva que esconde la playa para los que nunca han visto el mar. Como encontrarte con la Torre Eiffel de frente al salir del metro de Trocadero. Como entender, de pronto, las letras de aquellas canciones de los Beatles que en tu infancia pronunciabas a voleo por fonemas. Acabo de leer Maus. Y aún me estoy recuperando. Espero que el alumno quinceañero se encuentre igual de asombrado que yo. 

Maus me ha recordado muchas historias sobre los judíos en la segunda guerra mundial. Es un poco como si conocieras a tu padre ya de mayor y te recordara a tu hijo. Me ha resultado extrañamente familiar. Y al mismo tiempo, es único. Diferente a todos los cómics que he leído hasta ahora. Diferente por el uso de los animales (ratones, cerdos, gatos) para dibujar a los personajes, y la fuerza expresiva que consigue con ellos. Diferente por el retrato descarnado del carácter del protagonista y su relación con su hijo y con su entorno en Estados Unidos tras haber sobrevivido al antisemitismo de su Polonia natal y a Auschwitz. Diferente por el uso de los errores gramaticales para describir a un personaje, por la sencilla brutalidad del trazo negro y las rayas para expresar pánico, miedo o indefensión, por retratar el Holocausto a través de una historia personal cruda y apasionada en la que los verdugos y las víctimas se confunden en un mismo infierno. 

He pensado en Primo Levi. En Los surcos del azar, de Paco Roca. En los millones que murieron por el sadismo de unos miles y la crueldad de millones que aprobaron en silencio o decidieron mirar para otro lado. Y he aprendido a meterme en la cabeza de aquellos que decidieron proteger a judíos en su casa a cambio de dinero, como si fuera un negocio más, sin que su conciencia se removiera lo más mínimo. 

Maus cuenta la historia del padre del autor. Su juventud en Polonia, su alistamiento en el ejército, su vida en el gueto, su supervivencia milagrosa y su desgarradora historia de amor con la madre de Art Spiegelman. Y también, en paralelo, cuenta cómo le contó todo a su hijo en diferentes entrevistas poco antes de morir y cómo era su carácter y su visión de la vida cuarenta años después de lo sucedido. Es un cómic desgarrador de una genialidad creativa deslumbrante. Algunos dicen que es el padre del cómic moderno. Es posible. Si es así, su prole ha hecho bien en no crear una escuela a su alrededor. A los genios es mejor no tratar de imitarlos. 




jueves, 22 de febrero de 2018

VIDAS EN CONFLICTO

Llevo más de un mes leyendo, releyendo, reflexionando, sufriendo, concenciándome con este libro que ha escrito Alfonso Verdú, coordinador de Médicos Sin Fronteras. A medida que iba conociendo los escenarios de estos quince contextos, estas cinco problemáticas, estas docenas de historias, mi profesión y vocación de librera me decía: tienes que recomendar este libro, es necesario, imprescindible. Pero cuando llegaba el momento de ofrecer argumentos para convencer a un cliente, en cuanto empezaba a contar su contenido notaba el rechazo, la voluntad de no querer saber nada de asuntos tan dramáticos; preferían que les ofreciera cosas más suaves, amables, divertidas a ser posible.

Y el caso es que no me extrañaba, me parecía normal, pero cuando llegaba a casa y sentía la llamada de ese libro, que interrumpí varias veces para leer otros que se me cruzaron por la novedad o por el interés literario o por cualquier otra circunstancia, era como que sus personajes me pidieran ser escuchados, que conociera sus vidas, que las divulgara, que era absolutamente necesario, que no podemos vivir de espaldas a sus realidades si queremos sentirnos personas.

Las historias que aquí se cuentan ocurrieron en Perú, Marruecos, Palestina, Yemen, México, República Centroafricana, Etiopía, República Democrática del Congo, Guatemala, Somalia, Colombia, Siria, Darfur-Sudán, Irak y Kenia. No tengo palabras suficientes para describir esas realidades, por favor lean el libro y vivirán unas vidas en conflicto que no podemos ignorar.

Llevo más de treinta años colaborando con Médicos Sin Fronteras, una ONG por la que siempre he sentido una gran admiración y un gran respeto. La fundaron un grupo de médicos y periodistas en 1971, entre ellos Bernard Kouchner y Jacques Mabit. Algunos provenían de la Cruz Roja, donde se habían visto frustrados ante la obligación que les impusieron de guardar silencio ante las atrocidades que pudieron ver, por ejemplo, en Biafra. Consideraron que era necesario, además de aportar ayuda médica y humanitaria, denunciar la violación de los Derechos Humanos, profesionalizar esa ayuda y crear corrientes de opinión.

Desde su fundación ha conseguido más de cinco millones de socios, dos mil voluntarios en tareas humanitarias en setenta países y mil voluntarios en tareas administrativas. Tiene centros operacionales en París, Barcelona (de donde procede el autor de este libro), Bruselas, Amsterdam y Ginebra. En 2014 recaudaron 1280 millones de euros de los que el 89% era de financiación privada. Sin el trabajo de esta ONG, como de tantas otras, la vida de millones de personas en el mundo sería todavía aún peor.




lunes, 19 de febrero de 2018

MUJERES Y PODER

Hace unos meses, la directora de un colegio de nuestro pueblo fue expedientada y expulsada del centro por no haber tomado medidas ante un supuesto caso de acoso escolar. Hace dos años, el director de otro colegio cercano sufrió un aluvión de quejas por varios casos de supuesto acoso que afectaban a alumnos y profesores, y a día de hoy sigue en su puesto. Lo curioso de los dos casos es que son prácticamente iguales, y mientras que las críticas vertidas contra la directora fueron furibundas y exigían su cese inmediato, las dirigidas contra el director se limitaban a pedir explicaciones e información para poder establecer un protocolo de actuación. Una reprimenda y otra oportunidad para él. La expulsión y el escándalo para ella. 

En este breve ensayo, Mary Beard cuenta una anécdota parecida sobre un debate político reciente en Inglaterra entre la laborista Diane Abbott y el conservador Boris Johnson. Ambos políticos metieron la pata demostrando su ignorancia sobre temas cruciales de la sociedad inglesa, ante lo que el público reaccionó con un doble rasero: él recibió el claro mensaje de que debería hacerlo mejor la próxima vez, mientras que los insultos dirigidos a ella ("gorda idiota", "pedazo de cretina") tenían como objetivo precisamente que no hubiera una próxima vez. En definitiva, "si una mujer se adentra en territorio tradicionalmente masculino, el ataque llega indefectiblemente, y lo que lo provoca no es lo que se dice, sino el simple hecho de decirlo". 

Ejemplos como estos suceden a diario en todo el mundo. Las mujeres tienen muchas más dificultades que los hombres para acceder a puestos de poder (ya sea en empresas, en instituciones o en política), y una vez que los ostentan, se les exige mucho más para permanecer en ellos. La última campaña electoral estadounidense fue una buena prueba de ello. La imagen de Donald Trump degollando a Hillary Clinton como si fuera Perseo con la medusa fue reproducida en camisetas, posters y pins en todo el país, mientras que la humorista que presentó en un programa de televisión una falsa cabeza cortada de Trump terminó perdiendo su trabajo. La imagen de un hombre decapitando a una mujer es mucho más aceptable para la sociedad que la de una mujer decapitando a un hombre. Lo mismo pasa con los linchamientos virtuales en redes sociales: es mucho más fácil linchar a una mujer. Esta actitud parece demostrar que, al fin y al cabo, ese no es su verdadero lugar. Puede que estén en el poder. Pero están de paso. Deben demostrar todos los días su valía porque, en el fondo, en nuestra sociedad una mujer en el poder es aún una extranjera que no tiene derecho a equivocarse. 

"¿Cómo hemos aprendido a mirar a las mujeres que ejercen el poder o que tratan de ejercerlo? ¿Cuál es el sustrato cultural que alimenta la misoginia en la política o en los puestos de trabajo y cuáles son sus formas? ¿Cómo y por qué excluyen a las mujeres las definiciones convencionales de "poder" que llevamos a cuestas?"

Estas son las preguntas fundamentales que Mary Beard responde en este libro, utilizando como inspiración la cultura clásica, de la que es una de las mejores especialistas hoy en día. Nuestra forma de entender el poder, la ciudadanía, la responsabilidad civil y la violencia política es heredera directa de aquella civilización, y eso explica que nos cueste percibir la voz de las mujeres como voz de autoridad. En la antigua Roma las mujeres no podían participar en el discurso político por la simple razón de que este era un atributo de la virilidad. Un hombre era un hombre porque hablaba en público. Las mujeres sólo podían manifestarse en la esfera privada, que era el ámbito que las definía. "Por consiguiente, una mujer que hablase en público no era, en la mayoría de los casos y por definición, una mujer". 

La mitología clásica, el cristianismo y la cultura occidental en general han insistido siempre que el deber ineludible de los hombres es salvar a la civilización del gobierno de las mujeres. Estas actitudes y prejuicios llevan milenios arraigados en nuestra cultura y en nuestro lenguaje, y salen a la luz, cada vez con más frecuencia a medida que más mujeres van accediendo a las esferas de poder. Mary Beard es catedrática de Clásicas en Cambridge y una de las más reconocidas historiadoras del mundo en su campo. En el primer capítulo de este libro menciona una anécdota de la Odisea en la que el joven Telémaco manda callar a su madre porque su voz, la voz de una mujer, no debe ser escuchada en público. Por supuesto, es imposible encontrar todas las causas del machismo actual en la historia de Grecia y Roma. Pero desgraciadamente, sigue habiendo infinidad de Telémacos reprimiendo la voz de las mujeres y ya es hora de que ese desprecio milenario empiece a pasar a la historia. 



jueves, 15 de febrero de 2018

UN AMOR

Este nuevo libro de Alejandro Palomas, Premio Nadal 2018, me ha hecho sentir como de vuelta a casa, a la casa de Amalia y a esa familia que tiene su epicentro en la madre, con sus excentricidades, su ternura, y sobre todo con ese AMOR a la familia que es el que da título a esta novela. La he leído casi de un tirón en siete horas de fin de semana, disfrutando de ese canto a los vínculos familiares que me ha hecho sonreír continuamente, reír con frecuencia y llorar en momentos emotivos.

Y es que los personajes son maravillosos: Amalia, la madre, alrededor de la que está orquestada toda la novela; Fer, su hijo, el narrador; Silvia, la hermana mayor, lady Bayeta, ansiosa, con una enfermiza obsesión por la limpieza; Emma, la bondad y la comprensión; su nueva pareja, Magalí, que se incorpora a la familia donde también tiene su lugar la tía Inés y la abuela Ester que, aunque ya no esté, deja sus frases lapidarias, como por ejemplo "no te esfuerces tanto por vivir, con flotar basta" o "primero la vida, después un amor" o "nuestra casa está donde no necesitamos mentir".

Es una historia que va creciendo, dejando pistas en el aire que no acaba de aclararnos hasta mucho después, creando una intriga que nos espolea a imaginar infinidad de posibilidades. Y, como siempre en los libros de Alejandro Palomas sobre Amalia, reinan el surrealismo y las salidas de tono de esa madre divertida que confunde empoderar por empotrar, utiliza la palabra transversal en cualquier circunstancia o tergiversa las desgracias que le ocurren transformándolas en cuentos de hadas.

Un nuevo personaje muy interesante es la rusa Oksana, que une a su inteligencia natural una brutalidad de campesina no exenta de sabiduría ancestral, cazando con redes murciélagos que convierte en exquisitas codornices y ofreciendo a Fer su complicidad.

Un libro para disfrutar de unas horas deliciosas que se hacen cortas.




lunes, 12 de febrero de 2018

BIENVENIDOS A OCCIDENTE

Nadia y Said viven en una ciudad sin nombre, en algún país de Oriente Próximo. Su historia de amor sería como cualquier otra historia de amor si no fuera por las bombas, los tiroteos y los toques de queda. Olas de refugiados hacen vibrar las calles y ya no se sienten seguros en ningún sitio. No quieren marcharse. No quieren. Incluso cuando la madre de Said muere por el impacto de una bala perdida, quieren quedarse. Esta es su ciudad. Su tierra. Aquí está su familia. Los restos de sus seres queridos. No quieren marcharse. 

Pero cuando llegan los militantes con sus barbas largas y sus leyes fanáticas, no les queda más opción que huir si quieren sobrevivir. Huir por el laberinto de puertas que conectan el mundo. Esas de las que oyeron hablar hace poco, extraños rumores sobre conexiones con lugares remotos, alejados de la trampa mortal en la que se ha convertido su hogar. Lugares remotos donde la ropa no es un símbolo de pertenencia o de opresión sino una simple forma de gustarse o de abrigarse. Lugares donde vivir y amar no exige jugarse la vida en cada calle, en cada control, en cada golpe en la puerta a las tres de la mañana. 

Me gusta esta novela breve (171 páginas) por muchos motivos. Me gusta porque la inmigración es un tema sobre el que siempre merece la pena escribir, leer y debatir. Siempre va a estar presente en nuestras vidas, de una forma u otra. Y para convivir en paz es necesario aprender a afrontar el miedo a lo desconocido con la mano y la sonrisa abierta, no con el puño cerrado y la espalda, que es como siguen reaccionando la mayoría de nuestros políticos y tantísimas personas en todo el mundo. 

Me gusta porque el lenguaje de Mohsin Hamid siempre sugiere más de lo que dice. Las frases parecen rondar a los personajes, las descripciones apenas los tocan, como un lápiz que delimitara sus contornos sombreando lo que está fuera de ellas, dejando a la imaginación la mayor parte de sus detalles. Me recuerda, quizá, a Kazuo Ishiguro por la sutileza, la calma y la elegancia en la fluidez de la prosa. Y me emociona la mezcla de serenidad y calidez a la hora de contar una historia de desarraigo impregnada de desasosiego e incertidumbre. 

Este libro es un lamento por la crueldad que mueve los actos de aquellos cuya ignorancia les hace temer a los diferentes y negarles sus derechos como seres humanos en situación de riesgo. 
También es una canción de consuelo por la perseverancia de todos los que deciden, contra todo pronóstico, apostarlo todo a que al final encontrarán una puerta abierta o una sonrisa que les salve. 
Y, sobre todo, es un grito de esperanza por los que se atreven a tender la mano de la hospitalidad una y otra vez sin esperar nada a cambio, porque sí, porque es lo correcto, porque les sale de las tripas, porque son humanamente incapaces de hacer otra cosa.


Mohsin Hamid


jueves, 8 de febrero de 2018

MIEDO

Al igual que el abrazo de P. o los canelones de mi madre, los libros de Stefan Zweig son casa. Hogares que se renuevan con cada visita. Y vuelvo a ellos con la alegría de zambullirme en un calor en el que me reconozco, y con la certeza de que siempre seré bienvenido. La editorial Acantilado lleva casi veinte años reeditando poco a poco toda la obra de Zweig. Y la emoción que siento al abrir la primera página de cada libro suyo se mantiene intacta con el paso del tiempo. Poco importan el tema, los personajes o el desarrollo de la historia, sé que mi querido Zweig me va a llevar siempre a un lugar del que volveré cambiado. 

"La saciedad puede ser tan estimulante como el hambre, y esa vida regalada, carente de peligros, despertó en ella la sed de aventuras". Ansiar lo que no se tiene. Y, al obtenerlo, pasar a ansiar otra cosa. Es un tema recurrente en la literatura universal. Y en la vida de cualquier persona, en realidad. ¿Por qué conformarme con uno si puedo tener dos? Algo así se plantea Irene, la protagonista de esta novela corta, una mujer felizmente casada y madre de dos hijos, cuando, más por curiosidad que por verdadera pasión, comienza una relación con un joven pianista. Nada de fuego, nada de ardor amoroso, nada de éxtasis trascendental, simplemente un estímulo más en su agenda, como las noches de ópera o las excursiones al campo con las amigas de la alta sociedad. Sin embargo, pronto su secreto será descubierto por una mujer enigmática que la someterá a un inflexible chantaje y convertirá sus días en una espiral de miedo. 

Es impresionante la descripción de ese miedo. Tras haber gozado de la sensación de libertad que le daba su aventura, esa "dulce efusión de la sangre" que insuflaba nuevo ímpetu en su anodina vida cotidiana, Irene se ve encerrada en una soledad atroz impuesta por el temor a ser descubierta y siente que esa mujer vulgar y vengativa la está llevando a un callejón sin salida. Su vida, aquella vida aburrida que ahora echa tanto de menos, parece sacada del pasado de otra persona, y se siente extraña en ella, incómoda, como embutida en un jersey mal cortado que no la deja moverse ni respirar. 

Miedo. En todas las épocas ha habido miedo. Miedo a perder tu trabajo, miedo a no llegar a fin de mes, miedo a no cumplir las expectativas de la gente a la que quieres. Miedo a decepcionar a los demás. A no estar a la altura. Al silencio. Al vacío. A la falta de aquello que uno necesita para vivir. Este libro es una indagación en las relaciones que mueven el mundo, en su importancia y su significado. Explora uno de estos miedos con pasión, elegancia y esa perspicacia emocional infatigable que tanto admiro en Stefan Zweig. Y, a pesar de que ha pasado casi un siglo desde su publicación, ese miedo sigue estando ahí, en las fachadas matrimoniales de tantas parejas, en la cantidad de mentiras que cuenta la gente para seguir siendo amada, respetada, aceptada, para seguir formando parte de una sociedad regida por convenciones que no saben nada de los sentimientos que hacen humanas a las personas: el deseo, la pasión, la libertad. 



lunes, 5 de febrero de 2018

NADA (firma invitada)

Carmen Laforet escribió Nada con veintitrés años. Sorprende y admira tremendamente pensar que la primera novela de un escritor sea tan perfecta. Admiración es lo que siento por esta obra de una escritora novel que supo ahondar en la psicología de los personajes y de la ciudad con esa calidad impecable. Y que logró una novela de estructura redonda que transmite a los lectores algo más que un argumento: la sensación angustiosa de una época.

Releo Nada por motivos laborales. Es una de las lecturas recomendadas para mi grupo de Bachillerato y me alegra saber que se adentrarán en el mundo gris y doloroso de la casa de la calle Aribau con sus personajes caricaturescos y a la vez verosímiles, de una verosimilitud que solo es posible alcanzar sabiendo que el libro se ambientó en los años siguientes a la Guerra Civil. Estoy contenta porque un grupo de jóvenes entre diecisiete y dieciocho años vivirán durante unos días o unas semanas la vida de Andrea y la vida de Ena, dos jóvenes de dieciocho años que parece que acaban de nacer a la verdadera vida. Sus vidas y también las del resto de personajes que en torno a ellas malviven en la miseria y la suciedad de una ciudad casi irreconocible para mí son tan diferentes a las que pueden vivir nuestros adolescentes, que el choque temporal les dejará la misma huella que en su día me dejó a mí esta novela.

Creo que la obra de Carmen Laforet, así como la de otras autoras contemporáneas suyas –Carmen Martín Gaite, Elena Fortún, Mercè Rodoreda– no solo tienen en común el periodo en que fueron escritas, sino una grisura en el tono que llega a conmover a quienes no vivimos en un periodo tan sombrío como la posguerra española. La obra de estas tres autoras comparte el tono y la psicología de los personajes femeninos marcados por su género y testigos de una violencia estructural a la que parece que habían llegado a resignarse.
Carmen Laforet

Existe una edición de Nada que incluye una separata con un informe del "censor" con la siguiente información sobre ella: "Novela insulsa, sin estilo ni valor literario alguno. Se reduce a describir cómo pasó un año en Barcelona en casa de sus tíos una chica universitaria. Sin peripecias de relieve. Creo que no hay inconveniente en su autorización". Este lector censor fue poco sensible al brillante uso del lenguaje de la autora, a las figuras literarias (especialmente metáforas, pero también sinestesias y otras imágenes muy sensoriales), al registro de los personajes y, sobre todo, no fue nada sensible al argumento, la transformación interior de Andrea, su emancipación y su lucha por la libertad en un ambiente marcadamente machista. Tampoco debió de parecerle una crítica de la sociedad a su censor el hecho de que la pobreza y el hambre, con sus consecuentes episodios de enfermedad en los personajes, aparezcan retratados con tanto realismo. Gracias a censores tan ciegos (o no) pudieron ver la luz en España obras que desde lecturas contemporáneas no entendemos cómo lo hicieron.

En fin, Nada es una novela de necesaria lectura y me arriesgaría a decir que también es de necesaria relectura, requiere pasar por las manos y la mente del lector en momentos diferentes de su vida para  que este comprenda mejor las pasiones o pulsiones que mueven a los personajes y para recrearse en una narrativa extraordinaria.


jueves, 1 de febrero de 2018

TRILOGÍA DEL MAR QUEBRADO

Hace unos días íbamos P. y yo leyendo en el tren, y en un momento dado levantó los ojos de su historia y me miró: cualquiera que te vea con ese libro... Había algo parecido a una burla cariñosa en su sonrisa. ¿Qué pasa con mi libro?, fingí ofenderme. Nada, nada. Que nadie diría que luego te pones con Aleksiévich o Zweig. 

Y tenía razón. La literatura fantástica es una religión. Tiene multitudes entregados a su causa, una causa que parece exigir exclusividad en sus devotos. No recuerdo a nadie mezclando en su compra a elfos con el último de Javier Marías (y es una pena, porque quizá podrían darle un poco de magia a sus frases interminables). La ciencia ficción es más porosa, pero la literatura fantástica es sorprendentemente hermética: o no la lees en absoluto, o no lees nada más. 

Me divirtió el comentario de P. en el tren. Verme desde fuera como uno de esos frikis que debajo del jersey llevan una camiseta de Juego de tronos y se pasan fines de semana enteros encerrados con los amiguetes y lo último de Warcraft. Vamos, lo que me pasé años haciendo en mi adolescencia hasta que llegó la realidad de este mundo y los mundos imaginarios fueron alejándose de mí con los últimos retazos de la infancia. 

Hacía muchísimo tiempo que no leía literatura fantástica. Y estos libros de Joe Abercrombie me han parecido fascinantes. Ya sólo por la descripción de cómo seis esclavos sobreviven durante un mes caminando por la nieve sin equipo y sin apenas comida, huyendo de una amenaza invisible, merece la pena la trilogía entera. Qué forma de mantenerte en vilo, de cortarte la respiración y sentir cómo se congela delante de tu boca, de querer huir, huir, huir, con adrenalina en cada página, sin saber muy bien de qué.

Esta historia me ha transportado a aquella adolescencia de mundos paralelos en la que la fantasía era simplemente otra forma de ver las cosas, de sentir, de dejar volar la imaginación. Otra forma de vivir la literatura, una forma absorbente, expansiva y tan compleja como la literatura no fantástica, esa que leen los adultos y desde la que la gente responsable se permite mirar a los lectores de fantasía como si fueran niños grandes, inocentones sin madurar que no hacen más que entretenerse con batallitas imaginarias. 

Y sonrío. Porque no saben nada. No saben que, a menudo, en estos libros destinados a una sección medio escondida en las librerías (cuando existe la sección) se esconde una rara sabiduría, una precisión a la hora de abordar las complejidades humanas de la que carece buena parte de la "otra literatura". No saben la alegría loca y la plenitud con la que sus lectores pasamos páginas y páginas, desentendiéndonos del mundo real. No saben que en los mundos imaginarios se esconden muchas de las preguntas fundamentales de este. Quiénes somos. Quiénes queremos ser. Qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo. Y que solamente hace falta saber reconocer las metáforas para adentrarse en ellos y disfrutarlos como lo que son: proyecciones artísticas de nuestro mundo.