jueves, 28 de abril de 2016

Abuelo Tomás celebra con nosotros el Día del Libro

Imaginad un abuelo cascarrabias pero encantador, un abuelo al que no le importa mojarse con el agua de la lluvia, al que otra abuelita toma por demente y avisa a la policía y cuando un agente llega, lo reconoce y se ponen a hablar de la vida. Imaginad un abuelo que necesita un bastón, su hija se lo compra pero a él la idea no le entusiasma, discute con el artilugio y, poco a poco, se va haciendo amigo de él. Imaginad un abuelo que tiene dos gatos, Epi y Blas, que son unos granujillas que siempre se salen con la suya: caricias, comer y dormir. Un día a Epi y Blas se les ocurre colarse en la nevera y zamparse una fuente de huevos rellenos. Imaginad un abuelo que es un caballero de los de antes, de los de siempre, y le regala un ramo de flores a una dama desconocida que esperaba sentada en el parque. Imaginad un abuelo solidario que cada miércoles de madrugada sale a colaborar en un comedor para gente sin recursos hasta donde lleva su eterno buen humor a los niños que ya no tienen muchas sonrisas que ofrecer.

Ese es el abuelo Tomás.

María Neila, autora de Abuelo Tomás.
Y nosotros tuvimos la suerte de saber más de él el pasado 23 de abril, Día del Libro, porque la autora de este personaje tan encantador, María Neila, vino a hablar sobre su creación y a deleitarnos con un concierto precioso al final de la presentación.

El acto lo inició nuestra librera madre. Presentó a María Neila, clienta de la librería de toda la vida, y vio en ella a la protagonista de un cuento infantil que al final lograba alcanzar el sueño de que sus palabras se leyeran. En su ópera prima, María ha escogido a un protagonista fundamental en la vida de todo niño, el abuelo. E Isabel no dejó de resaltar la importancia social de los abuelos en la actualidad, en la que son recuerdo, sustento, sabiduría y enseñanza.

Tras las palabras introductorias de Isabel, María le cedió la palabra a Iván, su compañero, quien con todo el cariño del mundo y mucho amor por Abuelo Tomás, la novela y el personaje, nos trató de contar qué era eso por lo que nos habíamos reunido en una mañana festiva de sábado. Abuelo Tomás, nos dijo, se define por lo que no es. Nació como una serie de cuentos cortos y autoconclusivos, como en una serie de televisión, y se convirtió en algo así como una novela que cuenta las anécdotas de un personaje casi mítico, que podría recordar a otros ancianos sabios como Chanquete y David el Gnomo, tal y como citó Iván. Historias con un punto cómico y extravagante que nos hacen querer ir conociendo más y más a este abuelo que ya está en todos nosotros. María nos advirtió de que hay abuelo para rato. Ya ha preparado la segunda parte de la novela y en ella nos contará no solo su presente, sino también anécdotas de su pasado. Nos dijo: "el abuelo se me sentó en el sillón de casa y me ha ido contando su historia; tiene todavía vida para seguir disfrutando de aventuras".

Además de Iván y María, vino invitado también el ilustrador de la portada, un amigo de siempre de María, Gonzalo Muiño, profesional del diseño gráfico de muy largo recorrido y que, a pesar de las indicaciones de María de no incluir en portada al abuelo, ni dibujarlo de frente, hizo un primer boceto en el que aparecía un abuelo con sombrero, bastón y de frente; un abuelo al que se le adivinaban los ojos y la sonrisa, un abuelo que mira al lector y lo saluda con la mano. Justo todo lo contrario de lo que quería María. Sin embargo, nos dijo Gonzalo, al leer el libro supo que la humanidad del personaje tenía que salir en la portada. Creo que a María le gustó tanto como a nosotros ese abuelo Tomás de portada. Y ahí se quedó.

El acto continuó hablando de memoria, de anécdotas, de una página web sobre bancos de recuerdos o la iniciativa Adopta un Abuelo, y la propuesta de Isabel de enviarle anécdotas de abuelos a María, para seguir ampliando el repertorio de su abuelo Tomás.

Una parte interesante de la presentación fue el turno de palabras, cuando a María le preguntaron cómo había logrado, siendo tan joven, alcanzar tan bien la voz del abuelo, que resultaba tan creíble. María nos contó que ni siquiera ella lo sabía; que no se había inspirado en sus abuelos, y que quizá ella en otra vida había sido abuela. Más que en el pasado, nos dijo que ella miraba al futuro, eso que a ella le gustaría vivir es lo que ha servido de fuente de ideas para sus libros.

El acto se cerró con la presentación del proyecto solidario de Kelele África y con un concierto a cargo de María e Iván con varias canciones que nos hicieron cantar, bailar y sentir más de cerca al que desde ahora también es ya nuestro abuelo gruñón. Para finalizar la presentación, María recitó un cuento infantil que nos emocionó muchísimo, presentó a su sobrina de once años, que ya sigue sus pasos como escritora, y firmó ejemplares de su novela a todos los lectores que tuvimos la suerte de pasar la mañana del Día del Libro con ella en la librería Benedetti. Una fiesta para todos.


Por Patricia Bejarano




lunes, 25 de abril de 2016

AMERICANAH

La trayectoria literaria de Chimamanda Ngozi Adichie no puede ser más exitosa. Con 26 años publicó La flor púrpura, con la que consiguió el premio al mejor primer libro de la Commonwealth, reseñado en este mismo blog. Tres años más tarde, su segunda novela, Medio sol amarillo, se alzó con el Orange Prize for Fiction. En 2013 se publica Americanah, que sólo en español lleva ya tres ediciones.

En 2015 el contenido de una conferencia suya se viralizó con más de dos millones de entradas en YouTube y poco después se convirtió en el libro Todos deberíamos ser feministas, que el gobierno sueco ha puesto de lectura obligada en los institutos. En este breve texto, Chimamanda cuenta de forma clara y con sentido del humor lo que significa ser feminista en el siglo XXI, apuntando ideas para hacer de este mundo un lugar más justo, un mundo de hombres y mujeres más felices y más honestos.

Americanah es un relato de 600 páginas que nos introduce en la cultura de Nigeria, donde la falta de salidas profesionales aboca a los estudiantes universitarios a intentar conseguir visados para EEUU o Inglaterra, en un afán por resolver un futuro incierto. Son los años 90 en Lagos, en el marco de una dictadura militar que no ofrece soluciones, y dos personajes espléndidos, Ifemelu y Obinze, a lo largo de tres décadas y tres continentes, que de forma magistral nos introducen en sus vidas.

A través del blog que Ifemelu publica en EEUU, la autora nos ofrece un análisis exhaustivo de las diferencias por causas raciales que se dan en aquel país, siempre con un punto de humor cáustico que denota la inteligencia de esta escritora, de la que espero que podamos seguir disfrutando muchas más historias. 


martes, 19 de abril de 2016

ABUELO TOMÁS

Tenemos una autora en Las Rozas, María Neila Martín, que además de ser joven, canta y escribe relatos positivos y frescos con un lenguaje sencillo y cercano, tan sencillo y cercano como el personaje principal de sus anécdotas: un abuelo entrañable que tiene la suerte de merecer a una hija y a un nieto tan inocentes y bellas personas como él.

La intención de María Neila, una vez publicada esta primera novela, es seguir escribiendo relatos del Abuelo Tomás, ese abuelo que a todos nos gustaría tener y al que ha conseguido dotar de una voz espontánea que consigue la cercanía en situaciones cotidianas muy actuales. Es un libro breve que deja un buen sabor de boca, y más cuando miramos alrededor y vemos la cantidad de desavenencias familiares que existen, quizá debidas a que la situación social por la que pasan tantas familias no propicia esas mejores relaciones que todos quisiéramos poder disfrutar. Un mensaje positivo para mayores y jóvenes que tienen la suerte de contar con abuelos.

Haremos una presentación de este libro en nuestra librería el próximo 23 de abril, Día del Libro, a las 12 del mediodía, con la presencia de su autora, que ha creado una canción dedicada al abuelo Tomás y que la interpretará en directo. 

lunes, 18 de abril de 2016

UNA ENTRE MUCHAS

Coloco este libro en el mostrador, mirando hacia mí. Visible, ahí, sobre el cristal. Lo cojo y lo dejo siguiendo el ritmo fluctuante de la gente que entra, escoge un libro, me pide consejo o curiosea. Para muchos es un libro invisible, no existe. Como tampoco existo yo, más allá de mi función de recibir y entregar una suma determinada de dinero. Una mirada lo acaricia y pasa de largo. Otra lo acaricia y se detiene y sube hacia mí para vincular el libro a la persona que lo lee. Luego vuelve a bajar, lee de nuevo el título, se queda prendida un último segundo del color rojo de la niña, y se suelta para, quizá, olvidarlo al instante. 
Un libro sobre el mostrador de una librería, vuelto hacia dentro con un marcapáginas sobresaliendo, es invisible. Una entre muchas es invisible. Me quedo unos segundos pensando en esa invisibilidad, y en la cantidad de cosas que no vemos, por falta de atención o por no saber interpretar un lenguaje. 
De esto trata, en parte, el libro que ha estado esta tarde en el mostrador de la librería: de una violencia invisibilizada por la vergüenza y el miedo y perpetuada siglo tras siglo por la incapacidad de la sociedad para quitarse la venda y mirarla de frente.

La autora del libro es sólo una, una entre muchas. Una chica de Yorkshire nacida a finales de los sesenta que empieza muy pronto a acumular secretos. Se siente culpable, y su culpa la enmudece. Se ve guapa con un vestido tomado prestado de su hermana mayor, un vestido blanco con la espalda desnuda que no esconde los diez años que tiene. Pero él (un ser invisible, una sombra) finge creer que la ve mayor, que el vestido la convierte en algo que puede tocar, probar, coger. 
Secretos. Una guarda secretos. Y empieza a tener miedo. Como si alguien viniera a por ella. Por las noches. Como si alguien la amenazara. Una sombra. Alguien que repta en la oscuridad. Una mano invisible que la toca. Miedo. Y los psicólogos preguntan. Y los psiquiatras preguntan. Alguno sólo escucha. Callado. Atento. Pero cómo hablar. Qué palabras pueden abrir la vergüenza. Qué decir cuando insinuar lo que le pasa provoca incomodidad y vergüenza en su familia. Un profundo rechazo, incluso ira. Qué decir ante su silencio. Quieren saber lo que le pasa, pero no quieren que les cuente eso. Eso no. Cualquier cosa menos eso. Y su rechazo la frustra. Y se recluye en el silencio. Se aísla. Se protege en sus secretos. 

Y la gente piensa: pobrecilla, qué trauma más terrible. Piensa: cómo va a salir adelante. Piensa: nunca lo superará, quedará perturbada para siempre. O bien: exagera, seguro que no fue para tanto, algo habría hecho para que le hicieran eso, y ahora mírala, antes tan guarra y ahora tan loca. Y da igual la compasión que el asco, las palabras vienen de la misma ceguera y todas las miradas que penetran alguna capa de su historia hacen que se sienta culpable, culpable por sentirse mal, por vomitar por las noches, por la ansiedad, por reírse descontroladamente de cualquier cosa, por el descontrol de las emociones, por el miedo pegado al cuerpo como una segunda piel y por la idea que da vueltas y vueltas en su cabeza como un virus fuera de control: cómo va a creer alguien los traumas de una loca.




"Películas, libros, cómics, series de televisión, óperas, cuadros, canciones, chistes... Hay muchas formas culturales que utilizan la violación y asesinato de las mujeres como artefacto narrativo, principalmente por diversión y para causar un efecto dramático. Tal vez se crea que el público se relaciona con eso de forma parecida a como lo hace con el horror imaginario. Porque a pesar de su naturaleza cotidiana, la violencia sexual sigue pareciendo algo hipotético. 
Vivir siendo sensible a ello se convierte en una lucha cotidiana".

La lucha cotidiana de Una está en este libro: un testimonio ilustrado con imágenes delicadas, brutales y simbólicas, casi siempre en blanco y negro, que demuestran un dominio admirable de múltiples lenguajes visuales para contar una historia que se resiste a ser tratada de una sola forma y mediante un solo lenguaje. Su lucha cotidiana es la lucha por visibilizar lo invisible, por ponerle un altavoz a una historia que ha permanecido en silencio durante muchos años y que nos afecta a todos. 
Visibilizar lo invisible: un libro en un mostrador, una niña roja sobre fondo gris, la vida rota de una entre muchas. 



jueves, 14 de abril de 2016

CHOQUE DE CIVILIZACIONES POR UN ASCENSOR EN PIAZZA VITTORIO

Me encantan los libros de tono ligero que esconden congojas profundas y reales. Tragicomedia, llaman a esta delicia los amigos editores de Hoja de Lata. Y no debe de ser fácil, ese tono. Caminar por el finísimo hilo que separa la ironía de la parodia, el humor inteligente de la burda caricatura.
Los personajes de esta obra coral comparten edificio de la Piazza Vittorio de Roma y encarnan, cada uno a su modo, los dramas de la multiculturalidad que crece a un ritmo imparable en las capitales europeas. Parviz, el refugiado de guerra iraní, María Cristina, asistenta peruana, Iqbal, inmigrante bengalí, Benedetta, la portera xenófoba y conspiranoica y por último Amedeo, el hilo conductor de la novela, un caballero de origen enigmático, "más bueno que el zumo de mango", al que todos respetan y veneran por su amabilidad y su capacidad de ofrecer consuelo, no juzgar y tratar de desenredar los malentendidos que tejen la vida cotidiana de estos personajes tan dispares.

Cada uno de ellos nos cuenta sus alegrías y miserias con un tono en apariencia cómico, directo, desprovisto de reflexión, que sin embargo no oculta el dolor y la frustración que sienten por el desarraigo, por sentirse fuera de su lugar, rodeados de extraños que no pueden entenderlos. Así, Parviz, cocinero iraní, odia la pizza de una manera furibunda y llega a pedir en comisaría que prohíban a la gente comerla en lugares públicos por constituir una afrenta a la salud, al paladar y a la estética. Leo su indignación con una sonrisa irónica y me cae simpática su forma de contarla (a mí, un amante incondicional de la pizza) hasta que de repente, sin variar el tono, cuenta que al recibir la denegación oficial de su estatus de refugiado, no puede más y decide, ya que le acusan de inventarse su desgracia, coserse la boca con hilo y aguja en un acto de desesperación y rebeldía. Y se me borra la sonrisa, y me quedo serio y dolorido ante tamaña brutalidad, y emocionado cuando aparece Amedeo, el único amigo de todos, para abrazarle y hacerle volver a la razón.

Esta es una novela sobre la inmigración, sobre europeos miopes y racistas que han perdido (o quizá nunca lo tuvieron) el don de la sonrisa y por lo tanto no tienen sonrisas (ni nada) que ofrecer, sobre vidas huidas e identidades heridas que llevan a la gente a la desesperación y a la ruina. Es una novela agridulce sobre la Europa de hoy, la nuestra, la que cierra sus fronteras exteriores e interiores y deniega a los extranjeros esa misma humanidad que se está negando a sí misma. Una novela, también, sobre el amor, que no es otra cosa que nuestro futuro compartido, quizá el único posible.

Amara Lakhous




lunes, 11 de abril de 2016

CENTENARIOS, AFINIDADES Y ENTRADA 300

Abril tiene un espíritu festivo así que vamos a celebrar cosas.
Hace cuatrocientos años morían un soldado manco llamado Miguel de Cervantes y un empresario sin estudios llamado William Shakespeare. El primero más bien pobre. El segundo más bien rico. Poco o nada sabían uno del otro, pero casualmente ambos escribían para el teatro, dedicaban poemas poco conocidos a musas enigmáticas y nunca tuvieron ni idea de la fama que alcanzarían una vez muertos.

El soldado
Hoy todo el mundo los conoce, aunque poca gente los disfruta. Perviven en las lecturas de los jóvenes a través de adaptaciones con dibujitos y películas que siempre olvidan la razón por la que se hicieron famosos: la maestría apabullante de su escritura. Los molinos de viento, en un lugar de La Mancha y Sancho Panza son casi tan universalmente conocidos como Romeo, Ofelia y Macbeth. Y digo casi porque mientras que en España el patrimonio cultural ha sufrido un desprecio altivo y persistente a lo largo de toda nuestra historia, en Inglaterra lo exponen y lo exportan con orgullo desde que tienen memoria de nación. En cualquier caso, lo shakesperiano y lo cervantino pululan por miles de libros y series de televisión, otorgando a las tragedias y a los dramas dimensiones épicas, cubriendo de una pátina de prestigio aquello que acompañan. Y todo a pesar de que tanto el soldado como el empresario basaron la mayoría de sus historias en obras anteriores, reciclando argumentos y mezclando tramas, ya para burlarse de ellas, ya para satisfacer las expectativas de su público. Pero lo hicieron de una manera inigualable, inventando géneros nuevos o dotando a los antiguos de nuevas formas, y pese a que sus nombres llevan cuatrocientos años siendo manoseados de manera constante para los fines más disparatados, Miguel y William siguen impertérritos en sus respectivos pedestales, ajenos a todo, geniales y a salvo.

El empresario
Debo reconocer que me siento mucho más cerca del empresario que del soldado, quizá porque los personajes del inglés me parecen humanos, terrible y deliciosamente humanos, mientras que a los del español me cuesta verlos como algo más que caricaturas (y aquí es cuando mis profesoras de literatura se arrepienten amargamente de aquellos aprobados y notables con que obsequiaban mis exámenes de lengua y desearían con toda su alma atizarme con un buen Quijote en tapa dura). Hamlet, Julieta y Shylock me parecen escandalosamente cercanos y actuales y creo que gozan de una actualidad y una universalidad que nunca desaparecerán. Y además, prueba irrefutable del genio de su autor, no recurren nunca a la religión ni al honor para legitimarse. Eso me parece sencillamente maravilloso. Casi escalofriante.

Que hace cuatrocientos años un autor de éxito no nombrara nunca al dios católico en sus obras (ni una sola mención, señores, ni una), y la única ocasión en que aparece el honor sea en un monólogo irónico (Falstaff), es para hacerle una reverencia tras otra. Mientras tanto, en España, nuestros genios del Siglo de Oro llevaban a dios y al honor por bandera en cada obra, tanto que los convertían casi en protagonistas, firmando así la fecha de caducidad de su interés. Bien es cierto que la Inglaterra isabelina había roto con la iglesia católica y vivía en una especie de humanismo pagano mientras que en España la Inquisición hacía de la quema de herejes el espectáculo más exitoso del reino, pero aun así, obras como La TempestadSueño de una noche de verano son producto de una libertad de credo y una inventiva lírica que creo que están fuera del alcance de cualquier genio español contemporáneo. 

Pero mi predilección por el empresario inglés también se debe a mi afinidad por todo lo que venga del norte: desde Asturias, Inglaterra y Escandinavia hasta los caminantes blancos más allá del muro en Juego de Tronos. Y fruto de esta afinidad, hemos elegido a Nórdica como editorial del mes de marzo, con un espacio propio y el mimo que sale espontáneamente cuando uno se dedica a aquello que sólo da placer. Y así hemos vivido el inicio de la primavera, chapoteando en autores escandinavos, en pequeños libros de poesía ilustrados con primor, especialidad de nuestros amigos nórdicos, y recomendando a diestro y siniestro una joyita de Edna Ferber llamada ¡Así de grande! que ya reseñamos por aquí y que sin duda se va a convertir en nuestro libro del 23 de abril y del día de la madre. 

Y por último, termino con un agradecimiento para todos aquellos que hayan tenido la bendita paciencia de llegar hasta aquí: esta es la entrada 300 de este blog y la verdad es que nunca habríamos tenido la osadía de escribir esta cantidad obscena de recomendaciones literarias sin vuestros clics, comentarios y entradas triunfales a la librería exclamando: "dame el libro ese que has recomendado en el blog". Gracias, de corazón. 


jueves, 7 de abril de 2016

TÚ NO ERES COMO OTRAS MADRES

Angelika Schrobsdorff ha construido a lo largo de casi 600 páginas la vida de su madre Else, una mujer controvertida, adelantada a su tiempo, que vivió la primera mitad del siglo XX entre Alemania y Bulgaria. Los alegres y divertidos años veinte los disfrutó en un ambiente distendido, dentro de una familia judía acogedora que le ofreció todo el amor que necesitaba.

Se casó con el hombre del que se enamoró, rechazando al candidato de su familia, con él tuvo un hijo y cuando descubrió que su marido le era infiel, aunque seguía queriéndola, su reacción fue imitarle, algo completamente inusual en aquella época (yo diría que incluso en ésta). 

En ese escenario, qué fácil fue para ella volver a enamorarse de otro hombre, sin dejar de convivir con su marido. Tuvo una hija con su nueva pareja, compartiendo hogar con su marido que también había encontrado otra pareja, viviendo todos juntos en armonía.

Años más tarde, de nuevo la pasión y el amor llamaron a su puerta y su tercera pareja fue el padre de Angelika, la autora de esta narración, un personaje complejo y valiente que se retrata a sí misma en las condiciones más dispares. En su infancia, viviendo en la superficialidad y el amor que le ofrecieron sus padres y sus abuelos, y cuando en 1933 Hitler llegó al poder y empezaron las dificultades para los judíos, compartiendo con su madre y hermana el exilio en Bulgaria.

Muy interesante el ambiente de Berlín antes de la Segunda Guerra Mundial, un mundo como el que describió Stefan Zweig en su inolvidable El mundo de ayer y todavía más interesante el relato de las calamidades que tuvieron que soportar a partir de la deportación de los judíos. Se han escrito infinidad de experiencias de esa terrible época pero ésta es una variante distinta, desde la perspectiva de quien no fue internada en ningún campo y consiguió gracias a mil triquiñuelas escapar en el momento oportuno, pero no por ello dejó de sufrir consecuencias nefastas. Un testimonio importante para añadir a los ya existentes sobre el peor acontecimiento de la Historia.

lunes, 4 de abril de 2016

EL INFIERNO DE LOS JEMERES ROJOS

Lo fácil es callarse. Tras sobrevivir a cualquier tragedia, uno quiere olvidar, pasar página, cambiar de aires, reír y vivir de nuevo. Por un lado, recordar es doloroso, a veces es como regresar a aquel infierno; y por otro, la gente tiende a desviar la vista cuando escucha ciertas cosas, por vergüenza, por pudor, por egoísmo o por el motivo que sea. Duele, y además es difícil encontrar a alguien que quiera escuchar. 
¿Por qué contar una historia como esta, entonces?
Quizá porque ocupa tanto espacio en el interior de uno que es imposible mantenerla en silencio durante toda la vida. 
La autora de este libro se calló durante veinte años. Hasta que un día escuchó a un señor respetable negar que su sufrimiento hubiera tenido lugar mientras alababa la humanitaria labor de sus torturadores, que tantas cosas buenas hicieron por su país. Y ya no pudo más. La indignación prendió la chispa y decidió romper sus años de silencio, alzar su voz contra la mentira política y el lavado de cerebro para defender una cierta idea de justicia, para calmar la ira y el ansia de venganza, sentimientos urgentes e inaplazables, para no volverse loca, también, y poder seguir diferenciando lo que sucedió de verdad de eso que algunos decían que había sucedido, incapaces de mirar más allá de sus simpatías políticas.

Camboya, protectorado francés, se independizó en 1953 y sufrió una dictadura militar durante la guerra de Vietnam, país vecino, desde 1970 hasta 1975. El gobierno anticomunista, con apoyo de Estados Unidos, reprimió a los vietnamitas de su territorio y a cualquier sospechoso de colaborar con los comunistas hasta que fue derrocado por el ejército de los jemeres rojos, nacionalistas camboyanos, que crearon una república popular de inspiración maoísta. Evacuaron por la fuerza las principales ciudades de Camboya y confiscaron los bienes de la población urbana, a la que trasladaron a campos de trabajo en comunidades agrícolas. Sus principales mandamientos, que toda la población debía repetir cada día hasta aprender de memoria, eran:

- Diréis siempre la verdad.
- No robaréis.
- No expresaréis sentimientos. 
- Vestiréis de negro. 
- Os raparéis el pelo.
- Andaréis descalzos. 
- Comeréis arroz del Estado y lo que podáis cultivar en vuestro tiempo libre. 
- Trabajaréis doce horas diarias en los campos, seis días a la semana. 

Los jemeres rojos quisieron purificar a la población mediante el trabajo. Y es difícil no pensar en aquella inscripción de la puerta de entrada a Auschwitz: Arbeit macht frei, el trabajo libera. Nazis y jemeres tenían visiones parecidas de lo que significa la liberación mediante el trabajo. Pero en realidad los jemeres rojos fueron mucho más lejos que los nazis. Abolieron las escuelas y la educación, prohibieron los libros y la gafas, símbolos de la decadencia capitalista, acabaron con el comercio, la propiedad privada y el dinero y clausuraron los hospitales, cerraron los aeropuertos, las estaciones de tren y las fábricas en un intento de convertir Camboya es un estado agrícola, primigenio, habitado por camboyanos purificados, libres por fin del veneno del capitalismo. 

Denise Affonço, la autora de estas memorias, sufrió el régimen de los jemeres rojos durante los cuatro años que duraron en el poder. Secretaria del antiguo consulado francés en la capital, Phnom Penh, de nacionalidad francesa, se vio expulsada de su casa y obligada a trabajar en diferentes campos de trabajo agrícolas, donde perdió casi la mitad de su peso. Aprendió a fingir sumisión, a no pronunciar ni una palabra de otro idioma que no fuera el jemer, a responder correctamente, a ocultar las emociones y a soportar las continuas humillaciones por su nacionalidad y su condición de intelectual capitalista. Tras la desaparición de su marido, cuya muerte nunca llegó a confirmarse, veía "todas las tardes, después del trabajo, multitud de cadáveres bajar por el río, atados desnudos a troncos de plátano, secretamente rezando para que entre esos cuerpos no estuviera el de mi marido".

Denise Affonço

En alguna pausa de lectura, hablo con P. de esta historia y me cuenta alguna impresión del viaje que hizo hace años por el sureste asiático. Me habla de la bondad, de las sonrisas constantes y la extraordinaria sencillez de la gente camboyana que ella conoció. Y me confirma lo que leo en el libro, el estupor de la autora al preguntarse cómo fue posible que de un pueblo de naturaleza afable, generosa y pacífica, en su mayoría budista, hubiera podido salir tal cantidad de asesinos dispuestos a dejarse llevar por un sadismo tan extremo. 

Al volver al libro, sin encontrar respuestas a esta mutación de un carácter nacional (carácter que, por las impresiones de P. en su viaje reciente, aún se mantiene), Denise no para de hablar de comida. De la obsesión por encontrarla. Come arroz, y a menudo sólo caldo de arroz, con algo de sal. A veces, sapos. Cuando hay suerte, espinacas salvajes, juncos, tallos duros de bambú. Y más caldo de arroz. El hambre se convierte en el único motor de su cuerpo. A través del hambre todo cambia. La degradación física destroza los valores humanos. Y Denise confiesa, desesperada, "¿qué orgullo podía quedarme cuando llegaba a pelear por la comida de los animales con los propios animales?"
Perdió a su marido, vio morir de hambre a su hija de nueve años, convivió con el espanto durante cuatro años, y cuando las tropas vietnamitas liberaron Camboya en 1979, se unió como pudo, arrastrándose junto a su hijo mayor, a la multitud de zombis que desfilaban por la carretera de vuelta a las ciudades y al mundo de los vivos. 

Después de haber leído sobre el holocausto judío, uno tiende a pensar que esos horrores ya no podían repetirse. Que, de alguna manera, la crueldad había llegado a su límite, había probado su fuerza y su locura, y que volvería a una forma de expresión más comprensible. Pero al leer lo que ocurrió en Camboya entre 1975 y 1979, al leer este relato de Denise Affonço, me doy cuenta de que aquel holocausto no sirvió como advertencia, que los seres humanos pueden seguir alcanzando unas cotas de sadismo inimaginables si se les da poder, libertad e impunidad para matar. 

Hace falta imaginación para vencer la incredulidad con la que uno se protege inconscientemente de historias como esta. No puede ser verdad, en mi mundo no, en mi realidad no. De inmediato se establece una distancia. Y esa distancia amortigua la empatía, convierte los datos en literatura, en la historia de otros, en la vida de otros. Pero ¿quién nos dice que esta historia no podría pasar más cerca, que en nuestra sociedad occidental estamos ya definitivamente inmunizados contra la violencia? Los camboyanos eran pacíficos y probablemente sigan siendo más pacíficos, bondadosos y risueños que nosotros. Y aun así aniquilaron a dos millones de personas, la cuarta parte de su población, por una idea. Una idea loca, perversa, desquiciada. Una idea tristemente conocida. Y yo me pregunto: ¿estamos nosotros a salvo de maltratarnos por una idea?

Hace falta valentía para contar una historia de horror como esta. Coraje para sacar los recuerdos de su baúl y enfrentarse de nuevo a los gritos, al hambre y al infierno.
Hace falta valentía para hablar y escribir esta historia. Mi admiración por Denise Affonço y su relato. Lo fácil es callarse.