Me encantan los libros de tono ligero que esconden congojas profundas y reales. Tragicomedia, llaman a esta delicia los amigos editores de Hoja de Lata. Y no debe de ser fácil, ese tono. Caminar por el finísimo hilo que separa la ironía de la parodia, el humor inteligente de la burda caricatura.
Los personajes de esta obra coral comparten edificio de la Piazza Vittorio de Roma y encarnan, cada uno a su modo, los dramas de la multiculturalidad que crece a un ritmo imparable en las capitales europeas. Parviz, el refugiado de guerra iraní, María Cristina, asistenta peruana, Iqbal, inmigrante bengalí, Benedetta, la portera xenófoba y conspiranoica y por último Amedeo, el hilo conductor de la novela, un caballero de origen enigmático, "más bueno que el zumo de mango", al que todos respetan y veneran por su amabilidad y su capacidad de ofrecer consuelo, no juzgar y tratar de desenredar los malentendidos que tejen la vida cotidiana de estos personajes tan dispares.
Cada uno de ellos nos cuenta sus alegrías y miserias con un tono en apariencia cómico, directo, desprovisto de reflexión, que sin embargo no oculta el dolor y la frustración que sienten por el desarraigo, por sentirse fuera de su lugar, rodeados de extraños que no pueden entenderlos. Así, Parviz, cocinero iraní, odia la pizza de una manera furibunda y llega a pedir en comisaría que prohíban a la gente comerla en lugares públicos por constituir una afrenta a la salud, al paladar y a la estética. Leo su indignación con una sonrisa irónica y me cae simpática su forma de contarla (a mí, un amante incondicional de la pizza) hasta que de repente, sin variar el tono, cuenta que al recibir la denegación oficial de su estatus de refugiado, no puede más y decide, ya que le acusan de inventarse su desgracia, coserse la boca con hilo y aguja en un acto de desesperación y rebeldía. Y se me borra la sonrisa, y me quedo serio y dolorido ante tamaña brutalidad, y emocionado cuando aparece Amedeo, el único amigo de todos, para abrazarle y hacerle volver a la razón.
Esta es una novela sobre la inmigración, sobre europeos miopes y racistas que han perdido (o quizá nunca lo tuvieron) el don de la sonrisa y por lo tanto no tienen sonrisas (ni nada) que ofrecer, sobre vidas huidas e identidades heridas que llevan a la gente a la desesperación y a la ruina. Es una novela agridulce sobre la Europa de hoy, la nuestra, la que cierra sus fronteras exteriores e interiores y deniega a los extranjeros esa misma humanidad que se está negando a sí misma. Una novela, también, sobre el amor, que no es otra cosa que nuestro futuro compartido, quizá el único posible.
Los personajes de esta obra coral comparten edificio de la Piazza Vittorio de Roma y encarnan, cada uno a su modo, los dramas de la multiculturalidad que crece a un ritmo imparable en las capitales europeas. Parviz, el refugiado de guerra iraní, María Cristina, asistenta peruana, Iqbal, inmigrante bengalí, Benedetta, la portera xenófoba y conspiranoica y por último Amedeo, el hilo conductor de la novela, un caballero de origen enigmático, "más bueno que el zumo de mango", al que todos respetan y veneran por su amabilidad y su capacidad de ofrecer consuelo, no juzgar y tratar de desenredar los malentendidos que tejen la vida cotidiana de estos personajes tan dispares.
Cada uno de ellos nos cuenta sus alegrías y miserias con un tono en apariencia cómico, directo, desprovisto de reflexión, que sin embargo no oculta el dolor y la frustración que sienten por el desarraigo, por sentirse fuera de su lugar, rodeados de extraños que no pueden entenderlos. Así, Parviz, cocinero iraní, odia la pizza de una manera furibunda y llega a pedir en comisaría que prohíban a la gente comerla en lugares públicos por constituir una afrenta a la salud, al paladar y a la estética. Leo su indignación con una sonrisa irónica y me cae simpática su forma de contarla (a mí, un amante incondicional de la pizza) hasta que de repente, sin variar el tono, cuenta que al recibir la denegación oficial de su estatus de refugiado, no puede más y decide, ya que le acusan de inventarse su desgracia, coserse la boca con hilo y aguja en un acto de desesperación y rebeldía. Y se me borra la sonrisa, y me quedo serio y dolorido ante tamaña brutalidad, y emocionado cuando aparece Amedeo, el único amigo de todos, para abrazarle y hacerle volver a la razón.
Esta es una novela sobre la inmigración, sobre europeos miopes y racistas que han perdido (o quizá nunca lo tuvieron) el don de la sonrisa y por lo tanto no tienen sonrisas (ni nada) que ofrecer, sobre vidas huidas e identidades heridas que llevan a la gente a la desesperación y a la ruina. Es una novela agridulce sobre la Europa de hoy, la nuestra, la que cierra sus fronteras exteriores e interiores y deniega a los extranjeros esa misma humanidad que se está negando a sí misma. Una novela, también, sobre el amor, que no es otra cosa que nuestro futuro compartido, quizá el único posible.
Amara Lakhous |
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