jueves, 29 de julio de 2021

EL ATENTADO

Tel Aviv, 2002. La ciudad más cosmopolita y abierta de Oriente Próximo es un hervidero de tensión racial. Si eres israelí, todo va bien. Si eres árabe, te pararán en todos los check-points, te registrarán a la entrada de los centros comerciales y te mirarán con desconfianza allá donde vayas. Y si eres árabe con nacionalidad israelí, como Amine Jafaari, el protagonista de esta novela, da igual que lleves toda la vida viviendo en Israel como un ciudadano más, da igual incluso que seas un cirujano prestigioso y respetado dentro y fuera del país. Siempre serás sospechoso. Siempre serás uno de ellos. De los que ponen bombas y matan. De los quieren acabar con el pueblo elegido. Y si la policía descubre que tu mujer acaba de inmolarse en un atentado suicida, entonces la sombra de la sospecha te perseguirá siempre. 

Había leído esta novela en 2009 y de ella recordaba el impacto del argumento y lo bien que describía el conflicto (a menudo, la guerra) entre israelíes y palestinos. Y como llevo unos meses buscando literatura sobre las tensiones de Oriente Próximo, decidí que era un buen momento para volver a ella. Siempre que releo me doy cuenta de cómo va cambiando con el tiempo mi forma de entender el mundo. Mis prioridades y mi sensibilidad. Esta vez he hecho una lectura mucho más política que la que hice hace doce años, más influida por la situación actual de odio al diferente que llevamos unos años viviendo. Y me ha seguido pareciendo una novela desgarradora, conmovedora hasta las lágrimas, de una intensidad tremenda, pero la huella principal que me ha dejado ahora es la mirada. La mirada que deshumaniza al otro y lo condena a ser un enemigo por su diferencia. 

La mirada con la que los radicales identifican a los que no son como ellos, a los que no pertenecen a los suyos, a su tribu, y los convierten en el enemigo. La mirada que clasifica a los seres humanos en clases en función de su origen, su idioma o su religión. Esa mirada enferma, tan presente en nuestras sociedades tan aparentemente pacíficas, que nos incita a desconfiar de los que son diferentes para protegernos de lo desconocido. 

Casi veinte años después de su publicación, El atentado sigue siendo una novela de una actualidad aterradora. Describe un descenso a los infiernos del fanatismo que recuerda la convicción desesperada del protagonista de El jardinero fiel en busca de respuestas sobre la muerte de su mujer. Para los israelíes, Amine Jafaari es un árabe sospechoso de cualquier desgracia. Para los árabes, un huérfano sin fe que ha abrazado la nacionalidad del enemigo. Y la polarización de esta sociedad enferma cada vez va dejando menos espacio para que su identidad pueda existir sin convertirse en una amenaza para los unos o en una traición para los otros. 

En Oriente Próximo (y en España, cada vez más) uno se convierte en un monstruo sólo por cuestionar lo que es sagrado para los demás. Yasmina Khadra nos recuerda con esta novela que los monstruos no existen. Los monstruos los creamos nosotros cada vez que miramos con odio. 




lunes, 26 de julio de 2021

LA HISTORIA IMPOSIBLE DE SEBASTIAN COLE

Durante bastante tiempo me costaba mucho recomendar buenos libros para la franja de edad comprendida entre los nueve y los doce años. O me pasaba o me quedaba corto. Es una edad en la que los niños ya están dejando la inocencia de la infancia, pero aún no son adolescentes, y no lograba dar con libros que supieran encajar con esa transición. Afortunadamente, cayeron en mis manos los libros de Maria Parr editados por Nórdica (Tania Val de Lumbre, y luego Corazones de gofre, y su continuación, Lena, Theo y el mar) y vi la luz. Eso era. Ese era el tono. La forma de conectar con ellos. Luego fueron llegando, entre otros, Brujarella, con las exquisitas ilustraciones del propio Iban Barrenetxea, las irresistibles peripecias de los diminutos Incursores, y ahora he descubierto esta maravilla de Ben Brooks para seguir alimentando de buena literatura a los futuros adolescentes. 

Este libro trata sobre dos niños, Emma y Oleg, que se inventan una realidad alternativa porque su realidad no les gusta. Trata sobre una abuela polaca que escribe en un ático en penumbra libros que nunca consigue terminar y que cree que "es de vital importancia que sigamos inventando cosas. Cuantas más, mejor. Porque todo lo que existe hoy en día empezó siendo una idea en la cabeza de alguien". Trata sobre una aparición inesperada, una persecución, un viaje, un rescate, una confabulación delirante. Trata sobre lo imposible, y cómo a menudo es mucho más posible de lo que creemos. 

Trata también sobre una idea muy sencilla que los niños intuyen sin esfuerzo pero que se nos olvida cuando nos volvemos adultos. Una idea loquísima que dice que cuanta más gente cree en algo, por descabellado que parezca, más real se vuelve. Vivimos en un mundo de ficciones, el dinero o los países no son más que ficciones, historias inverosímiles que hemos vuelto reales a fuerza de creer en ellas. El mundo se sustenta mediante la confianza global en una serie de fantasías no más serias que las fantasías de los cuentos infantiles. Que parezcan imposibles o posibles sólo dependen de nuestra capacidad de imaginación. Y de si las necesitamos para vivir. 

Y sobre todo, trata de Sebastian Cole. 

Sebastian Cole es un niño como cualquier otro. Tiene un bolso del que salen nuggets de pollo, habla polaco, sabe hacerles cosquillas a los peces, se inventa bailes imposibles y tiene una respuesta para cada pregunta (aunque casi nunca sea la respuesta que te esperas). Si no fuera por el pequeño detalle de que en realidad es un niño imaginario, Sebastian Cole pasaría por lo que se dice un niño de lo más normal. 

Desde hace un tiempo nunca me faltan buenos libros que recomendar para niños de entre nueve y doce años. Pero si algún día desaparecieran misteriosamente todos los libros infantiles y sólo quedara La historia imposible de Sebastian Cole, no pasaría nada. A partir de esta maravilla de Ben Brooks, y con la ayuda de la encantadora abuela polaca, se pueden volver a escribir todas las historias. Toda la amistad. Todo el mundo. 




jueves, 22 de julio de 2021

AGATHA RAISIN Y LA QUICHE LETAL

Tenéis que conocer a Agatha Raisin. Tenéis que conocerla inmediatamente. Esta ejecutiva londinense que se compra un cottage en los Costwolds para retirarse del bullicio urbano es odiosamente irresistible, encantadoramente arisca. Y no lo digo yo, M. C. Beaton (1936-2019) ya lo deja claro: "En algún rincón de su cerebro rebullía la vaga idea de que ella, Agatha Raisin, no era precisamente un encanto de persona". Y precisamente por eso, quizá, por la complejidad del carácter de esta heroína tan poco convencional, y por el enorme potencial que tiene para desarrollar sus contradicciones, desde este mismo momento quiero leer todos sus libros, los treinta de la serie, al ritmo que decidan marcar las traducciones de los amigos de Salamandra, sin saltarme ni uno. 

Pero no es sólo el carácter de Agatha Raisin lo que me ha cautivado de esta novelita. También es el paisaje. Ay, los Costwolds. Esos montes suaves llenos de casitas de piedra que parecen salidas de un cuento y que uno imagina habitadas por entrañables hobbits, entregados en cuerpo y alma a los placeres sencillos de la vida. Uno se queda embobado, con la mirada perdida en los colores cambiantes de la luz reflejada en las hojas de los árboles hasta que, con una sola frase, la buena de M. C. Beaton, con su malicia tan británica, te sacude de tu ensoñación y te planta en las narices una realidad no tan idílica. "Las casas doradas resplandecían al sol. Pero la belleza no sólo atrae a las bellas personas". 

Y es que, ¿qué sería de un pueblo sin sus secretos y sus rumores maliciosos? Tras una decorosa cortina de comentarios sobre el tiempo y los cultivos, los vecinos de Carsely esconden malignidad suficiente para llenar días y días de cotilleos. Y no todos precisamente poseen la bondad de la señora Bloxby, "un arma que resplandecía frente a las tinieblas de la noche". ¿Cómo podrá llenar sus días la dinámica y urbanita Agatha Raisin entre mujeres temerosas de Dios cuya mayor aspiración consiste en reunirse en la vicaría para comer pastel de pasas y cotillear incansablemente sobre los demás? 

Con su humor sarcástico nada inocente, Agatha Raisin me ha recordado mucho a Miss Marple. Y teniendo en cuenta los paralelismos entre esta intrépida aprendiz de detective y las novelas de Agatha Christie, que la propia Agatha Raisin no pare de devorar las novelas de su tocaya me parece un guiño de la autora sencillamente irresistible. 

Tras una vida entera sin preocuparse por los demás, Agatha Raisin no puede evitar meter su naricilla curiosa en los secretos más oscuros de sus vecinos de Carsely, medio queriendo medio sin querer, y termina poniendo sus vidas (y sobre todo la suya) patas arriba. En la librería ya le hemos hecho el hueco que se merece a esta heroína deliciosa para que siga poniendo nuestras tardes lectoras patas arriba de puro placer. 





lunes, 19 de julio de 2021

PREFACIO A SHAKESPEARE

Después de terminar la maravillosa Hamnet, de Maggie O'Farrell, hace un par de meses, me entraron unas ganas tremendas de seguir empapándome del mundo de Shakespeare, volviendo a sus obras y a los autores que, como mi admirado Stephen Greenblatt, mejor han escrito sobre su vida y su obra. Entre estos comentaristas no paraba de encontrarme referencias a Samuel Johnson, célebre crítico, poeta y ensayista inglés del siglo XVIII, que, según leía, había "iniciado la lectura crítica moderna de Shakespeare" con su edición de 1765 de las obras del bardo en ocho volúmenes. Así que acudí a este librito primorosamente editado por Acantilado que recoge el prefacio a su famosa edición para ver qué se opinaba de Shakespeare apenas ciento cincuenta años después de su muerte. Y me he quedado con la boca abierta. ¿Cómo es posible decir tantas cosas tan inteligentes y graciosas en tan poco espacio? ¿Cómo puede hablarme este erudito inglés con tanta claridad a mí, un lego amateur tan ignorante de los entresijos de la filología inglesa, desde la distancia de dos siglos y medio?

Samuel Johnson me ha enseñado muchas cosas. Muchas cosas que quizá sean de dominio público para los amantes de Shakespeare pero que yo no conocía, o que no había interiorizado de forma coherente hasta ahora. Y me apetece poner algunas aquí por escrito, para que no se me olviden, y para que me sirvan de base para todas las lecturas shakesperianas que voy a seguir haciendo todos los meses a partir de ahora. 

Shakespeare era poeta, como todo el mundo sabe, pero más que un escritor como hoy lo entendemos, era un hombre de teatro. No escribía para ser leído, sino sobre todo para ser escuchado y para ser visto. Y por lo tanto, muchas veces no basta con leerlo de la misma manera que leeríamos una novela. Samuel Johnson me ha enseñado a leer a Shakespeare desde el teatro y no sólo desde el sofá de mi salón. A tener presentes el espacio del escenario y las expectativas en el aliento contenido del público, tan ávidos de emociones fuertes como del alivio de la risa. Me ha enseñado a escuchar la voz y el tono y la intención de cada frase, a imaginar el contexto visual y espacial que enmarca y rellena de contenido los márgenes de cada frase y de cada soliloquio. Me ha enseñado a ser más creativo leyendo sus obras, más generoso, a poner más de mi parte. Aunque los textos de Shakespeare se basten a sí mismos, se enriquecen enormemente si uno aprende a leerlos como lo que en realidad son: el armazón literario de algo mucho más grande, de algo que trasciende la palabra escrita y que vibra en el espacio con una magia efímera y poderosa, de algo llamado teatro. 


Samuel Johnson


Me ha encantado la erudición exquisita que usa Samuel Johnson para criticar a todos los comentaristas de Shakespeare anteriores a él. Lanza unos dardos venenosos con la mayor de las elegancias, incluso no escatima reproches hacia el propio Shakespeare. Se queja de que "pone más cuidado en agradar que en instruir, hasta tal punto que parece escribir sin ningún propósito moral. No distribuye con justicia el bien y el mal, ni se preocupa siempre de hacer que el virtuoso repruebe al perverso. Conduce a sus personajes indistintamente por el camino correcto e incorrecto, y al final se desentiende de ellos". Esto, que Samuel Johnson califica de defecto, a mí me parece una de las mayores virtudes de Shakespeare, y una de las razones de la universalidad de sus obras y por las que se le considera, en palabras del propio Johnson, "el poeta de la naturaleza". 

Uno de los logros de Samuel Johnson es no haber pretendido sentar cátedra ni establecer una edición definitiva. Ya él era consciente de que la obra de Shakespeare estaba llena de ambigüedades y de pasajes cuyo significado quedaba en sombra. Su ambición fue proponer una versión de una obra cargada de enigmas con la intención de arrojar algo de luz para interpretarla mejor, y con la esperanza de que en el futuro otros editores mejor preparados ampliaran y mejoraran su trabajo. Lo cierto es que Johnson fue uno de los primeros en iluminar con verdadero acierto la obra de Shakespeare desde la erudición, la crítica y la admiración. Y su luz, tan hábil y perspicaz, sigue guiándonos hoy, doscientos cincuenta años después. 



jueves, 15 de julio de 2021

HELENA O EL MAR DEL VERANO

Era un encargo de un cliente, ni siquiera lo tenía en la librería. Le puse el post-it con su nombre en la primera página y, tras teclear su número de teléfono para avisarle, abrí una página del libro al azar. Me puse a leer mientras los tonos se sucedían. Y, a los pocos segundos, dejé de escuchar. No respondió nadie y los tonos se acabaron pero yo seguí leyendo, ajeno a todo, con el móvil todavía pegado a la oreja y los ojos cada vez más abiertos. Seguí leyendo hasta que se acabó el párrafo. Un párrafo más poderoso que cualquier reseña. Porque del libro se pueden decir muchas cosas. Se puede decir que se publicó en 1952 y que retrata en poquísimas palabras muchas cosas de esa época, aunque parezca mentira que de una época tan gris pudiera salir algo tan bello. Se puede decir que habla de dos veranos en la costa asturiana desde el punto de vista de un niño que está dejando de serlo. Que es divertido y terrible y embriagador y tan hermoso que duele. Que es "un mundo extrañísimo y lleno de hermosura que no se puede recordar sin que se le pare a uno el corazón". Que es la única obra narrativa que escribió el autor (posteriormente dramaturgo y diplomático) y que después de leerla da pena pero también se entiende que tras algo así no escribiera más. Se podría incluso decir que bordea la literatura experimental y que, si tuviera que encontrarle algún parentesco, quizá pensaría en el Delibes de Los santos inocentes pero que en realidad no me recuerda a nada y eso es como para apreciarlo aún más. Del libro se pueden decir muchas cosas porque sus ochenta y siete páginas son para releerlas una y otra vez. Pero a mí lo que me convenció, con más fuerza que cualquier reseña, es ese párrafo que leí como en trance mientras sonaban los tonos de una llamada que menos mal que nadie respondió. Así que os dejo con él. Aquí está. Y que surja la magia. 


Y era todo emocionantísimo, y más que nada el avance astutísimo por el corredor, donde brillaba la luna y se oía croar a las ranas y silbar a los sapos, y el ruido del mar muy lejos, y se veían los faros de los coches cuando enfilaban el puente y se sentían ganas de salir desnudo corriendo por la noche, respirando muy fuerte, sin llegar a ninguna parte.
Y era también emocionantísimo lo de entrar en el cuarto si las niñas no estaban preparadas (como el verano antepasado) y a la claridad de la luna tirarles por las sábanas y cuando fuesen a levantarse tirarles la almohada a la cabeza y después quitarles del todo la ropa de la cama para que nadie pudiese protegerse con las mantas y cuando se revolviesen furiosas como hembras de chacal acorraladas lanzarles una descarga general de almohadas y luego salir corriendo por el corredor y ellas, furiosísimas, detrás de nosotros con las almohadas en la mano y que nos alcanzaran, y luego la lucha cuerpo a cuerpo, con el pelo de Helena haciéndome cosquillas en la cara y después sujetarla y hacerla pedirme cuartel con la mirada y no dárselo y oírla decir, rabiosísima: «Bruto, salvaje, bestia, idiota», y luego echarse a llorar de una manera distinta, muy triste, que llenaba de una cosa que no era pena, pero que no era alegría tampoco, una cosa rara que daba ganas de llorar muy suavemente, en algún lugar apartado, donde nadie me oyera y llorar, llorar toda la vida, muy contento de estar llorando siempre.




lunes, 12 de julio de 2021

CRÓNICAS DE JUVENTUD

Iba a empezar esta reseña diciendo que ya desde adolescente Guy Delisle estuvo en el mundo del papel, todavía sin saber que más tarde sería su medio de vida a través de los cómics. Pero luego he pensado que el bueno de Guy me daría una buena colleja bien merecida por tratar de conectar dos cosas que nada tienen que ver (todo por empeñarme en que la historia de una vida tenga algún tipo de unidad cíclica y acabar diciendo que si el Guy de diecisiete años empezó trabajando en una fábrica de papel estaba claro que terminaría siendo dibujante de cómic y patatín y patatán). Una de las mayores tentaciones de la memoria es empeñarse en atar los recuerdos en hilos narrativos coherentes, como si todo hubiera sido guiado por una mano sabia y omnipotente que hubiera orquestado su plan maestro desde el principio. Ay, qué ingenuidad. Con lo bonito que es el azar. 

Así que no. El motivo por el que Guy Delisle empezó a trabajar en una fábrica de papel no fue el de iniciarse en el mundo de los libros. El joven Guy quería lo mismo que cualquiera: ganar pasta. Y usó el enchufe de su padre para meterse de operario en una inmensa fábrica de papel en las inmediaciones de Québec. Y aquí empieza lo bueno. Porque el trabajo rutinario y sin medidas de seguridad, el calor sofocante, los interminables turnos nocturnos se convierten, a través de las viñetas de Delisle, en una historia tierna e inocente que, como todas sus historias, leo con una sonrisa. 

Con Guy Delisle ya he viajado a Pyongyang y a Jerusalén (qué maravillosos viajes, por cierto) y, la verdad, con él me iría a cualquier parte. Es de estas personas que convierten el destino en un pretexto y la compañía en el verdadero objetivo del viaje. Con este cómic, Delisle describe el mundo del trabajo en una fábrica con su habitual tono irónico y fresco, siempre desde el asombro y la inocencia del que sabe que es un trabajo temporal, que está ahí un poco de visita, hasta que encuentre algo mejor. Que no comparte realmente el destino de todos los hombres que se afanan año tras año en ese trabajo embrutecedor y que no entienden eso de que alguien pueda pretender dedicarse a dibujar. También es un retrato del final de la adolescencia, con sus incógnitas y sus apatías, y de una relación padre-hijo cuanto menos peculiar, en la que muchos sin duda se podrán reconocer. 




jueves, 8 de julio de 2021

UN POLICÍA DEL SUR

Nada más empezar ya estás dentro. Dentro de un coche a las 2:47. Dormido. Y escuchas unos golpes en la ventanilla. Y el corazón se te pone a brincar en la garganta como una cabrilla huyendo de un lobo. Aunque no sea exactamente un lobo lo que se encuentra el inspector al bajar la ventanilla. 

Un policía del sur de Estados Unidos no es igual que un policía del norte. Hay algo en la tierra, en la vegetación, en la soledad de las calles y en las miradas de ciertos granjeros blancos que penetra hasta lugares que en el norte ni siquiera saben que existen. Y P. T. Marsh, el inspector que duerme en su coche, conoce muy bien ese algo. Lo conoce y lo teme. Porque todas las noches sueña con él.  

Esta novela, primera de una serie que espero que continúe pronto, tiene todos los ingredientes de una novela negra de verano. Es rapidísima, te tiene en vilo todo el rato, es ingeniosa sin exigirte demasiado, es comprometida sin convertirse en un panfleto, y describe la realidad de un racismo ancestral con muchas capas a través de una intriga muy bien construida. 

Todos los veranos leo varias de estas. Me oxigenan de otras lecturas más intensas tanto como unas buenas vacaciones. Son el limón de la cerveza, la brisa fresca tras una tarde toledana. Me duran un suspiro, y está perfecto así. Limpian la atmósfera y dejan sitio para nuevas lecturas. Son la onza de chocolate a media tarde, o el chupito de digestivo después de comer. Placeres diminutos y efímeros, y, por tanto, irrenunciables. 



lunes, 5 de julio de 2021

CARPE AMOREM

Como dice Aurora Luque en el prefacio a esta nueva edición ampliada de sus poemas de amor, "a menudo el lenguaje, en lugar de ayudar a decir el amor, le pone obstáculos". Se equivoca de camino. Se pierde en la espesura, en la noche, y se vuelve sombra, sensación, música. Mientras leo poemas sueltos de este volumen, escucho los primeros compases de la Noche transfigurada de Schoenberg, una música anhelante que envuelve la poesía de Luque en un abrazo nocturno. 

"Que tu cuerpo me hiere. Soy de pronto los pétalos
amarillos, caídos entre el polen, 
bajo la oblicua luz de la ventana, o ese mar destrozado
por las olas agudas, por heridas
innúmeras de espuma -la inestable
conciencia de las nubes". 

La música habla de una pareja que camina "a través de la alta noche luminosa". Las cuerdas, en la versión original para sexteto, suenan cada una con su propia voz, susurran, reclaman y gimen su belleza secretamente, rasgando la noche, como una piel que expresara su tormento.

"La piel grita secreta su tormento, la llaga deseada,
las místicas espinas de no se sabe qué
infinita tortura, no se sabe qué cielo ni qué círculo
de infierno me podría recibir
ni qué dios o demonio
va a dar nombre a esta llama,
a este jardín regado de saliva y de noche".

La Viena modernista de Schoenberg se mezcla con la Grecia clásica de Luque en una misma luna sobre los amantes, en dos cuerpos unidos por un mismo anhelo, dispuestos a morir por un secreto.

"Malheridos los cuerpos,
dispuestos a morir por una fe tan frágil
como la piel debajo de los ojos". 

Y las palabras vuelven a encontrar su camino, acabada la música, hacia la expresión precisa del amor. 






jueves, 1 de julio de 2021

LUCY GAYHEART

La literatura puede ser muchas cosas. Puede ser risa, dolor, compromiso, adrenalina. Puede ser conocimiento y preguntas. Puede ser evasión y respuestas. Para mí, la literatura de Willa Cather es, ante todo, luz y emoción. Algunos párrafos están más cerca de un cuadro de Turner que de cualquier texto escrito. La protagonista de esta novela siente que todo es irreal, todo está envuelto en niebla, todo puede escabullirse y desaparecer excepto los sentimientos. Y es la misma sensación que he tenido leyendo su historia. Todo está envuelto en una bruma exquisita de la que sobresalen, como los picos nevados sobre un mar de nubes, las emociones de los personajes. 

"Empezó una nueva vida para ella la noche en que oyó cantar por primera vez a Clement Sebastian". La música. La música lo inunda todo en la vida de Lucy Gayheart. La música es alimento y felicidad en cada tarde sentada al piano, acompañando al clarinete de su padre. Pero cuando se muda a Chicago para dar clases y conoce a Clement Sebastian, su vida da un vuelco irreversible. 

Chicago. Una ciudad donde nadie se fija en nadie, con abundante espacio para estar a solas, en medio de la multitud. Una ciudad "donde el aire tiembla como un diapasón rebosante de posibilidades inimaginables". Una ciudad donde Lucy Gayheart puede seguir capturando la belleza efímera de las cosas, los colores cambiantes de la luz en las fachadas de los edificios, en la niebla vespertina o en la superficie del lago helado, rizado de plata, al amanecer. 

Clement Sebastian es un cantante de renombre que, en la cima de su éxito, tiene una sensación de vacío constante, de nostalgia imprecisa y molesta, la sensación de haber perdido, a fuerza de viajar por el mundo dando conciertos, "la más profunda de todas las compañías: la relación con la tierra, con el paisaje y con la gente". Y este es uno de los temas más recurrentes en la literatura de Willa Cather y que desarrolla con mayor hondura: su amor por la tierra, el paisaje y la gente que lo habita. 

Con su espíritu alegre y vitalista, me he enamorado de Lucy Gayheart. He caminado a su lado, siguiendo su paso rápido por las calles de Chicago, y me ha maravillado ver sus pensamientos volando por delante de ella, y ella persiguiéndolos "como un niño detrás de un globo". "¡Ojalá pudiera perder la vida y el cuerpo y no ser nada más que deseo! ¡Ojalá que todo lo demás desapareciera para que todo lo demás pudiera flotar con las gaviotas hasta ese lugar remoto donde se confundían el verde y el azul!"

Lucy Gayheart es otra novela de Willa Cather para atesorar en la memoria. Es etérea y delicada, impresionista. Está hecha de una melancolía leve que acaricia y emociona.