lunes, 19 de julio de 2021

PREFACIO A SHAKESPEARE

Después de terminar la maravillosa Hamnet, de Maggie O'Farrell, hace un par de meses, me entraron unas ganas tremendas de seguir empapándome del mundo de Shakespeare, volviendo a sus obras y a los autores que, como mi admirado Stephen Greenblatt, mejor han escrito sobre su vida y su obra. Entre estos comentaristas no paraba de encontrarme referencias a Samuel Johnson, célebre crítico, poeta y ensayista inglés del siglo XVIII, que, según leía, había "iniciado la lectura crítica moderna de Shakespeare" con su edición de 1765 de las obras del bardo en ocho volúmenes. Así que acudí a este librito primorosamente editado por Acantilado que recoge el prefacio a su famosa edición para ver qué se opinaba de Shakespeare apenas ciento cincuenta años después de su muerte. Y me he quedado con la boca abierta. ¿Cómo es posible decir tantas cosas tan inteligentes y graciosas en tan poco espacio? ¿Cómo puede hablarme este erudito inglés con tanta claridad a mí, un lego amateur tan ignorante de los entresijos de la filología inglesa, desde la distancia de dos siglos y medio?

Samuel Johnson me ha enseñado muchas cosas. Muchas cosas que quizá sean de dominio público para los amantes de Shakespeare pero que yo no conocía, o que no había interiorizado de forma coherente hasta ahora. Y me apetece poner algunas aquí por escrito, para que no se me olviden, y para que me sirvan de base para todas las lecturas shakesperianas que voy a seguir haciendo todos los meses a partir de ahora. 

Shakespeare era poeta, como todo el mundo sabe, pero más que un escritor como hoy lo entendemos, era un hombre de teatro. No escribía para ser leído, sino sobre todo para ser escuchado y para ser visto. Y por lo tanto, muchas veces no basta con leerlo de la misma manera que leeríamos una novela. Samuel Johnson me ha enseñado a leer a Shakespeare desde el teatro y no sólo desde el sofá de mi salón. A tener presentes el espacio del escenario y las expectativas en el aliento contenido del público, tan ávidos de emociones fuertes como del alivio de la risa. Me ha enseñado a escuchar la voz y el tono y la intención de cada frase, a imaginar el contexto visual y espacial que enmarca y rellena de contenido los márgenes de cada frase y de cada soliloquio. Me ha enseñado a ser más creativo leyendo sus obras, más generoso, a poner más de mi parte. Aunque los textos de Shakespeare se basten a sí mismos, se enriquecen enormemente si uno aprende a leerlos como lo que en realidad son: el armazón literario de algo mucho más grande, de algo que trasciende la palabra escrita y que vibra en el espacio con una magia efímera y poderosa, de algo llamado teatro. 


Samuel Johnson


Me ha encantado la erudición exquisita que usa Samuel Johnson para criticar a todos los comentaristas de Shakespeare anteriores a él. Lanza unos dardos venenosos con la mayor de las elegancias, incluso no escatima reproches hacia el propio Shakespeare. Se queja de que "pone más cuidado en agradar que en instruir, hasta tal punto que parece escribir sin ningún propósito moral. No distribuye con justicia el bien y el mal, ni se preocupa siempre de hacer que el virtuoso repruebe al perverso. Conduce a sus personajes indistintamente por el camino correcto e incorrecto, y al final se desentiende de ellos". Esto, que Samuel Johnson califica de defecto, a mí me parece una de las mayores virtudes de Shakespeare, y una de las razones de la universalidad de sus obras y por las que se le considera, en palabras del propio Johnson, "el poeta de la naturaleza". 

Uno de los logros de Samuel Johnson es no haber pretendido sentar cátedra ni establecer una edición definitiva. Ya él era consciente de que la obra de Shakespeare estaba llena de ambigüedades y de pasajes cuyo significado quedaba en sombra. Su ambición fue proponer una versión de una obra cargada de enigmas con la intención de arrojar algo de luz para interpretarla mejor, y con la esperanza de que en el futuro otros editores mejor preparados ampliaran y mejoraran su trabajo. Lo cierto es que Johnson fue uno de los primeros en iluminar con verdadero acierto la obra de Shakespeare desde la erudición, la crítica y la admiración. Y su luz, tan hábil y perspicaz, sigue guiándonos hoy, doscientos cincuenta años después. 



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