Como dice Aurora Luque en el prefacio a esta nueva edición ampliada de sus poemas de amor, "a menudo el lenguaje, en lugar de ayudar a decir el amor, le pone obstáculos". Se equivoca de camino. Se pierde en la espesura, en la noche, y se vuelve sombra, sensación, música. Mientras leo poemas sueltos de este volumen, escucho los primeros compases de la Noche transfigurada de Schoenberg, una música anhelante que envuelve la poesía de Luque en un abrazo nocturno.
"Que tu cuerpo me hiere. Soy de pronto los pétalos
amarillos, caídos entre el polen,
bajo la oblicua luz de la ventana, o ese mar destrozado
por las olas agudas, por heridas
innúmeras de espuma -la inestable
conciencia de las nubes".
La música habla de una pareja que camina "a través de la alta noche luminosa". Las cuerdas, en la versión original para sexteto, suenan cada una con su propia voz, susurran, reclaman y gimen su belleza secretamente, rasgando la noche, como una piel que expresara su tormento.
"La piel grita secreta su tormento, la llaga deseada,
las místicas espinas de no se sabe qué
infinita tortura, no se sabe qué cielo ni qué círculo
de infierno me podría recibir
ni qué dios o demonio
va a dar nombre a esta llama,
a este jardín regado de saliva y de noche".
La Viena modernista de Schoenberg se mezcla con la Grecia clásica de Luque en una misma luna sobre los amantes, en dos cuerpos unidos por un mismo anhelo, dispuestos a morir por un secreto.
"Malheridos los cuerpos,
dispuestos a morir por una fe tan frágil
como la piel debajo de los ojos".
Y las palabras vuelven a encontrar su camino, acabada la música, hacia la expresión precisa del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario