lunes, 1 de abril de 2024

AMOR CAPITAL

"Y aquí estamos todas, ilusas, pensando que somos o hemos sido en algún momento la genuina, la única, la verdadera, víctimas de una herencia envenenada que nos hace soñar con serlo". "Y, mirándolas, ya no siento los celos que me han consumido durante los últimos doce meses, no siento el odio que me ha cerrado el estómago en este largo año sin ti, sino una comprensión sin límites hacia todas ellas y unas ganas irremediables de abrazarlas". 

Como ya me pasó con la anterior novela de Karmele Jaio, La casa del padre, he leído este Amor capital pensando que no le sobra ni una coma. Qué prodigio de literatura concisa que expresa tantísimo, pero tantísimo, con tan poquitas palabras. Esa herencia envenenada de la primera frase es conocida por cualquiera que se haya enamorado alguna vez. Es la herencia del amor romántico en todas sus formas, exclusivas y asfixiantes, que nos persigue desde que tenemos uso de razón amorosa. Es la que nos inocula los celos y la inseguridad, la que transforma la persona que te gusta en una posible futura posesión. La que nos mete en las jaulas de los roles de género y nos insiste en que sin pareja no se puede vivir. 

Esta es una novela sobre las historias desiguales, cojas, en las que una está siempre tratando de profundizar mientras que el otro no deja de tratar de escabullirse. Historias construidas sobre una fragilidad, sobre un pacto no expresado que tiende al silencio para no desvelar su mentira: "siempre me quedaba con ganas de decir algo tras estar contigo". Historias que, a pesar de todo, brotan y crecen y se expanden como flores salvajes por nuestra imaginación y se convierten en esas historias apasionadas e inolvidables y ciegas que no pudieron ser y que recordamos con una sombra de dolor (y de incomodidad y de vergüenza) hasta la tumba. 

El de Olga es un amor que aúpa y luego no sostiene. Un amor que la hace menguar, que le resta autoestima, que fabrica en las horas de sus días jaulas de dependencia. Un amor de usos esporádicos y breves, que niega su singularidad humana para limitarse a satisfacer sus deseos más inmediatos. Un amor entrelazado con el sufrimiento que lo atrapa, que extiende sus brazos de enredadera por el tronco liso del deseo para llegar a su cima y asfixiarlo. 

"Llegué a pensar que amarle consistía en moldearme hasta que mi forma fuese exactamente la que él buscaba". Karmele Jaio ha escrito una novela-tesis para reflexionar sobre el amor como atadura. El amor como un sentimiento solemne, trascendental, totalizador. Que exige devotos a sus pies, como una religión. El amor como ideología reaccionaria que exige obediencia y aspira a ordenar todos los aspectos de la vida y supeditarlos a sus mandatos. Como catecismo misógino que inculca desigualdad. El amor como idea única, capital, centro y motor de todo. "El opio de las mujeres", como decía Kate Millett. Una novela-tesis para reflexionar sobre el amor como esperanza, también, para ver si es posible aflojarle los nudos sin malograr su intensidad y su belleza. 

Una amiga de la protagonista la alerta sobre el peligro de amar desde la carencia. Me ha gustado esa expresión: amar desde la carencia. ¿Quién no ha amado alguna vez así? ¿Cuántas parejas se basan en un amor así? Es una forma de amar que te lleva sin remedio a relaciones de dependencia. A "vivir presa del amor que te pueden dar", en lugar de vivir libre en el amor que puedes compartir. 

Me encanta cuando libros muy dispares dialogan entre sí. Hay una escena muy bonita de tres mujeres hablando sobre el amor y sus ataduras en una cocina, y una se queja entre risas de que cómo no van a volverse locas las mujeres si hasta follando tienen que meter tripa. Y esta frase me ha llevado directamente a una viñeta de Ideal estandarizado, el cómic de Aude Picault que acabo de leer, en la que habla exactamente de lo mismo. De estar todo el día tan pendientes del cuerpo que acaban por no poder relajarse ni pensar en otra cosa que no sea martirizarse con la mirada fiscalizadora de una sociedad que las señala. "Los hombres miran a las mujeres, las mujeres se observan siendo miradas", ya lo decía John Berger. 

"Las personas se separan, no se abandonan. Solo puede abandonarte quien tiene poder sobre ti", le dice una amiga a Olga. Y así se rescata muy a menudo a alguien de un amor tóxico, con una charla con dos amigas en una cocina. Y es que Amor capital también es una novela sobre la amistad entre mujeres, esos espacios seguros que salvan y acogen. Cuántos vínculos bonitos y cuánta complicidad se puede forjar con una conversación íntima mientras pelas patatas codo con codo para preparar una tortilla. Cuarenta minutos de preparación pueden forjar una amistad duradera y salvarte de una espiral de obsesión pesadillesca. Y convertir el jarrón hecho añicos de tu vida en una maravilla renacida de bellas cicatrices. 




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