lunes, 2 de mayo de 2016

CEROCEROCERO

Hay un río que corre bajo las grandes ciudades del mundo, un río que nace en Sudamérica, pasa por África y se ramifica hacia todas partes. Es un río blanco, invisible para los que nunca hemos buceado en sus adicciones. Es un río más poderoso que los movimientos migratorios y que las políticas económicas. Su corriente subterránea arrastra miles de millones de dólares manchados de sangre y ahoga en espirales de violencia y de locura a todo ser humano que osa adentrarse en sus aguas. Hay un río que corre bajo tu ciudad y bajo la mía, un río que no vemos, que apenas aparece en las noticias pero cuya corriente deja más miseria y más muertos que los tsunamis, las guerras y las políticas de austeridad. Es un río blanco, imparable, infinito. Es el río de la cocaína.

Hay historias sencillas que se dejan leer de cualquier manera y a cualquier distancia. Sentados en un banco de un parque al sol de primavera, escuchando música, comiendo pipas. O bien ovillados en el sofá, conteniendo el aliento a las tantas de la madrugada. Esta historia es difícil, pide ser leída de cerca, estrecha el vínculo con tu empatía o tu curiosidad y no te deja alejarte hasta una distancia de lectura confortable. Y es peligrosa esa cercanía, porque el contacto con lo que cuenta conlleva el riesgo de dejarse contaminar por la violencia, y volver a la vida cotidiana con sus civilizadas e inocuas costumbres puede producir extrañamiento. Saviano lo sabe, porque para él no es posible tomar distancia, mantener "una mirada límpida entre uno mismo y el objeto". No. Él toma partido. Se contamina. Desde las palabras, pero también desde los sentimientos, desde la obsesión por conocer más hechos, más horrores, de sumergirse cada vez más hondo en el río blanco que conecta la violencia con el éxtasis. 

Sumergirse, por ejemplo, en el dinero. Todo el mundo sabe lo que mueven los manejos financieros de los bancos. Tú compras un par de acciones de una empresa prometedora y, si tienes suerte, al cabo de un tiempo es posible que tu dinero haya reproducido. Si, por ejemplo, fuiste uno de los afortunados accionistas de Apple en 2012, visto como tus 1.000 euros tardarían poco más de un año en convertirse en 1.670. Un 67%. No está mal. "Pero si hubieras invertido 1.000 euros en coca a principios de 2012, un año después tendrías 182.000: ¡cien veces más que invirtiendo en el título bursátil récord del año!"

Y pensarás: pero eso sería ilegal, ¿cómo voy a invertir en coca? Y claro que es ilegal. Pero ya sabemos todos que las transacciones financieras se mueven siempre por los márgenes de la ley y se pasan al otro lado siempre que tienen ocasión. Los bancos, capaces de conseguir que los estados, es decir, en última instancia tú y yo y otros millones como nosotros, les regale miles de millones y que a cambio nos reduzcan el crédito o nos siembren las cuentas de comisiones, los bancos también se bañan en el río blanco. Y no sólo se bañan, se nutren de él. Colosos financieros como el Bank of America o el HSBC, con presencia en 85 países y sucursales en cada pueblecito de Gran Bretaña y Estados Unidos, son responsables de blanquear miles de millones de dólares del narcotráfico anualmente. En concreto, 352.000 millones, solamente en 2009. Esconden a sus clientes, dificultan las investigaciones, permiten los desvíos de capitales y consiguen que otros bancos más pequeños se mantengan a flote inyectando liquidez proveniente de los cárteles mexicanos. Claro que es ilegal invertir en coca. Pero los bancos lo hacen. Todos los días. Algunos con dinero público. Y para muchos, es su única forma de mantenerse a flote. 

Roberto Saviano

Investigar un infierno se convierte en un viaje sin retorno. Ya no vuelves. O vuelves con otros ojos. Más turbios. Más viejos. Cuando pasas años tras las huellas de los narcotraficantes acabas por ver las cosas de otra forma, "no ya en función de lo que son, sino de lo que estos podrían hacer con ellas. Ya no soy capaz de mirar un mapa del mundo sin ver rutas de transporte, estrategias de distribución. Ya no veo la belleza de una plaza en la ciudad, sino que me pregunto si puede ser una buena base para la venta al por menor. Ya no viajo en avión, sino que miro a mi alrededor y calculo cuántas mulas puede haber a bordo con el estómago cargado de bolitas de coca. Así razonan los capos del narcotráfico, y así he acabado por razonar también yo, tratando de entenderlos". Y aunque no merezca la pena renunciar a tu vida, a tus deseos de una minúscula y humilde felicidad, las palabras son el único antídoto contra la violencia. Para desactivar las amenazas de muerte, las palabras. Para alejar los fantasmas del río blanco, las palabras. 

A Saviano se le escucha porque sus palabras le han llevado a vivir amenazado de muerte. Diez años lleva así. Y los que le quedan por vivir. Y creo que merece la pena leer lo que escribe por muchas razones. Por ejemplo, porque existen mafias en el mundo que no quieren que hable, que están dispuestas a matarlo para que yo no sepa lo que él sabe, y comprar un libro suyo y leerlo se convierte así en un acto de resistencia y de rebeldía contra quienes quieren imponer la ley del miedo y la muerte. Y también, y sobre todo, porque tiene una capacidad asombrosa de análisis y una valentía que le llevan a hurgar en lugares donde nadie quiere hurgar y desvelar horrores que nadie quiere nombrar. Siento una admiración absoluta por este hombre. No querría estar en su piel por nada del mundo, pero compraré y leeré todos los libros y artículos que publique porque siempre, en cualquier situación, es un ejemplo de integridad y de fortaleza que no encuentro en nadie más.



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