Un salón de té. Madrid. Años treinta. Un grupito de dependientas se afana tras los mostradores rellenando botecitos de leche, puliendo superficies, atando paquetitos de pasteles y sonriendo solícitamente a todas las señoras, señoritas y señores que reclaman sus caprichos. Es un arte, el de la actitud obsequiosa. Sí, señora; por supuesto, señor; ahora mismo, señorita. Un arte, el de dar siempre la razón y apoyar los argumentos de cualquiera con monosílabos comprensivos, digan los disparates que digan. Diez horas diarias, cansancio y tres pesetas. Y cuando nadie escucha, murmuran, qué vergüenza, me duele todo, y ahora, media hora de metro, y en casa, la colada y la cena. No les da el sueldo para nada, pero ninguna protesta, porque total, qué van a conseguir, que las echen, y con lo difícil que es encontrar un trabajo, con esta crisis que no levanta...
Bajan la cabeza pero no pierden la sonrisa, y cumplen joviales y alegres sus jornadas agotadoras. Muchachitas obreras, acostumbradas a la dureza de una vida precaria, apenas empiezan a ser conscientes de que los sindicatos, lejos de ser esos centros de corrupción donde nacen los terroristas - que dicen los curas y las beatas -, pueden protegerlas y hacer de portavoces para sus penas cotidianas. Apenas empiezan a vivir y aún se resisten a creer que la sociedad pronto vaya a obligarlas a elegir entre el matrimonio y la prostitución, entre la sumisión al marido o la sumisión al amo explotador. Y sueñan, en las pausas sin gente detrás de los mostradores, quizá con las miradas de algún cliente guapo que dice ser actor, o incluso alguna fantasea con la posibilidad de estudiar, de emanciparse a través de la cultura, sin darse cuenta de que las únicas que realmente pueden hacerlo son las hijas de los propietarios, de los empresarios, de los ricos, precisamente las únicas a las que no suele preocuparles en absoluto eso de la emancipación.
A veces contemplan manifestaciones tras los escaparates. Huelgas de obreros, incluso, siempre reprimidas a golpes por "los de asalto". Se palpa la tensión, entre puddings y pastelitos. Se lanzan discursos. Se pone el acento en palabras como proletariado, esperanza, pueblo, revolución. Se exaltan los ánimos. Brillan los ojos cuando se habla de Rusia. Y ya las palabras se convierten en símbolos, en contraseñas, en armas arrojadizas o en contenidos nuevos y modernos para un nuevo credo, aunque ninguna se entienda mucho mejor que las del credo viejo, ni se correspondan con ninguna verdad demostrable. Pero al fin y al cabo, la sociedad se divide entre los que cogen el ascensor y los que utilizan la escalera trasera. Y estos últimos han decidido que ya está bien de ver el ascensor siempre desde abajo.
Luisa Carnés |
Luisa Carnés. ¿Les suena?
A mí tampoco. Lo primero que me gustó de ella fue esa ceja levantada con la que expresa tantas cosas sugerentes en la foto. Ceja altiva, seductora, irónica. Ceja resabiada, petulante y encantadora. Ceja de mujer que sabe que no quiere sumisiones. Después me gustó que fuera una escritora y periodista de la generación del 27, esa generación estelar de la literatura española en la que nunca supimos que también había habido mujeres. Me gustaron la edición de Hoja de Lata, estos editores estupendos que no me canso de elogiar, y el tema de la novela: la lucha obrera en unos años de convulsiones sociales que desembocarían en la guerra. Y cuando ya me puse a leerlo, me enamoró el decorado, ese salón de té refinado de la capital, un verdadero personaje más de la novela en el que caben todas las intrigas, los dramas y las alegrías cotidianas de un grupito de dependientas que sobreviven alegremente a sus esclavizantes condiciones laborales. Y me enamoró la narradora, cuya voz, preciosista en sus adjetivos y chispeante en los diálogos, se entremezcla con la de Matilde, su protagonista, para armar una historia coral femenina de mujeres obreras en los albores de una revolución que apenas empiezan a intuir.
Últimamente han salido a la luz las vidas de muchas mujeres creadoras que convivieron con la generación masculina del 27 pero que por diversas circunstancias no llegaron a conocerse. Si todos los textos que se van a rescatar de estas creadoras tienen la calidad de esta novela de Luisa Carnés, nos vamos a dar un festín literario colosal.
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