Es bonito leer un libro, conocer a su autor y que la admiración nacida de la lectura se mezcle con la admiración producida por la conversación. No sucede a menudo. Es un raro privilegio. Que la persona que escribe esté a la altura de la persona que habla. Y al revés. Y no solamente que esté a la altura, sino que una complemente a la otra y la enriquezca y ya no puedas elegir cuál prefieres porque ambas forman parte de un todo. Lo que me admira de Fernando J López es precisamente la variedad de voces que posee. En cada libro parece un escritor nuevo, radicalmente distinto a los anteriores. Es como si cada historia suya fuera una fiesta que requiriera un disfraz distinto, un tono, un lenguaje, un armazón literario nuevo y original. De dónde sacará tantas voces distintas, me pregunto a veces, cuando termino de leer Los amores diversos y recuerdo La edad de la ira, el primer libro suyo que leí, sin lograr reconocer la esencia que une los dos libros, la misma piel bajo los dos disfraces. Qué camino le lleva de imaginar un reino con tres lunas a describir la vida de una adolescente en Tenochtitlán, de lanzarse a bucear en las aguas más turbias de la comunidad educativa a meterse en la piel desgarrada de una mujer que acaba de perder a su padre. Porque tiene que haber un camino, algo que una sus historias, un origen común. Quizá algún día se lo pregunte.
Los amores diversos es un monólogo teatral, interpretado por la actriz Rocío Vidal, en cartelera hasta finales de junio los lunes a las 20h en el Teatro Lara de Madrid. Es un monólogo íntimo, dirigido hacia dentro, hacia el interior de una mujer rota y perdida, que camina como una funambulista por la cuerda de su dolor, siempre a punto de caer. A través de su voz, el padre ausente va creciendo y creciendo como una sombra que lo envuelve todo, una sombra contra la que ella lucha, un enemigo al que ama y odia a partes iguales. Lucha con sus palabras, porque no le queda nada más. Una copa de vino, libros por el suelo, y un río de palabras para tratar de poner un dique a tanto desasosiego. Lucha contra el peso de su nombre, Ariadna, abandonada por Teseo en el laberinto, siempre perdida y encerrada, esperando la muerte. Lucha contra el peso de la literatura, de los libros que su padre le hacía leer, Cernuda, Flaubert, Lorca, Baudelaire, poetas oscuros de versos opacos que fueron moldeando una relación cada vez más compleja y asfixiante.
Rocío Vidal interpretando "Los amores diversos" |
Las palabras de Ariadna son como un estilete que va sajando la carne infectada de una familia, de una relación padre-hija construida desde la culpa y la dependencia, hecha de expectativas frustradas. Son palabras afiladas que pretenden aliviar la pérdida y que se enroscan en el dolor, escarbando en sus razones, buscando consuelo y un futuro menos amargo. Son palabras, también, que se dirigen a una mujer amada, Emma, tristemente casada como la heroína de Flaubert, con la que vive un amor escondido, prohibido y relegado a una obcecada clandestinidad. Uno de esos amores diversos que nos hacen vivir más vidas que los demás, los únicos que de verdad importan, en palabras del padre de Ariadna, amores diversos, múltiples, que de noche son verdad y de día se vuelven mentira, que no se pueden decir, que se mantienen con vida gracias a su invisibilidad, a su dependencia de las sombras y de las largas ausencias. Amores que no mueren cuando no se pronuncian pero que la oscuridad que necesitan para vivir va devorando, poco a poco, asfixiando su fuego, relegándolos a la eterna represión y al silencio.
Este monólogo cuenta una historia compleja y llena de matices. Pero tiene la virtud de que la historia es lo de menos. Ariadna somos nosotros, nos habla a nosotros. Cualquiera que no esté hecho exclusivamente de luz puede hablar por su boca, reconocerse en sus palabras. A través de ella pensamos y sentimos, nos desesperamos y nos maravillamos. A través de ella vivimos en las palabras que conforman nuestra identidad, que nos hacen salir de nosotros mismos para vivir más vidas y elegir qué tipo de amores diversos queremos para nosotros.
He leído este texto con un nudo en la garganta, con la espalda en tensión y los ojos ensanchados. Fernando ha encontrado una voz prodigiosa, otra vez más. Más frágil y perturbadora que en sus otros libros. Más directa a las entrañas. Quizá Ariadna sea su personaje más íntimo. El disfraz literario que menos piel disfraza. Quizá sea de aquí de donde parten los caminos de sus novelas: de la pasión de Ariadna, de la emoción arrolladora que le hace vivir con esa asombrosa intensidad. De las palabras henchidas de significado, con su peso y su luz, del grito y del susurro, de convertir cualquier cosa en algo múltiple, plural, "caricia por caricia, abrazo por volcán".
Fernando J. López |
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