viernes, 6 de mayo de 2016

Editoriales afines (III): Hoja de Lata

¿Quién no lo ha pensado? Una carta de despido, el paro, un montón de dinero de golpe que, si te descuidas, se esfumará igual de rápido que ha venido, y de repente nada que hacer. Nada obligatorio. Ni responsabilidades ni obligaciones. Y todo lo que frenaba tus impulsos de gastar una pasta en ese sueño largamente alimentado, de pronto desaparece. Así que te lanzas. A tu sueño. A hacer realidad alguna cosa pura y bonita, ya que no te dejan hacer tu labor eficaz y rutinaria de siempre. Alguna cosa pura y bonita como montar una editorial. Diseñar el logo para ese nombre con el que has fantaseado durante meses o años. Los colores. El espacio que ocupará en las portadas, en el lomo. El papel. Y luego los títulos, las traducciones, pedir favores a amigos y parientes filólogos o diseñadores o impresores, tan adictos a los sueños como tú, que retuitean, comparten, difunden, te traen pizzas y te sacan de cañas hasta las tantas cuando mandas el primer libro a imprenta. 

Vale, me estoy dejando llevar, pero hasta la última frase todo era una descripción casi exacta de lo que hicieron en 2013 los ex-libreros Daniel Álvarez y Laura Sandoval. Y tres años y una treintena de títulos después, su sueño se ha convertido en Hoja de Lata, una editorial fantástica a la que le tengo un cariño enorme. Me gustan los diseños de sus portadas, delicados, coloridos, con los marcos rojos para los autores y blancos para los títulos. Me gusta que escojan autores de procedencias impredecibles: Palestina, Argelia, Alemania, Italia, Rusia, y que no se arredren ante los desafíos de encontrar buenos traductores de idiomas menos habituales. Me gusta el tacto de sus libros, el papel de las portadas (al que yo quizá le quitaría el brillo del texto de las contras) y los márgenes interiores, cuya anchura deja una sensación de limpieza y claridad sólo igualable al placer de entrar a cocinar en una cocina reluciente. Y claro, me gustan los libros que publican. Me gustan a priori, cuando los recibo y les echo un vistazo rápido para ficharlos e ir pensando cuál quiero leer ya y cuál me iré dejando para más adelante.

Me gustan, por ejemplo, Una trilogía palestina, novela lírica y combativa de los años sesenta contra la ocupación israelí, y Choque de civilizaciones, una tragicomedia deliciosa sobre los problemas que puede causar la multiculturalidad en torno a un ascensor italiano. Me gustan por todo lo que conté en las reseñas para este blog, y porque yo también sueño con convertir un pasado laboral en un montoncito de dinero que a su vez haga realidad un sueño como este. De momento, son sólo sueños, conversaciones con P. durante nuestros paseos por el campo en las que damos vueltas a un nombre y a un proyecto como quien mira a su enamorada furtivamente y de muy lejos. Acariciando el momento. Sin prisa. Dando forma a una idea que cuando nazca, sea para quedarse. Una idea como la de Daniel y Laura. Pura y bonita. Que ya se ha quedado. 


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