En el siglo XIX ya existía la sororidad. Lo demuestra maravillosamente bien Rosa Huertas en su última y apasionante novela, Lazos de tinta, donde mezcla los géneros de aventura, novela histórica y realismo. En el siglo XIX, las mujeres leían. Y escribían. Y de esas mujeres escritoras habla Lazos de tinta, que centra su atención en el personaje ficticio de Manuela, para traernos al siglo XXI las vidas y obra de las grandes autoras del Romanticismo, entre ellas Gertrudis Gómez de Avellaneda y Carolina Coronado.
Rosa Huertas no puede esconder su pasión por la historia, porque en muchas de sus novelas juveniles ha explorado el género con mucho éxito. Y tampoco puede esconder su pasión por las historias, porque sus novelas están llenas de ellas. Es brillante cómo emplea la metaliteratura para hablar de literatura en sus libros, y cómo usa las historias como un anzuelo para atraer la atención de sus personajes y de los propios lectores.
En Lazos de tinta, Huertas conjuga todas sus identidades: profesora, filóloga, periodista y escritora. Como profesora, nos enseña a las grandes escritoras del siglo XIX que estuvieron silenciadas durante décadas. No solo a Gómez de Avellaneda y a Coronado, sino a otras muchas que, en la hermandad literaria femenina hacen su aparición a mitad de la novela: Pepa Massanés, Amalia del Llano, Amalia Fenollosa, Ángela Grassi o Vicenta García Miranda. Como filóloga, bucea en la obra literaria y la vida de estas autoras e, incluso, recoge en la novela algunas de sus composiciones poéticas y extractos reales de las cartas que intercambiaron, con el afán investigador y el rigor ya conocidos en su obra. Como periodista y escritora nos regala una crónica maravillosa y nos lleva por el Madrid romántico, por la vida literaria de la época, por Badajoz, Cádiz y hasta Cuba, en un viaje, el de la protagonista, que es un viaje por la libertad.
¿Cuándo hemos sido las mujeres verdaderamente libres para escribir sin el miedo al qué dirán, firmando con nuestro nombre y apellidos reales, sin el temor punzante a una crítica basada en el prejuicio? Quizás aún hoy quedan algunos resquicios de creación que no es plenamente libre, pero en el siglo XIX la condición femenina era un condicionante que impedía crear y vivir en libertad.
Las escenas de las tertulias literarias femeninas me han recordado algo que cada mes tengo la suerte de vivir: las sesiones de club de lectura. Y el hormigueo que siente Manuela en ellas es el que experimentamos nosotras cuando nos reunimos para hablar de novelas, pero también para hablar de la vida y de cualquier cosa que nos apela o afecta en nuestro día a día. Son reuniones llenas de sororidad, un concepto relativamente nuevo, pero que ya experimentaron nuestras precedentes, las mujeres del pasado que se abrieron paso y dejaron huella con sus palabras.
Las autoras de esta novela estuvieron siempre unidas por unos lazos de tinta imborrables, y nosotras, sus nietas y bisnietas, las que aceptamos y reverenciamos su legado, estaremos también unidas a ellas por los lazos que Rosa Huertas ha sabido tender desde entonces hasta ahora.
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