Después de disfrutar muchísimo de La cuidadora de palabras. Vida de María Moliner, hemos vuelto al primer volumen de esta colección de vidas de mujeres españolas del siglo XX que la editorial Kalandraka está publicando con su mimo y delicadeza habituales. Esta vida de María Zambrano nos había pasado un poco desapercibida cuando se publicó a principios del año pasado, y ahora, al calor del entusiasmo con que hemos leído la vida de María Moliner, la hemos devuelto al lugar que le pertenece en nuestras estanterías, el que merece este libro poético y exquisito sobre una de las figuras más relevantes de la filosofía y las humanidades del siglo XX en España.
María Zambrano nació en 1904, cuatro años después que su tocaya Moliner, en Vélez-Málaga. Un siglo después, en 2006, se le rindió homenaje en su tierra natal dando su nombre a la estación de tren de la ciudad de Málaga. Bonito reconocimiento a una mujer que pasó su vida viajando, siempre de paso en Madrid, París, Cuba, Puerto Rico o Roma, buscando un hogar alternativo al hogar que siempre llevó en su corazón y al que durante más de cuarenta años no pudo volver.
"María fue una niña querida, una hermana entregada, una estudiante tenaz, una escritora que tocó la belleza y la verdad con las palabras. Su mirada de acero y agua se mantuvo inmutable durante todas las edades de aquel peregrinaje ininterrumpido que fue su vida". Un peregrinaje que la llevó por los caminos de la frontera francesa en 1939 junto a un enfermo Antonio Machado, amigo de su familia. Y que, tras su periplo americano, la llevó a Roma, donde vivió con su hermana Araceli y sus múltiples gatos, y donde el eco de su voz resonó con fuerza suficiente como para que la italiana Nadia Terranova lo recogiera y, casi treinta años después de su muerte, escribiera este precioso homenaje.
Acompañada de las bellas ilustraciones de Pia Valentinis, esta semblanza poética de la vida de María Zambrano conmueve y admira. Ojalá nunca más las guerras y las ideologías persigan la libertad de las palabras. Ojalá nunca más tengan que desfilar andando hacia la frontera y el exilio, físico o simbólico, las mejores mentes de su generación simplemente por atreverse a desafiar la tradición y la violencia. María Zambrano tuvo que exiliarse. Pero siempre estuvo aquí. En intención y en sentimiento. En Vélez-Málaga, cerca de su limonero.
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