He disfrutado muchísimo este libro. Y por los motivos más variados. El texto es empático, poético y cariñoso. Carmen García de la Cueva enlaza sus deseos y aspiraciones literarias con los deseos y aspiraciones de toda una genealogía de mujeres españolas (con Virginia Woolf como excepción, un faro que marca el camino y sirve de espejo a todas ellas) que lucharon por dedicarse a la escritura en una sociedad que las condenaba a recluirse en casa para servir a sus maridos y cuidar de sus familias. Y las ilustraciones de Ana Jarén son de una exuberancia cálida y acogedora y consiguen que las mujeres retratadas cobren vida y salgan del libro para enseñarte su camino y darte un abrazo en cada capítulo.
Escritoras es un homenaje a la capacidad de la amistad femenina para crear redes de apoyo, inspiración y colaboración entre unas mujeres que lucharon por hacer realidad su vocación por la literatura. La amistad femenina como válvula de escape de la prisión del hogar y como herramienta de liberación y emancipación. Como llave de la jaula para dejar volar los deseos frustrados, esas piedras en los bolsillos que con la edad pesan cada vez más y amenazan con hundir las ilusiones de las mujeres en pozos sin fondo. Es un homenaje a la amistad femenina, esa red natural de sororidad que da la oportunidad de descubrir modelos de vida distintos a los que dictan las estrictas normas de clausura que imperan en las familias tradicionales.
Carmen García de la Cueva rastrea las vidas de María Lejárraga, María de Maeztu, Elena Fortún, Carmen Baroja y muchas otras, "escritoras que vivieron las presiones de su género cada una en su casa familiar con su propio aburrimiento y su punzada de dolor en el centro del pecho y sus bolsillos llenos de deseos". Todas ellas sintieron la pulsión por romper con su entorno porque "su naturaleza como mujeres iba más allá del cuidado de la casa y de la familia". Querían ser escritoras, y para ello tenían que encontrar un espacio propio, simbólico y físico, para desarrollar su pensamiento y su obra. Como la Valeria del maravilloso El cuaderno prohibido, de Alba de Céspedes, ninguna se resignó al rol de madre y esposa. Querían ser ellas mismas, sin tener que definirse en relación a los hombres que las rodeaban e imponían su presencia y sus necesidades.
Ya Virginia Woolf habló de la necesidad de "matar al ángel del hogar" para poder tener la libertad de pensar fuera del marco de las obligaciones domésticas. Para poder reivindicar, como ya decía Emilia Pardo Bazán en 1892, que la mujer tiene destino propio y sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de su familia. Pero matar al ángel es más difícil que matar a un fantasma y requiere de una valentía excepcional: la valentía de romper "las telas de araña de tantos prejuicios disfrazados de reglas con que nos atan e inmovilizan familia y costumbres". Vivir sin tutelas, sin aceptarlas de nadie ni imponerlas a nadie, es un camino a la libertad plagado de curvas y trampas. Pero el único camino que merece de verdad la pena. El único que permite la libertad de ser y crear y elegir que todos necesitamos para ser felices.
Si el feminismo es la búsqueda de la felicidad a través de la independencia, las escritoras reunidas en este precioso libro tienen mucho que enseñarnos. Sus vidas nos "ayudan a entender de dónde venimos, de qué oscura y fragmentada genealogía procedemos". Nos recuerdan, con el espejo de Woolf siempre presente, que es vital tener una habitación propia, pero todavía más importante es tener una vida propia y saber habitarla en soledad. Ellas escribieron a pesar de todo. Eligieron escribir con "el espíritu en carne viva", como decía Lejárraga, para que las palabras vivan y salgan al mundo y "se abran paso entre los dedos como llamas de fuego". Su recuerdo es historia viva. Su valentía nos proyecta al futuro. Y nos acompaña.
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