lunes, 16 de julio de 2018

PAPER FISH

Estamos en la Little Italy del Chicago de los años cuarenta. Carmolina tiene ocho años y todos los días escucha las historias de su abuela Doria mientras le ayuda a machacar pimientos. "Historias sobre Italia, un país escondido en el otro extremo del mundo, la tierra que había perdido para siempre al otro lado del mar". En la voz de Doria cabe todo lo hermoso, sabroso y cálido que una pueda imaginar. Allí está el calor asfixiante de los veranos, el azul del mar, la salsa de tomate, los pimientos machacados, el rojo que impregna las manos y que ningún jabón logra sacar, las risas, las mujeres, los sueños por encontrar un lugar mejor, un futuro mejor, y la felicidad de vivir cada día, cada segundo, entre esas cuatro paredes pobres que contienen el universo entero.

Italia es un hogar que permanece intacto en sus recuerdos, nítido y cercano en su memoria cuando cierra los ojos y se pone a recrearlo a través de sus historias. Un hogar que, cuando sale a la calle en enero y el frío cruel del invierno le azota su frágil piel acostumbrada a la suave brisa del mar, parece soltarse de la tierra firme de sus recuerdos para desvanecerse a la deriva de la corriente de ese inmenso océano glacial que las separa.

Esta es una novela lenta, contemplativa. Se detiene con fruición en la belleza de las cosas cotidianas, la luz del sol descubriendo reflejos azulados en el negro de una melena suelta, la textura concreta de unas manos ásperas tras años de lavar con agua helada que sin embargo siguen conociendo los gestos más suaves de la ternura. Es un libro para aquellos que se sientan en la playa a disfrutar de la deliciosa lentitud del paso del tiempo. Y aunque hay una desaparición y un rastro de misterio, lo que pasa no es lo importante. Lo importante es lo que ocurre mientras no pasa nada: los detalles, la luz del sol, los recuerdos, la risa, el amor, el hogar, la pobreza, la felicidad.

Hay momentos de felicidad estática. Escenas de la vida invisible de todos los días en las que nadie repara. Doria sale al porche a dar de comer a los pájaros. Se ríe y todo su cuerpo tiembla bajo la luz cegadora del sol. El sol lo inunda todo, es una mano gigante que acaricia y despierta y cosquillea. Un fulgor en el que la abuela es aún más hermosa, dueña de todo lo que vive y ríe, mientras habla con los pájaros y enseña a vivir a su nieta. También está su madre, esa mujer extraordinaria, fuerte y vigorosa, de manos ásperas, pechos imponentes y ojos y cabello negros como el azabache. Y la historia familiar que ambas transmiten a través del amor, de la comida, de la condición femenina, de los recuerdos y de la lucha por una forma de vida digna.

Aunque no todo es risa y felicidad. La vida es dura en el gueto italiano de Chicago. Y las familias esconden grietas que las van descomponiendo, poco a poco, en pequeños pedacitos. "Por las noches marido y mujer se miraban en silencio mientras compartían una taza de café ralo e insípido, y la ciudad los observaba amenazante a través de los cristales". Los silencios acogedores se vuelven, a veces, finas láminas de cristal, y la tristeza aletea en los ojos cansados de las mujeres con la delicadeza de un pájaro. 

Tina de Rosa

Esta novela de Tina de Rosa me ha recordado a Virginia Woolf por el lenguaje preciosista lleno de metáforas insólitas y delicadas, y por esos detalles que, como teselas diminutas, van dando forma al dibujo de la historia. También he encontrado ecos de Un árbol crece en Brooklyn, por la descripción de la pobreza en las grandes ciudades americanas desde el punto de vista de una niña. Y también, cómo no, me ha hecho pensar en ese monumento que dedicó Gay Talese a la historia de los italianos en América titulado Los hijos.

Es una joyita íntima y femenina que fue olvidada poco después de su publicación en 1980, y que tras su rescate por The Feminist Press en 1996, se ha acabado convirtiendo en un clásico de la literatura norteamericana. 



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