lunes, 12 de marzo de 2018

AUTORRETRATO SIN MÍ

¿Qué podía uno esperar de Fernando Aramburu después del éxito de Patria? ¿Otro libro sobre Euskadi? ¿Una novela ambientada en Alemania para cambiar de tercio? La verdad es que uno podía esperar muchas cosas. Incluso el silencio. Ese silencio en el que se resguardan tantos escritores para recuperarse del aturdimiento que provoca estar en boca de todos durante tantos meses. Pero Aramburu no ha hecho nada de eso. Ha escrito, en fragmentos autobiográficos muy breves, el libro más intimista, profundo y conmovedor de su carrera. 

Su nuevo libro ha sido para mí una sorpresa tan emocionante que aún no salgo de mi asombro. Viene, creo, del silencio. Del silencio de mirarse para adentro y buscar la esencia humilde de sí mismo. Hay algo antiguo, enraizado en la tierra, en la belleza de sus palabras. Una ternura, una compasión por las propias flaquezas que emergen de la serenidad sabia con la que ha aprendido a mirar el mundo. Hay algo de paisaje en su prosa poética, aunque hable sobre la vida urbana. Algo del saber intuitivo de los pueblos, sólido y evocador como la piedra vieja y los fuegos nocturnos en la chimenea. 

"Contraje la poesía a edad temprana. La he combatido o, en todo caso, paliado con el humor". Y nos llega en este libro destilada con la sonrisa tranquila del que ha acumulado "otoños, libros y una muchedumbre de hojas caídas que forman un suelo de serenidad". La poesía, en sus manos, es quizá una forma de ocultarse, de extender un velo que desdibuje los contornos de la propia vivencia. Planos, máscaras, juegos de belleza para protegerse, para contarse estilizado en arte. Aunque también es posible que la poesía sea lo contrario, la única forma sincera de entregarse desnudo al mundo, el único lenguaje capaz de traducir lo inexplicable, lo doloroso y lo gozoso de cada pequeña existencia. 

Este es un libro para leer y releer. Un lugar que pide regresar cada poco tiempo, como el abrazo insustituible de ciertos amigos. Hay dolor en él. Amplias zonas de penumbra. Pero sobre todo transmite paz. Gratitud. Y motivos para la celebración. A través de su mirada vemos arte en la armonía de un rostro, encontramos hogares insospechados en la sonrisa de un desconocido, entramos al quirófano con una melodía en los labios, amando, siempre amando, y cuidamos de ese agujero que todos tenemos en el pecho, con cariño, preparándolo para que, cada primavera, pueda convertirse en un nido de pájaros migratorios. 

El piano que su hija dejó de tocar recibe de pronto un aplauso. 
Un niño jovial y travieso se agita cada mañana en los ojos de un señor mayor. 
La bandada de pájaros que anida en su boca sale volando con cada carcajada de felicidad. 
El afecto de ese abrazo borra las nubes interiores y descubre una mañana soleada a través de la lluvia. 

Como los mejores libros siempre hacen, estos "pensamientos ateridos junto a una ventana" me han hecho encontrar espacios nuevos dentro de mí. Su sobriedad atemporal sosiega y, por momentos, estremece. El placer que provoca esta "sucesión de diminutas plenitudes" es íntimo y cálido. Una vez que te dejas penetrar por él, ya pasa a formar parte de ti. Su ternura y tú, su silencio y tú, sus pájaros y tú: una misma emoción.


Fernando Aramburu

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