viernes, 16 de marzo de 2018

LA VIRGEN ROJA

Cuando viví en París, pasaba por Louise Michel casi todos los días. Era la penúltima estación de metro antes de bajarme en la última parada de la línea 3, en el barrio de Levallois, y andar los diez minutos que me separaban de mi estudio cerca del Sena. Al igual que Austerlitz, Wagram o Solferino, el nombre de Louise Michel era poco más que un puntito en el mapa de metro, una estación como las demás, entrevista a través de las ventanas de los vagones. Pero a diferencia de estas, cuya sonoridad pronto empezó a evocarme batallas napoleónicas, ese nombre femenino seguido de otro masculino, Louise Michel, se quedó en mi memoria sin su referencia histórica, sirviendo solamente de recordatorio de que ya estaba llegando a casa.

Hasta que he leído este cómic de Mary y Bryan Talbot y el nombre de Louise Michel ha explotado en mi cabeza con miles de resonancias: la Comuna de París, revolución, educación, resistencia, feminismo, barricadas, violencia, tenacidad, lucha, utopía, y he recordado su estatua en el maravilloso Parc de la Planchette, en Levallois, que tantas veces recorrí, y su nombre pronunciado en alguna clase casi olvidada de historia francesa, y me he dado cuenta de que Louise Michel seguirá siendo el puntito verde caqui en el mapa de metro, y la sensación de llegar a casa, y a partir de ahora también el nombre de una mujer temeraria y visionaria que hace casi ciento cincuenta años luchó por unos ideales revolucionarios muy parecidos a los que alimentan nuestras luchas hoy en día.

La historia de Louise Michel es turbulenta. Tras la derrota del ejército francés en la guerra franco-prusiana, los parisinos se negaron a rendirse y aprovecharon el vacío de poder para formar un gobierno cooperativo y social que paliara la escasez de comida y la frágil situación de su población. Sólo tuvieron diez semanas, de marzo a mayo de 1871. Y sin embargo, sentaron un precedente que inspiró a miles de mujeres y hombres en las décadas posteriores. Un precedente de justicia social, de economía distributiva, de resistencia pacífica a la violencia y de educación feminista.

Sus objetivos principales eran tremendamente ambiciosos: alojar a los sin techo en casas abandonadas, abolir la guillotina, crear fondos de subsistencia para familias sin recursos, conceder pensiones para viudas de guerra, expropiar los bienes de la Iglesia, crear guarderías gratuitas y cooperativas de trabajadoras en cada barrio, expulsar a la Iglesia de las escuelas y de los hospitales y controlar los medios de producción. En una época tan represiva y conservadora como fue la segunda mitad del siglo XIX (a diferencia de la primera mitad, que fue un hervidero de revoluciones), estas intenciones eran vistas como obras del demonio y fueron reprimidas con una violencia sin precedentes hacia una población civil.

En poco más de una semana, las tropas del gobierno dejaron más de veinte mil muertos, la mayoría civiles. Fue una masacre. Louise, educadora y poeta y una de las cabezas más visibles de la Comuna, fue condenada a dos años de prisión, tras los que fue deportada a Nueva Caledonia, una isla situada a quinientos kilómetros de la costa australiana. 

Gracias a una amnistía, regresó en 1880 y fue recibida en París como una heroína. Nada más llegar se lanzó de cabeza a la refriega política. Se pasó sus días entrando y saliendo de la cárcel, exigiendo cosas tan descabelladas como un matrimonio libre en el que el hombre no tuviera derecho de propiedad sobre la mujer, una educación igualitaria en la que las niñas tuvieran el mismo derecho que los niños a los conocimientos y todo aquello que había empezado a poner en práctica durante los dos meses de la Comuna y que no tuvo tiempo de implementar.

Murió en enero de 1905, con setenta y cinco años. El mismo año de otro intento fallido de revolución en Rusia. Harían falta todavía muchas décadas hasta que la sociedad estuviera preparada para empezar a luchar unida por todo aquello en lo que creía Louise Michel. Todo aquello en lo que creemos los que aspiramos a vivir en un mundo más justo y más humano.



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