Stephanie Land dedica este libro a las madres que sacan adelante solas a sus hijos y a quienes fuimos criados por madres solas. Y mientras lo leí, recordaba las historias que contaba mi madre, y que sigue contando a veces, sobre lo que significó para ella sacarme adelante sin ayuda. Los sacrificios, la angustia, el agotamiento de cargar ella sola con el peso y la responsabilidad de un hijo. Y las miradas de los demás. Si hoy en día criar un hijo sin pareja sigue pareciendo anómalo y despierta inmediatamente multitud de recelos, en los años ochenta seguro que a la mínima cualquiera pensaba "señora, búsquese un marido" para culpar a la madre sola de cualquier adversidad que ella o su hijo tuvieran que afrontar.
Sacrificios, angustia, agotamiento. Y trato despectivo. La vida que describe Stephanie Land es la de una mujer que limpia casas como medio de supervivencia. Cada mirada en la cola del supermercado, cada comentario susurrado al pagar con los bonos de alimentos clavan en ella un sentimiento de culpa y vergüenza por su situación. Y la aíslan todavía más. Cómo quedar con amigos sin contarles nada de su situación. Cómo convencerles de que no es culpa suya. De que la pobreza no es culpa suya. De que las amenazas y la violencia psicológica del padre de su hija no es culpa suya. De que querer ser madre y aspirar a algo mejor y recurrir a la ayuda pública para conseguirlo no es culpa suya.
Este es un libro sobre la precariedad laboral. Sobre las consecuencias de la precariedad laboral en una madre sola. Esa precariedad que muchos ven normal e, incluso, necesaria y natural en nuestras democracias occidentales, porque quién si no va a limpiar nuestras casas y hacer todos esos trabajos que no están hechos para nosotros. Y parece que piensan que las limpiadoras disfrutan de su trabajo, que lo han elegido entre el abanico infinito de ofertas laborales de nuestras sociedades capitalistas. Y que si no consiguen finalmente trabajar de otra cosa y lo sufren, entonces será que no están preparadas física o intelectualmente para otro trabajo.
Es un libro sobre la inhumanidad de la precariedad laboral en un mundo cada vez más fragmentado en el que muchas personas están perdiendo las redes de protección tradicionales de la familia. Cuando la precariedad es la norma, el futuro desaparece. Y lo hemos visto en los últimos años a nuestro alrededor. Un presente sin futuro. Aquí. Al lado. En nuestras ciudades. En nuestras calles. En nuestras casas.
En el mundo de Stephanie no hay certezas. Todo es provisional. Todo viene y se va. El dinero, las personas, los coches, las viviendas. No hay nada seguro con lo que contar, sencillamente porque no hay dinero para amarrar las cosas. Sin dinero, y sin una red solidaria que te sostenga, no tienes derecho a esperar nada. La vida se transforma en una carrera de obstáculos por la supervivencia.
Y contra ese mundo precario se dirigen con furia todos nuestros prejuicios de clase. Miramos por encima del hombro, pensamos que se aprovechan, que no han tenido la capacidad de salir adelante como nosotros, que no se han esforzado lo suficiente, que su inteligencia y su moralidad son menos válidas. O, en el mejor de los casos, nos subimos a la ola de la compasión y, en un asombroso gesto de generosidad, pensamos: pobrecillas, qué poco tienen, qué vidas más duras llevan, qué penita, vamos a ver si rascamos unas monedas del fondo del bolso para ayudarlas. Y luego, pobres de ellas si no se muestran resplandecientes en su generosidad, si no te ponen en su altar personal y te repiten lo poco que serían si no hubiera sido por tu ayuda.
Criada es un libro sobre la aporofobia. Pero, sobre todo, es un libro sobre el amor de una madre por su hija. El amor, que muchas veces es sufrimiento por tener que sacarla adelante sola en esas circunstancias. La soledad. El desvalimiento. La impotencia. La desesperación. La fragilidad espantosa de ver a su hija enferma y saber que no puede mudarse a un alojamiento más saludable para ella, que no puede alimentarla mejor, que no puede protegerla mejor. La sensación de no estar siendo todo lo buena madre que su hija merece. Y que aun así está haciendo todo lo que puede y más de lo que nunca imaginó que podría hacer. A veces piensa en la cantidad de cosas que no puede ofrecerle a su hija: una vivienda digna, una familia, una habitación propia, una despensa llena de alimentos. Y la invade un torbellino de angustia que solo se calma con un mantra, repetido y repetido hasta que el pánico afloja: "te quiero, yo cuidaré de ti, te quiero, yo cuidaré de ti".
Y así, sale adelante. Amando y cuidando. Cayéndose y volviendo a levantarse. Una y otra vez. Una y otra vez. Escondiendo las lágrimas. Apretando los dientes. Atesorando los momentos de belleza y felicidad de cada día para proyectarlos en el futuro, para que sean la semilla de la que crezca todo después, la semilla de una infancia feliz para su hija. Y así, como Stephanie Land, salen adelante tantas madres solas. Y tantos hijos de madres solas, que a menudo olvidamos que nuestras infancias felices son el regalo de un esfuerzo y un sufrimiento que la mayoría de matrimonios con hijos desconoce.
La serie inspirada en este libro es muy buena.
Pero el libro, como suele suceder, va más allá. Es maravilloso. No os lo perdáis.
Stephanie Land y sus hijas |
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