jueves, 9 de noviembre de 2017

PROHIBIDO NACER

Os presento un relato ligero tratado con un sentido del humor conmovedor. Las vivencias que nos cuenta son tan graves, tan trascendentes y tan trágicas, que, al disfrazarlas con ese humor tan característico, su autor las hace digeribles.

Hace 33 años, Trevor Noah nació con todas las de perder. La unión de su padre blanco con su madre negra en la Sudáfrica de los años ochenta estaba penada por ley, así que él fue un hijo prohibido por su país. Continuamente durante la lectura del libro me recordaba la edad de este chico para apreciar mejor esta historia personal que, afortunadamente, ha acabado en el éxito de este joven comediante, estrella de la televisión norteamericana. Hoy en día, utiliza la ironía y el humor para hacer comedia política y se ha convertido en el azote de Donald Trump. Divertido, irresistible, con esa sonrisa de niño bueno, ha escrito estas memorias que, además de una denuncia del racismo del Apartheid, escrito minuciosamente, son un homenaje a esa madre coraje que ha tenido la suerte de disfrutar.

A pesar de que su madre le pegaba a menudo, él consideraba que lo merecía y sabía que el amor entre ellos era de tal magnitud que los malos tratos jamás fueron una barrera entre ellos. En cambio, la violencia de su padrastro, que llegó a disparar a su madre después de haberla maltratado durante años, está descrita de forma tan detallada que es como una disección.
También las continuas denuncias en la comisaría, que nunca fueron atendidas, nos retrotraen a otras épocas aquí en España, cuando perdías el tiempo si ibas a denunciar cualquier violencia machista. Yo doy prueba de ello.

Es fascinante el humor con el que nos cuenta, por ejemplo, que cuando tenía cinco y seis años sus parientes maternos no le pegaban, a pesar de sus trastadas infinitas, porque decían que no sabían pegar a un niño blanco, aunque él fuera mestizo. Para ellos, que eran negros, mestizos y blancos eran lo mismo. Incluso, cuando le llevaban en el coche, siempre le sentaban en el asiento trasero y le llamaban "señor", como hacían con los blancos. ¡Qué terrible lo que trastornó sus mentes el apartheid! Me pregunto muchas veces para qué sirven las instituciones internacionales que tenemos si no pueden prevenir, prohibir o castigar actitudes tan graves como las que se han producido hace menos de cincuenta años y se siguen produciendo.

Son infinitos los detalles que demuestran la inteligencia superior de esa madre que tiene Trevor, y me cuesta comprender su fanatismo religioso en alguien que ha demostrado reiteradamente su valor, su clarividencia y su buen hacer. Fue una autodidacta íntegra y quizá la falta de una educación que le proporcionara más conocimientos sea la causa.

En un momento dado le dice a su hijo, que no la ha mirado al saludarla: "¡No, Trevor! Mírame, salúdame. Demuéstrame que existo para ti, no me veas solamente cuando necesitas algo". Una situación que quizá vivimos muchas madres.

Otra de las reflexiones de esa madre independiente y fascinante, cuando se refiere a su marido maltratador: "El hombre tradicional quiere que su mujer sea sumisa, pero nunca se enamora de mujeres sumisas. Le atraen las mujeres independientes, es como un coleccionista de aves exóticas. Solamente quiere mujeres libres porque sueña con meterlas en jaulas".

En otro momento le dice a su hijo, a quien siempre se ha dirigido como si fuera un adulto: "El amor es una acción creativa: cuando amas a alguien, creas un mundo para él".

Un testimonio valioso y necesario que nos recuerda los valores por los que debemos luchar. Además es una lectura divertida, amena y enriquecedora.



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