lunes, 13 de noviembre de 2017

ARDALÉN

Qué belleza. 
He tardado cinco años en leer este cómic. Desde que se publicó a finales de 2012, lleva esperándome en la sección de cómics de la librería, con la bendita paciencia de los libros que saben que, tarde o temprano, serán leídos. Estoy aquí, ya vendrás, parecía decirme cada vez que pasaba por delante, acariciaba su lomo y escogía otro cómic para llevármelo a casa. En todo este tiempo, de alguna manera, la expectativa iba creciendo. Lo reservaba para una lectura de placer seguro, como receta para reconciliarme con una buena historia tras alguna lectura decepcionante, como el abrazo cálido e interminable que te rescata de cualquier día difícil. Cinco años. Y no sólo no ha decepcionado ninguna expectativa, sino que las ha superado todas. 
Qué belleza. 

Fidel sale de su casa en los días de viento y recorre los montes gallegos escuchando a los árboles. Llegado a un prado, se sienta y espera. Espera la lluvia y el aire salado que viene del mar. Espera a los recuerdos, a que se arremolinen en torno a su cabeza, como pececillos que jugaran con su pelo desordenado. Los recuerdos de otros lugares en los que el mes de noviembre no anunciaba niebla, otoño y penumbra, sino sol, primavera y bailes en la playa. Recuerdos que a veces parecen prestados, venidos de otras vidas para embellecer los suyos, recuerdos que se mezclan en su memoria y, verdaderos o inventados, conforman su identidad. Espera sentado a que el viento salado del mar cante su melodía en el bosque profundo, y entre los troncos de los eucaliptos, salgan de su letargo las ballenas. 

"Vivir consiste en construir futuros recuerdos", dice un personaje de Sábato. Pero no sólo de vida está hecha la memoria. También de imaginación. Sobre todo, quizá, de imaginación. De ballenas que bailan entre los eucaliptos. De naufragios en el mar y de amores caribeños. De pequeños delfines de madera que caben en la palma de la mano y de vientos húmedos que limpian la vida. De lo que fuimos y de lo que quisimos ser. De anhelos y derrotas y sueños volubles que se nos pegaron a la piel y que definen quiénes somos, cómo sonreímos, qué abrazos buscamos. 

Esta maravilla de libro, Premio Nacional de Cómic en 2013, trata sobre la memoria. Sus dibujos tienen una expresividad cálida y conmovedora, parecen habitados por un dinamismo cinematográfico pero, al mismo tiempo, transmiten calma y emociones profundas con una paleta inacabable de tonalidades de color. Los peces vuelan y las hadas susurran y los barcos naufragan entre los troncos de los eucaliptos, y todo parece extraordinariamente real a través de la mirada melancólica de Fidel. Real como los recuerdos. Como la fantasía necesaria para que sobrevivan al olvido y dibujen nuestra identidad.

Cuando alguien objete que los cómics son literatura menor, que carecen de profundidad, que son propios de niños o vagos, sacaré este libro. No diré nada, no defenderé las capacidades expresivas de este género, porque son muy evidentes y ya están debidamente demostradas. Sacaré este libro y hablaré del ardalén, el viento gallego que sopla del suroeste de esta historia, templado y húmedo, y que, junto al sabor del mar, es capaz de mezclar recuerdos, construir pasados y hacer que las ballenas bailen entre los eucaliptos una danza tan bella que haga llorar. 






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