—¡Hola, Óscar! ¿Qué tal? Venía a por una recomendación porque es el cumple de mi nuera veinteañera y, como le gusta mucho leer, he pensado que un libro sería...
Le tiendo un ejemplar de El factor Rachel sin decir ni pío.
—¿Este?
Asiento efusivamente.
—¿Así sin más?
Asiento más efusivamente aún, si es posible.
—No te veo muy hablador.
—Es que lo acabo de terminar justo ahora y me puede la emoción. ¡Qué libro!
—¿Sí? ¿De qué va?
—Uy, de tantas cosas. De... De...
—Venga, dime una.
—De la amistad, sobre todo de la amistad. De los amigos que haces a los veinte años y se convierten en personas importantísimas diez minutos después de conocerlos y..., y... Y su amistad supera en intensidad e importancia a cualquier novio o novia y, por mucho que tu vida sea una tormenta constante, ellos siempre son la tabla de salvación, lo que siempre te rescata de cualquier cosa que te pase.
—Suena intenso.
—Pero no lo es. ¡Lo mejor es que no lo es!
—¿No?
—No, este libro es pura ligereza, y más que de amigos en plural, habla de una amistad en concreto. Porque no tenemos tantos amigos indispensables y cercanísimos. A menudo no es más que uno, o dos.
—Mm-mm. ¿Autora irlandesa?
—Sí, todo transcurre en Cork, o casi todo, década de 2010, plena crisis económica...
—¿Cork?
—Sí, un lugar lejos de todo en un país lejos de todo. Me ha encantado cómo describe la precariedad, los trabajos temporales, la maternidad, el derecho al aborto, y la confianza brutal entre personas que se acaban de conocer y que sienten que pueden contarse cualquier cosa, y cómo asusta a veces esa confianza, lo vulnerable que te deja.
—Sí, un lugar lejos de todo en un país lejos de todo. Me ha encantado cómo describe la precariedad, los trabajos temporales, la maternidad, el derecho al aborto, y la confianza brutal entre personas que se acaban de conocer y que sienten que pueden contarse cualquier cosa, y cómo asusta a veces esa confianza, lo vulnerable que te deja.
—Ya. La verdad es que de historias de amor está repleta la librería, y la historia de la literatura, de amor romántico, me refiero. Pero de historias de amor entre amigos, del amor de la amistad, no tanto.
—¡Exacto! Y de eso habla también la novela. De cómo hemos aprendido a sobrevalorar el primero e infravalorar el segundo.
—Pues nada, ¿me lo envuelves para regalo?
—Eso está hecho. Le va a encantar, ya verás. Y qué capacidad tiene para reírse de sí misma. La protagonista, me refiero. Pero reírse de verdad, quitando capa a capa toda la seriedad y la trascendencia de los veinte años para señalarlas y partirnos la caja con lo exaltadamente ridículos que podemos llegar a ser cuando nos consideramos el centro de una historia increíblemente importante.
—Te ha gustado, ¿eh?
—Me ha encantado. Y además es justo lo que necesitaba ahora mismo. Un soplo de aire fresco. Se lee como quien se tira toda la tarde viendo capítulo tras capítulo de The Gilmore Girls o cualquier otra serie ligera, cómica, cálida y rebosante de diálogos inteligentes.
—Pues nada, ya te diré si le gusta.
—¡Y además la prota trabaja en una librería!
—Ah, amigo, ya sé por qué te ha gustado tanto. Te pillé.
—Qué le voy a hacer. ¡Si es que lo tiene todo!
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