«Tras encontrarme con la muerte miles de veces, he llegado a la conclusión de que tenemos poco que temer y mucho que preparar. Desgraciadamente, por lo general me encuentro con pacientes y familias que piensan lo contrario: que la muerte es espantosa y que hablar o prepararse para ella será insoportablemente triste o aterrador».
Vivir de espaldas a la muerte, negarse a hablar de ella, considerar que en ningún caso puede estar en nuestra mano decidir cómo morir, son formas de atrincherarse en el temor, y de condenar a nuestros seres queridos al dolor de tener que afrontar la pérdida sin ninguna guía. Negarse a hablar de la muerte es negarse a buscar un mapa para entrar en un bosque oscuro. Es negar la posibilidad del consuelo y elegir el miedo y el sufrimiento. Es optar por la ignorancia frente al conocimiento. Es condenarse a la desorientación y al trauma.
Al igual que nadie se negaría a que le guiaran y prepararan durante el proceso de un parto, ¿por qué nos negamos a que nos guíen y nos preparan para el proceso de la muerte? Un parto normal suele ser más complicado y doloroso que una muerte normal, nos dice Kathryn Mannix. La medicina está ahí para hacer que los dos procesos sean lo menos dolorosos e invasivos para la dignidad de las personas. Para la autora de este ensayo, médica especialista en cuidados paliativos, su trabajo es un privilegio. Al igual que las matronas, su trabajo consiste en guiarnos por el camino de uno de los dos procesos más importantes de nuestra vida. Es una matrona de la buena muerte, nos enseña cómo vivir una buena vida hasta el último suspiro.
Nuestra forma de interpretar lo que ocurre a nuestro alrededor y de anticipar posibles escenarios cuando la enfermedad nos invade puede agravar el daño físico. Ayudar a los enfermos y a sus seres queridos a afrontar el dolor y la perspectiva de la muerte es el trabajo al que ha dedicado su vida Kathryn Mannix. Un trabajo que pasa por saber elegir las palabras adecuadas y saber escuchar sin juzgar. Porque lo importante es hablar. «Un debate abierto reduce la superstición y el miedo, y nos permite ser sinceros los unos con los otros en un momento en que fingir y las mentiras bienintencionadas no hacen más que separarnos, haciéndonos perder un tiempo precioso».
La tecnología nos ha permitido alargar la esperanza de vida, a la vez que nos ha alejado del proceso de morir. «El arte de morir se ha convertido en un saber olvidado, pero todo lecho de muerte es una oportunidad de devolvernos ese saber, para que nos sirvamos de él cuando afrontemos otras muertes en el futuro, la nuestra incluida».
La autora propone un acercamiento a los últimos momento de la vida con una actitud de curiosidad y descubrimiento, y no de certidumbre. No he conocido nunca una persona con una capacidad tan grande para empatizar con el sufrimiento de los demás y saber encontrar las palabras que apaciguan y reconfortan en los momentos más difíciles. Capaz, también, de construir un relato que transmite compasión y serenidad y nos ofrece una mano abierta, una mano sabia, para afrontar el momento más trascendental de nuestra vida adulta.
Lejos de decirles a los demás lo que tienen que hacer, hace precisamente lo contrario: consigue que los demás descubran por sí mismos qué es lo que desean para sí mismos y para la gente que les rodea. Describe la decisión de respetar al máximo la autonomía de los demás como un acto de amor. La autonomía de pacientes enfermos, de personas atrapadas en enfermedades terminales. No instruye, pregunta. Busca comprender, no ser obedecida. Y sale airosa de situaciones imposibles. Ya me lo pareció en su otro libro publicado en español, Las palabras que importan, pero me ha vuelto a impresionar con este. Esta mujer es una maga y una inspiración para tener siempre presente.
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