Hay libros bellos, líricos, que entretienen, que emocionan, que divierten, duros, que impactan. Y además están los importantes, los que tratan temas fundamentales que atañen a nuestra vida profunda, a nuestras creencias.
Henry Marsh es un neurocirujano británico que hace un tiempo nos regaló Ante todo no hagas daño, una declaración de intenciones en su mismo título. Fuimos muchísimos los que tuvimos la suerte de aprender con las confesiones de este doctor a punto de jubilarse. Ahora, con un propósito declarado en el mismo título de seguir confesándose, profundiza en temas clave como la eutanasia y la obligación de los médicos de evitar el sufrimiento.
"El cerebro no siente dolor, de hecho el dolor es una sensación creada en el propio cerebro como respuesta a señales electroquímicas enviadas a él por las terminaciones nerviosas del cuerpo. Cuando visito pacientes con dolor crónico, trato de explicarles que todo está en la mente y que si me pellizco el dedo meñique, el dolor que siento es solo una mera ilusión. En realidad, el dolor no está en mi dedo, sino en mi cerebro: es una pauta electroquímica en el mapa que este órgano ha hecho de mi cuerpo. Intento explicarles eso con la esperanza de que entiendan que un enfoque psicológico del dolor podría ser tan eficaz como un tratamiento físico. El pensamiento y el sentimiento, y el dolor, son solo procesos físicos que tienen lugar en nuestro cerebro. El dolor fantasma en una pierna o un brazo amputados puede ser atroz. Pero eso es algo que a la mayoría de los pacientes con problemas de dolor crónico o afecciones como el síndrome de fatiga crónica les cuesta mucho aceptar. La dualidad que supone considerar mente y materia como entidades distintas está tan arraigada en nosotros, como lo está la creencia en un alma inmaterial que sobrevivirá de algún modo a nuestros cuerpos y cerebros. No tengo la sensación de que mi yo, el ser consciente que escribe estas palabras, sea pura electroquímica, pero es eso precisamente".
La sabiduría del doctor Marsh, en mi opinión, está relacionada con su preparación antes de iniciar la carrera de medicina. Estudió filosofía, ciencias políticas y cconomía, lo que implica una base magnífica para tener y aplicar criterio, algo fundamental a la hora de tomar decisiones importantes como son las de decidir si una operación quirúrgica es aconsejable o no, así como otras cuestiones que atañen a la calidad de vida de la gente. Como afirma en su libro, "el sobretratamiento y las operaciones innecesarias son un problema creciente en la medicina moderna y a menudo suponen una equivocación, incluso si el paciente no sale malparado".
Analiza y compara los beneficios y desventajas de la medicina pública y privada apostando por la primera de forma muy objetiva, y se muestra a favor de la eutanasia reflexionando sobre sus múltiples facetas. Como yo, también siente el deseo de ser enterrado en su bosque particular para que su cuerpo se transforme en hojas y madera. En la mayoría de los países desarrollados, el suicidio asistido es ilegal aunque los sondeos de opinión han revelado una amplia mayoría a favor de un cambio legal. Los médicos y parlamentarios parecen tener más problemas con este asunto que el resto de ciudadanos.
Aliviar el sufrimiento es el deber de un médico en igual medida que prolongar la vida aunque parece que esa verdad suele olvidarse en la medicina moderna. Se ha estimado que en el mundo desarrollado el 75% de los gastos médicos de toda nuestra vida corresponde a los últimos seis meses. He ahí el precio de la esperanza, una esperanza que según la ley de las probabilidades, es con frecuencia muy poco realista. Y así, a menudo, acabamos infligiéndonos grandes sufrimientos y ocasionando gastos insostenibles para la sociedad.
¡Cuánto me ha enseñado este libro y cuánto me ha hecho recapacitar y analizar aspectos fundamentales de la vida! Gracias, doctor Marsh.
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