Ángel Martín es un tío gracioso. Me cae bien. Como no veo la tele, le conocí hace sólo unos meses en Twitter, a raíz del informativo en dos minutos que hace todos los días, hablando a toda máquina y mezclando churras con merinas a lo loco como si se fuera a acabar el mundo. Me suele acompañar mientras desayuno y la verdad es que mola. Es un chute de buen rollo que combina de maravilla con las tostadas. Ángel Martín también es un tío que tuvo un brote psicótico y que pasó por un infierno particular de varios años para recuperarse. Y ha escrito este libro para contar su experiencia. Y, sobre todo, para estar preparado por si las voces vuelven.
Por momentos, sobre todo cuando describe la euforia de su locura, me ha recordado a la ciclotimia que cuenta el cómic Cara o cruz. Esa forma de bipolaridad que te lleva de la euforia a la depresión sin transición en una montaña rusa anímica invivible. Lo que el cómic tenía de imaginativo y tierno, el libro de Ángel lo tiene de divertido. Me admira una y otra vez su loquísima capacidad de reírse de sí mismo. Claro, es que se dedica a ello, es cómico, me digo. Pero aun así. Me alucina esa capacidad de desnudarse en un momento tan aterrador como ese y señalarse ante un público inmenso: mirad, así fue mi locura, así es como me volví loco.
Pero, ¿qué es volverse loco? Para Ángel, volverse loco fue que de repente todo, absolutamente todo, empezó a significar algo profundo. Si alguien huele a café, fíate de él porque es una buena señal. Los sonidos agudos confirman que todo va bien. Los graves, que algo puede torcerse. Los colores, las letras, los espejos, la luna, el ritmo, todo cobra una dimensión trascendental. El mundo entero te está hablando a ti. Sólo tienes que escucharlo. Como el discurso de autoayuda de taza cuqui, pero cien veces más siniestro.
Pero no es el cerebro desquiciado el que crea las señales. Las señales están ahí visibles para todos. El cerebro se limita a interpretarlas. Y lo hace siguiendo la lógica a la que tú le hayas acostumbrado. Siguiendo la historia o el contexto en los que te reconoces. Que no tienen que ser una historia y un contexto reconocibles para la mayoría. Y que se pueden desarrollar y retorcer a placer hasta que tu percepción de la realidad esté tan alejada de la de los demás que acabes en un hospital porque las voces han tomado el mando de tu vida.
¿Qué es un brote psicótico? ¿Cómo se vive desde dentro? ¿Cómo afecta a los que te rodean? ¿Qué lleva a una persona normal a acabar viendo mensajes subliminales en las etiquetas del aceite de oliva o pensar que la gasolina es placebo? ¿Qué lleva a una persona a acabar en el ala de psiquiatría de un hospital, sedado y atado a una cama? Pero no, acabar no es el verbo adecuado. Porque ahí no acaba la historia. "En el hospital ocurre el fin de la locura, pero no la vuelta a la cordura. Eso es un proceso que hace uno en solitario cuando sale del hospital y teniendo que trabajar mucho".
Por si las voces vuelven es un libro divertidísimo y aterrador sobre la necesidad de sentirse a salvo para poder hablar de salud mental. Con la naturalidad con la que hablaríamos de una luxación en la rodilla. Pero en la cabeza. Un problema que puede ser igual de doloroso y puñetero. O mucho, muchísimo peor. Pero, en todo caso, igual de natural.
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