Me encanta no tener ni idea. Llegar a las cosas como lo hacen los niños, que lo devoran todo sin pararse a pensar si lo que les gusta encaja con lo que se supone que les debe gustar. Me encanta no tener ni idea de tradiciones culinarias y que mi gusto por las cosas dependa exclusivamente de los caprichos de mi paladar y no de una ortodoxa mezcla de ingredientes. Me encanta no tener ni idea de pájaros y quedarme extasiado ante las costumbres más comunes del más común gorrión. Y me encanta no tener ni idea de ciencia ficción y disfrutar como un enano cada vez que me embarco en alguna loquísima misión extraterrestre para salvar el mundo.
Que el conocimiento especializado puede matar el disfrute lo descubrí en el grado superior de piano cuando, como espectador en los conciertos, pasaba mucho más tiempo alerta ante lo que podía disgustarme de otros músicos que disfrutando de su arte. Es como llegar de invitado a una casa y, antes de admirar los espacios, pasar discretamente el dedo por la superficie de cada mueble para comprobar si hay polvo. El conocimiento especializado nos vuelve obsesivos con la perfección. O con eso que llamamos perfección y que no suele ser más que manía y fanatismo. Desde entonces, hui de cualquier especialización en nada. Me olvidé del polvo en la encimera y me dediqué a disfrutar de los salones bonitos. Soy mucho más feliz no teniendo ni idea que sabiendo un sinfín de cosas. En mi caso, la sabiduría y el placer han demostrado ser una pareja desastrosa.
Todo esto para decir que vaya novelón, este Proyecto Hail Mary. Me ha encantado. Puede que sea rematadamente buena. O bien soy yo, que no tengo ni idea y me entusiasmo con cualquier misión suicida extraplanetaria contada con gracia. Lo que sé es que he estado cinco días metido en una nave espacial viajando a la velocidad de la luz camino de otra galaxia para buscar astrófagos, (seres microscópicos extraterrestres que se alimentan de estrellas). Y que me he reído y me he emocionado y me he quedado hasta tardísimo pasando páginas porque, medio muerto de sueño, la vida extraterrestre en este libro seguía siendo mucho más magnética que mi almohada. La he leído con el entusiasmo puro de quien no ha aprendido aún a hacer depender su disfrute de ninguna convención. De quien no tiene ni idea de ciencia ficción. Y tan feliz. Ojalá nunca lo haga.
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