jueves, 25 de noviembre de 2021

EL JARDÍN DE LOS DIOSES

Es un privilegio. Vivir en un lugar especial y hacerlo tuyo para siempre. La mayoría hemos tenido un lugar así. O si no un lugar, un momento concreto, un tiempo en el que fuimos tan intensamente felices que la huella de esa felicidad permanece con nosotros sin borrarse, como un hoyuelo extra en la mejilla. Sin embargo, muchos olvidamos esos momentos. La vida nos lleva de un lugar a otro y se encarga de ir borrando todo rastro de memoria hasta que sólo queda la superficie lisa de la rutina. Pero para volver a nuestro jardín de los dioses particular, a veces basta con cerrar los ojos, parar el reloj del quehacer diario y recordar. O leer un libro de Gerald Durrell y partir con él en busca de aventuras descabelladas e irresistibles. 

Hay personas así. No conozco a muchas, pero sé que las hay. Personas que llevan su pequeño jardín de los dioses consigo a todas partes. Personas que fueron intensamente felices en algún momento temprano de sus vidas y que supieron preservar esa felicidad para que ninguna rutina la arrastrara y la engullera. Se les nota. En la librería a veces me topo con alguna, y procuro arrimarme a su conversación, tirarles del hilo para estar un ratito más disfrutando del pequeño paraíso que llevan consigo y del que a menudo son totalmente inconscientes. Las disfruto como se disfruta un paisaje hermoso y poco habitual. Como disfruto los libros de Gerald Durrell. 

Aquí termino mis viajes por Corfú, que ya ha pasado a ser para mí un paraíso de felicidad. Y poco me importa que el Corfú real sea hoy bien distinto. El Corfú imaginado es el que me quedo, con su felicidad pura y su infancia disfrutona en compañía de esa familia loca e inigualable. Gracias a P. por incitarme a este viaje literario. Y por compartir cada día su jardín de los dioses. 





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