Qué queremos.
A qué aspiramos.
Nos dan un papel para vivir y de repente somos personas con derechos. Nos lo quitan, y en algunas partes del mundo no valemos más que una vaca.
Qué somos. Un papel. Una solicitud de asilo. Un sí o un no, que lo definen todo.
Una mirada llena de sombra que busca salir de su bosque.
"Detrás de nosotros no hay ningún futuro. He mirado y no hay". Y como no había futuro, Ibrahima salió de Guinea en busca de él. Y en busca de su hermano, que se había marchado hacia Europa buscándolo también. Buscando su futuro y a su hermano, Ibrahima cruzó el gran desierto. Fue capturado y vendido en los grandes mercados del ganado humano. Fue esclavizado y torturado. Fue perseguido por su acento y su color de piel. Encontró gente buena que le tendieron la mano, le dieron agua, le curaron sus heridas. Gente buena que también había mirado en sus vidas buscando un futuro y no lo había encontrado. Ibrahima llegó a España y se encontró con Amets, que recogió su historia. La recogió como otros recogen el agua en el desierto, con el cuidado con el que tratamos aquello que puede dar la vida. Y la escribió en este libro, con la voz de Ibrahima. Esa voz, ingenua y poderosa, veteada de humor y de poesía, que se queda vibrando en el aire cada vez que cierras el libro, respiras y miras lejos, muy lejos, y hacia dentro.
Este libro te muestra una realidad conocida con palabras nuevas:
"Cuando digo kiló la gente me corrige: kilómetro. Eso me pasa aquí, pero en África es distinto, allí nos gustan las palabras cortas. Si dices kilómetro el camino es más largo".
Este libro habla de una esperanza tenaz, porque renunciar a ella es aceptar lo innombrable:
"Desde que murió mi padre, yo soy responsable de lo que le pase. Si lo encuentro y le hablo con los ojos, sé que me escuchará y volverá a casa".
Este libro es una plegaria:
"A veces pienso: ¿Conseguiré olvidar todo esto? Porque la cabeza es como un armario, y para sacar una cosa del armario tienes que meter otra. Las cosas nuevas ocupan el lugar de las antiguas. Pero yo aquí, mientras deciden mi asilo, no hago nada. No tengo trabajo, no tengo amigos, no tengo cosas nuevas para meter en el armario. Mis recuerdos están ahí, no se mueven. Y me atacan todos los días".
Qué somos.
Qué queremos.
A qué aspiramos.
A Ibrahima no le han concedido la solicitud de asilo. Mientras tanto, sigue buscando su futuro. Un camino de luz en la profundidad de su bosque.
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