lunes, 15 de noviembre de 2021

LA HIJA DEL TIEMPO

Descubrí a Josephine Tey este verano y decidí, sin pensármelo, que a todos mis futuros viajes me llevaría una novela suya. La felicidad hay que acompañarla con felicidad. Y con inteligencia, chispa, elegancia, ironía, ¡si es que Miss Tey lo tiene todo!

Después de Amar y ser sabio, he vuelto a ella con otra novela protagonizada por el inspector Alan Grant. Un Alan Grant que, en esta ocasión, permanece todo el libro recluido en una habitación de hospital donde se recupera de una caída aparatosa, y que me ha acompañado en una escapada maravillosa a San Sebastián y a la costa hasta Bayona. Saber que al volver de las peripecias del día me esperaban las peripecias de Grant era un aliciente casi a la altura de los paisajes y las comidas vascas. 

¿Y qué podrá investigar el bueno de Grant desde la cama de un hospital? Pues, la verdad, bien poco. Ni trabajo de campo, ni interrogatorios a testigos, ni inspecciones de la escena del crimen. Tumbado en una cama de la que no se puede levantar, no puede hacer nada. Y esa inactividad le empieza a afectar al estado de ánimo hasta que un día se encuentra con una reproducción de un retrato de un rey que le llama la atención. Esa expresión apesadumbrada, esa mirada noble y dolida, esa barbilla prominente, despiertan en él al detective famoso por ser capaz de distinguir a los culpables de un crimen solamente por la expresión facial. Y cuando descubre que el rey en cuestión es Ricardo III, y nada en su cara le cuadra con el personaje archimalvado de Shakespeare, se pone a investigar cuánto habrá de verdad y cuánto de mentira en la tradición que siempre le ha retratado como un asesino sin escrúpulos.

A partir de este momento, los diálogos se suceden con la chispa y el ritmo característicos de Josephine Tey, y la novela se vuelve una investigación histórica de un alcance sorprendente. Si la historia que aprendemos es en su mayoría el relato de los vencedores, ¿qué cantidad de mentiras contendrá? En una pirueta mental inesperada, las reflexiones de Alan Grant conectan con El peligro de la historia única, de Chimamanda Ngozi Adichie, y profundizan en los mecanismos de difamación que tienen los poderosos para perpetuar su poder. El vencedor de esta historia es Enrique VII, padre de Enrique VIII y primero de la dinastía Tudor, que accedió al poder asesinando a diestro y siniestro y lo consolidó acusando a Ricardo III de haber asesinado a sangre fría a sus sobrinos pequeños, los famosos Príncipes de la Torre, cuyo paradero sigue siendo un misterio. Entre esta acusación (seguramente) falsa de asesinato de hace cinco siglos y otras de hace pocos meses de políticos actuales hay una línea diáfana de poderosos demonizando al adversario para mantenerse en el poder. 

Sobre la falta de escrúpulos de los poderosos y la complicidad de los historiadores para dar por buenas sus versiones distorsionadas de la historia trata esta novela deliciosa, un divertimento encantador que, como siempre ocurre con las novelas de Josephine Tey, es mucho más profunda e incisiva de lo que su aparente ligereza parece mostrar. 

Nos vemos en mi próximo viaje, querida Josephine. Qué ganas tengo de que llegue. 






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