Recuerdo las multitudes, la euforia. El pecho y la garganta vibrando con los decibelios de aquellos bafles gigantes que nos dejaban atontados y felices. Recuerdo las manos al cielo y miles de personas cantando a la vez. La emoción de aquellas canciones tan conocidas que en las bocas de tanta gente se volvían más grandes, más importantes, más definitivas. Había una sensación de comunión, de estar viviendo un momento único, miles de personas como una sola, con los ojos febriles y las manos levantadas como en una plegaria laica, con la piel de gallina gritando "somos distintos, somos iguales".
Han pasado unos veinticinco años de aquel concierto de Celtas Cortos en la Casa de Campo de Madrid, pero lo recuerdo como si hubiera sido este verano. Y más después de haber leído esta estupendísima novela de Alan Gratz sobre la huida de tres adolescentes con sus familias en distintos lugares y épocas buscando una vida mejor, con la vida en un pañuelo, persiguiendo un sueño errante. Un judío en la Alemania nazi, una cubana en la crisis de 1994, un sirio en el éxodo de 2015. Los tres abandonan una vida destruida para tratar de empezar de cero en otro lugar. Los tres afrontan peligros inimaginables, los tres son perseguidos, maltratados por la justicia de los países por los que pasan, mal vistos en todas partes. Sus historias están separadas por décadas y continentes, pero acabarán entrecruzándose de una manera inesperada.
Mientras leía esta novela sonaba en mi cabeza la canción del emigrante de los Celtas, y también en la cabeza de Alan Gratz debía de sonar música, pues en varias ocasiones compara su historia con una melodía. Si el viaje de estos tres adolescentes fuera una canción, ¿qué tipo de canción sería? ¿Un son cubano, con sus estrofas, su estribillo y su final triunfal? ¿O una fuga, con sus voces superpuestas que se imitan respondiéndose unas a otras sin llegar a resolverse nunca? ¿Su coda sería quedarse para siempre sin un hogar, tirando con su miseria para adelante? ¿Serían eternos refugiados, vagando de un campo a otro, ante las miradas desconfiadas de la gente?
Refugiado es una novela redonda. Tiene un ritmo imparable, está bien escrita y señala lo evidente: nuestras vidas están determinadas por el lugar donde nacemos. Y las fronteras, las leyes, la desconfianza, el racismo, la ignorancia y el egoísmo inhumano de los privilegiados que piensan que aislándose prosperarán mejor, no pueden nada contra la sencilla evidencia que ya nos ponía la piel de gallina hace veinticinco años a los miles de personas que, como una sola voz, cantábamos: "somos distintos, somos iguales".
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