Entra un señor. Luego una señora. Menos mal que no necesitan mi ayuda porque apenas si me he enterado de su presencia. Tengo este libro ilustrado en mis manos y el tiempo se ha detenido. Han desaparecido el mostrador, los libros, la gente, la librería entera y en su lugar ha irrumpido la inocente mirada de un niño de nueve años sobre el mundo que le rodea, y sobre todo ese rojo, ese vestido que vuela por el aire, que es una flor, una danza, un volcán, un corazón abierto que late y late y late de pasión y de vida.
"Carmen es la mujer más guapa que conozco y, cuando sea mayor, me voy a casar con ella. Aunque ella aún no lo sabe". Y es que ella no parece saber gran cosa. Cuando aparece por la plaza clavando a los hombres en el suelo con un simple gesto, cuando canta aquello del amor como un pájaro rebelde que nadie puede domesticar. No parece saber que no solo enamora a niños buenos de nueve años. No parece saber que el fuego que sale de cada poro de su ser puede volverse contra ella y quemarla.
"Carmen se ríe porque siempre está contenta, y sus carcajadas resuenan como las campanas del campanario. Y baila ahora con uno, luego con otro, después sola y con otro otra vez. Lo hace tan bien que no se puede mirar a otro lado. La plaza es mucho más bonita con Carmen dentro". Y sus carcajadas se oyen hasta aquí, y me impiden entender bien lo que me pide ahora este señor. ¿Perdone? ¿El nuevo de qué autor? Ah, sí, aquí lo tiene. Y mientras le cobro sigue bailando frente a mis ojos ese resplandor rojo que es el vestido de Carmen, la flor de Carmen, la tragedia de Carmen con la música de Bizet y las preciosas ilustraciones de Concha Pasamar, inspiradas en la coreografía de Johan Inger para la Compañía Nacional de Danza.
Sale un señor, sale una señora. Con un libro bajo el brazo cada uno, y un lazo rojo que vuela al son del pájaro rebelde que no puede ser domesticado.
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