miércoles, 5 de mayo de 2021

CELIA EN LA REVOLUCIÓN (firma invitada)

El noviembre pasado, la editorial Renacimiento publicó una versión revisada de Celia en la revolución, de Elena Fortún, cuyos avatares librescos han sido variados desde que se escribió en los primeros años de la década de los cuarenta del siglo pasado, quedó inédita hasta los ochenta y fue recuperada a mediados de la década pasada. No puedo dejar de dar las gracias por este rescate editorial, ya que se trata de una novela muy importante.

Leer Celia en la revolución es como venir de la guerra. Y la guerra hay que contarla.

La guerra que vive Celia, que es nuestra guerra, no puede enterrarse sin más tras cuarenta años de dictadura, unos pocos de transición y nuestra actual democracia. Las democracias se hacen fuertes cuando conocen sus pasados totalitarios y sus guerras. Y nuestra democracia debe saber los horrores de la guerra para no volver a caer en ellos. Especialmente, cuando algunos grupos se empeñan en desestabilizarla. 

Nunca había leído un relato de la guerra que no fuera partidista. En realidad la guerra fue un asunto de partidos, o más bien de facciones políticas, y se entiende que los relatos posteriores también fueran partidistas, pero la mayoría de la gente que vivió nuestra guerra no era de ningún bando. Un día, de repente, se encontró frente a un pelotón de fusilamiento o no pudo despedirse de los familiares que acabaron así. Unos meses más tarde sufrió el hambre hasta unos niveles tales que a mí me parece obsceno ahora, tras su lectura, ver caducar los productos en las estanterías de los supermercados y saber que muchos de ellos no se van a aprovechar.

La guerra transformó la sociedad en algo peor. Y todos perdieron. Sobre todo perdieron quienes legítimamente ostentaban el poder y a quienes un grupo de militares insatisfechos se lo arrebataron por la fuerza en nombre de unos valores e ideas que ellos mismos pisotearon. La guerra, nuestra guerra, hizo a quienes la vivieron peores y mejores personas. Esencialmente peores, porque el hambre, la necesidad, la ausencia y la injusticia no puede traer consigo nada bueno. Para muestra, la literatura de posguerra posterior.

Leer Celia en la revolución es venir de pasear por el Madrid de la guerra. Es viajar en trenes hacinados hasta Valencia. Es sufrir el terror de los bombardeos en Barcelona. Y sobre todo venir de la incomprensión de un final que acabó con las esperanzas de muchas personas. De un final que se alargó décadas y que fue antidemocrático. Y pienso en por qué el resto de democracias no miraron hacia aquí más. Y pienso en por qué ahora hay personas a quienes no les da miedo poner en peligro nuestra ansiada democracia. Una democracia que, como muchas otras, tiene sus luces y sus sombras, por supuesto, pero que es democracia al fin y al cabo. Una en la que debemos caber todos y todas.

Ochenta y pico años después sigo sin comprender por qué ahora nosotros dejamos de mirar hacia los lugares en guerra. Por qué esta inhumanidad en medio de la humanidad.

Una recomendación absoluta para comprender nuestra humanidad o nuestra falta de ella.




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