lunes, 24 de mayo de 2021

EL DON DE LA SIESTA

¿Un libro sobre echarse la siesta? ¿En serio? ¿Con la de cosas importantes sobre las que se puede escribir? ¿Y con la que está cayendo, además? 

Pues sí. Un libro sobre la siesta. Sobre el arte de la siesta y el don de interrumpir el tiempo durante el día para dedicarse a uno mismo. Y es que cuando Miguel Ángel Hernández escribe sobre la siesta, en realidad está escribiendo sobre muchas más cosas. Porque escribir sobre la siesta, y todo lo que conlleva, es también escribir sobre las decisiones que tomamos respecto a nuestros cuerpos, nuestro tiempo y nuestras casas. Y no se me ocurren muchas cosas más importantes que estas tres. 

Contra la demanda creciente de productividad. 
Contra la necesidad de exprimir cada día en actividades enriquecedoras o trascendentes. 
Contra la obsesión por estar constantemente activos. 
Contra el pánico a desperdiciar el tiempo. 
Contra la obligación de estar a todas horas conectados y disponibles para los demás. 
Contra la pulsión de convertir nuestras redes sociales en escaparates de nuestra intimidad. 

La siesta como refugio, como paréntesis necesario en nuestros días sobrecargados. "Un reencuentro con [...] el centro, las certezas, la distancia necesaria para pensar, habitar y entender el mundo". La siesta como reivindicación de otra forma de entender el tiempo, de protegerlo de ese otro tiempo tan frenético y tan omnipresente que siempre nos dice "haz" y nunca "descansa" (y cuando nos dice "descansa" nos está diciendo en realidad "descansa para poder ser más productivo después"). 

La siesta es un tiempo detenido, sin duración determinada. Una línea conscientemente torcida en el papel pautado de nuestros días. Al final, un acto de resistencia anárquica contra el afán de controlar el tiempo para explotarlo. Como dice el autor, la siesta es "una resistencia a la obligación de estar activo, de hacer algo constantemente". 

Para mí la siesta es un paréntesis y un regreso. Un paréntesis en el día laborioso y un regreso a la infancia, esa etapa ajena a horarios laborales y obligaciones adultas. Un regreso al regazo de mi madre, con el runrún del telediario de fondo, o a una cama individual y tres horas seguidas de inconsciencia con la promesa gloriosa de una merienda de nocilla y galletas. 

Yo siempre he sido muy de siesta. Y después de leer este librito,  que se lee en el tiempo de echarse una, aún más. 



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