jueves, 5 de marzo de 2020

LA MUJER INVISIBLE

Hay una escena habitual en ciertos baños públicos, sobre todo en teatros y en recintos cerrados: mientras que los hombres entran sin esperar, en el servicio de mujeres siempre hay cola. La mayoría nos encogemos de hombros, como los privilegiados ante los engorros que nunca nos afectan. Poquísimos se paran a pensar cómo es que esta situación se repite con tanta frecuencia. Es decir, ¿por qué, si el espacio está repartido al 50% entre hombres y mujeres, sólo hay colas en los baños de mujeres? La respuesta, por mucho que les pese a los misóginos, no es necesariamente que las mujeres sean más tardonas. La respuesta es que si las mujeres disponen de, pongamos, seis cubículos, en general los hombres tendrán seis cubículos y otros tantos urinarios externos, con lo cual podrá haber siempre más hombres que mujeres usando el servicio a la vez. La respuesta es que aproximadamente un 20% de las mujeres entrarán al servicio también para cambiarse el tampón o la compresa porque tienen la mala costumbre de tener la regla todos los meses, lo cual les lleva la eternidad de dos o tres minutos más. La respuesta es que las embarazadas orinan más veces al día que las mujeres no embarazadas, y por supuesto, que todos los hombres. Y podríamos seguir, pero ya da hasta casi vergüenza. Después de todas estas respuestas, la pregunta urgente sería: ¿por qué no se tienen en cuenta las necesidades fisiológicas de las mujeres a la hora de construir baños públicos para evitarles de una vez esas colas humillantes?

Con este ejemplo y decenas y decenas de ejemplos más, la autora argumenta una respuesta: el mundo ha estado y sigue estando mayoritariamente diseñado por hombres que dan por supuesto, casi siempre sin mala intención, que sus necesidades son las necesidades de toda la población mundial porque han aprendido (como todos hemos aprendido) que el hombre es la medida de todos los seres humanos.

Cuando se trata de hacer cola en los baños públicos, la discriminación es engorrosa. Pero cuando hablamos de chalecos antibalas diseñados para hombres que no se ajustan correctamente a los cuerpos femeninos, o de coches cuya seguridad está probada exclusivamente para cuerpos masculinos, la discriminación puede ser simplemente mortal para las mujeres.

Los hombres confunden su punto de vista sobre la realidad con el único punto de vista posible. Piensan que su realidad tiene que ser la misma realidad para todos. Así, estiman que si colocan un estante a 1,90 metros de altura, todo el mundo alcanzará lo que pongan encima con la misma facilidad que ellos; si en los países nórdicos priorizan la limpieza de la nieve de las carreteras y descuidan la de las aceras es porque piensan que, como ellos, la mayoría de la gente se desplaza en coche y los peatones son en buena medida invisibles; si diseñan parques cuyo público infantil termina siendo mayoritariamente masculino es porque creen que las niñas simplemente prefieren quedarse en casa. Hace falta un esfuerzo especial de empatía, y, sobre todo, más mujeres diseñando la vida pública, para entender que las mujeres son en general más bajas que los hombres, que usan menos el coche y más el transporte público periférico y las aceras, y que, como se ha demostrado en muchos países, si las niñas disponen de un parque donde sentirse a gusto no se suelen quedar en casa.

Caroline Criado Perez


Hay un aspecto curioso que resalta Caroline Criado Perez al inicio de este ensayo monumental: la desigualdad entre hombres y mujeres a menudo no es malintencionada ni deliberada. "Todo lo contrario. Responde simplemente a una forma de pensar que ha existido durante milenios y que es, más bien, una forma de no pensar. Incluso un no pensar doble: a los hombres se les da por supuestos y a las mujeres no se las menciona. Porque cuando nos referimos a lo humano, en un sentido general, nos referimos al hombre". Que la desigualdad no sea malintencionada no debería alegrarnos, sino al contrario: el hecho de que la tengamos tan incorporada a nuestra forma de vivir hasta el punto de no percibirla resulta mucho más preocupante, pues si fuese nada más que el resultado de un grupo extenso de hombres encabronados siempre sería mucho más fácil identificarla y combatirla.

Combatir la desigualdad entre hombres y mujeres pasa por eliminar la brecha de datos de género, es decir, la falta de datos específicamente femeninos en todas las investigaciones que se usan para el diseño de nuestra sociedad, desde las decisiones políticas hasta la composición de los medicamentos, pasando por los espacios urbanos y la prevención de riesgos laborales en el trabajo no remunerado de cuidados a niños y a mayores. Y combatir la desigualdad ya no es sólo una cuestión básica de ética, justicia y dignidad. También es una cuestión económica urgente. El coste económico que supone en todo el mundo la violencia contra las mujeres y no tenerlas en cuenta en la toma de decisiones a nivel público es brutal y lo puede entender cualquier hombre que entienda un gráfico con estadísticas, aunque carezca de toda moral y empatía. Ya no hay excusa. Sólo prejuicios y el deseo de permanecer en la ignorancia para perpetuar un privilegio masculino criminal.

Los que aún no están convencidos de que la discriminación de género es una realidad, encontrarán en este ensayo una avalancha tal de argumentos contrastados que difícilmente podrán seguir negándola. Los que ya están convencidos, descubrirán hasta qué punto la brecha de datos de género es la causante de que las mujeres sigan sufriendo más que los hombres, desde las colas para ir al baño hasta las muertes por diagnósticos erróneos.

Caroline Criado Perez ha escrito un ensayo exhaustivo y amenísimo. Ojalá muchos lo lean. Y ojalá los que tengan poder para ello tomen nota y lo pongan en práctica. 



2 comentarios:

  1. Simplemente agradecerte tu trabajo, tus reflexiones y la claridad de tus reseñas. ¡Bravo! y ¿olé!

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  2. Muchas gracias, Roberto. Un honor contar con lectores como tú.

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