El osito de Sofía, más que un juguete, era un amigo. Con él salía al parque, con él daba largos paseos por el bosque y con él vio el mar por primera vez. Qué larga era la playa, qué suave la arena y el mar... ¡Qué día más perfecto!
Hasta que llegó la tormenta. Su padre le cogió la mano, recogieron rápidamente sus cosas y salieron corriendo para evitar la lluvia y las ráfagas de viento. Tanta prisa tenían que ninguno de los dos se dio cuenta de que el osito de Sofía se había caído de una bolsa y se había quedado en la playa, a merced del temporal.
Y ahí se quedó, sentado en la arena. Solo. Hasta que el mar lo vio y lo acogió con su marea para protegerlo y ayudarle, prometiéndole que lo llevaría de vuelta a casa. ¿Lo lograría? ¿Volvería Sofía a ver algún día a su amigo?
Tom Percival ha escrito una historia sencilla y emotiva sobre cómo los afectos de la infancia pueden durar una vida entera. Y la ha ilustrado con una delicadeza extraordinaria, inspirándose para alguna de las escenas en cuadros de pintores holandeses que se encuentran en el Rijksmuseum.
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