lunes, 17 de junio de 2019

JONAS FINK

Le decía a Patricia el otro día que este es un cómic para los que no leen cómics. Tiene un dibujo clásico y expresivo, con un colorido que recuerda vagamente a los años cincuenta y sesenta, la historia avanza a toda máquina sin dejar por ello de detenerse en pequeños detalles emocionantes y no puede ser más universal en sus temas: represión, injusticia, amor eterno, revolución y los libros y la cultura como tablas de salvación para un sociedad deseosa de liberarse de la dictadura. 

Sí, es un cómic que recomendaría a cualquiera que no esté acostumbrado al género. Porque lo tiene todo para gustar a cualquiera y a la vez es una de las obras gráficas más ambiciosas y apasionantes que he leído nunca. "Una de las cumbres del cómic europeo", dicen los críticos. Pues no me extraña. 

Jonas Fink es hijo de un médico condenado a prisión por negarse a ser cómplice de la dictadura comunista que se impuso en Checoslovaquia a partir de 1949. Expulsado de la escuela, condenado a trabajar para escapar de la miseria, pronto encuentra en los libros una forma de evasión y de traer a casa un sueldo de subsistencia. Entabla amistad con un pequeño grupo de chavales que se reúnen en un parque para leer en voz alta libros prohibidos, sin ser del todo consciente del peligro que eso supone en una Praga atenazada por la represión y la paranoia de las delaciones. 

Vittorio Giardino ha dedicado a esta obra más de veinte años de su vida. Una obra sobre la historia de Praga desde 1949 hasta 1968, sobre los muros que los hombres levantan entre países y entre personas, por miedo a que su idea del mundo pueda ser puesta en entredicho. Los políticos checos decían: "Los individuos pueden equivocarse, pero el Partido nunca". Y esta historia es un ejemplo magnífico de la sombra que esta religión soviética extendió sobre los países de Europa del Este a partir de 1949 y que destrozó la convivencia y la esperanza en el futuro de tres generaciones. 

Por último, es un homenaje a las librerías como focos de resistencia. Librerías como refugios, como trincheras desde las que defender la palabra y la idea de futuro. Y me ha gustado pensar que esta pequeña librería madrileña en la que trabajo, y desde la que leo y escribo, es de alguna forma heredera de la librería praguense que aparece en este cómic. Heredera en promover la libertad de expresión, en enarbolar la bandera del compromiso contra cualquier tipo de censura y en tratar de combatir, década tras década, la ignorancia y el autoritarismo. 



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