lunes, 26 de abril de 2021

LA HIJA ÚNICA

Hay una mujer embarazada a la que le anuncian que su hija no podrá sobrevivir al nacimiento. 
Hay una madre que ve en cada grito y pataleta de su hijo los gritos y los golpes de su exmarido. 
Hay dos palomas que incuban en un nido improvisado un huevo que quizá no sea suyo. 
Y hay una mujer mexicana que, decidida a no ser madre, y después de disfrutar de los sabores, olores y costumbres de medio mundo, vuelve a Ciudad de México para escribir una tesis y asentarse, y observar estas tres facetas de la maternidad, tres caras muy diferentes de un mismo prisma que quizá cambie su forma de ver su propia vida. 

La maternidad siempre está enredada en una maraña de emociones encontradas. Alegría, miedo, incertidumbre, dudas y culpa pueden teñir el amor de colores indescifrables. Y esta novela tiene el don de mostrarnos ese cuadro de colores imposibles desde la distancia adecuada para poder diferenciarlos, ponerles nombre e identificarlos con sabiduría y delicadeza. 

Me ha impactado la forma en que Alina, la mujer embarazada, acepta el diagnóstico que sentencia a su hija, y cómo empieza el duelo antes incluso de que nazca. Si va a morir nada más nacer, si el nacimiento va a ser también una muerte, quizá lo mejor sea prepararse cuanto antes. El dolor y el amor se mezclan aquí para llevarnos por caminos insospechados. 

He leído esta novela con una mezcla de calma y sobrecogimiento. Calma por el tono sosegado y sencillo de la prosa de Guadalupe Nettel. Y sobrecogimiento por esta historia tan tremenda, tan llena de aristas y de abismos por la que avanzan a tientas los personajes, buscando una luz al final del camino. 






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