martes, 28 de agosto de 2018

PIRENAICA

- ¿Has visto cómo huele? 
- Sí, a humedad, a campo, a montañas...
- A vacas.
- ¡Y a sus cacas!
- Y también a otra cosa. Más adentro, más...
- Te estoy viendo la sonrisa, pillo. 
- Es que es verdad. ¿Tú no lo hueles?
- ¿...?
- ...
- Suéltalo ya, venga. 
- ¡Huele a una buena historia!

Y tenía razón. Los Pirineos esconden una buena historia tras cada curva de sus carreteras. Algunas se ven, y se huelen, a simple vista: ovejas que se te cruzan de improviso y que parecen señalarte con el rabillo del ojo la granja especializada en Fromage de brebis que te encuentras cien metros más abajo; caseríos desperdigados al azar por valles siempre verdes que parecen competir por la medalla al caserío más escandalosamente apetecible para la jubilación de un urbanita. Otras necesitan alguna guía o un buen libro para ser descubiertas. Un libro, por ejemplo, como este de mi querido Ander Izagirre. 

- ¿Te mareas?
- Un poco, creo que me voy a reclinar un poco el asiento... 
- Vale, y yo te cuento lo que veo. 
- Genial. Cuéntame. 
- Ciclistas. Un repecho. Dos repechos. Curva de herradura a la izquierda. Más ciclistas. 
- ¿Suben o bajan?
- De momento suben. Es pronto. 
- ¿Y qué tal van?
- Bien. Bueno, alguno hace eses. A lo mejor se le ha caído algo y lo está buscando. 
- ¿Como Ander?
- No seas mala, que Ander es un campeón. 
- Y se le suben los caracoles a las ruedas. 
- Shh, calla que te va a oír. 
- Si seguro que se lo cuentas luego. 
- ¿Yo? Nunca.
- Bueno, ¿y qué más ves?
- Vacas. Caseríos de jubilación. Más ciclistas. Y una condesa pelirroja. 
- ¿Cómo?
- Ah, no, eso lo leí ayer en Pirenaica
- Pues cuenta, cuenta. 

Y así hemos pasado nuestro periplo pirenaico P. y yo. Carreteando por valles verdes llenos de ciclistas, metiéndonos en caminatas alpinas por encima de nuestras posibilidades y leyendo esta crónica ciclista del bueno de Ander por las noches para saborearla en compañía durante el día. P. no lo sabe pero esta es ya la tercera vez que este hombre me mete en su mochila. La primera me sedujo con un plan para cruzar los Apeninos a pie y me tuvo un par de días sudando las zapatillas en Cansasuelos. Luego, en un viaje más largo y menos lúdico, me convenció para bajar a la mina de Potosí y aprender en qué consistía aquel infierno con nombre de tesoro. Y ahora me ha tenido pegado a su rueda durante no sé cuántos días para hacer una hazaña digna de un loco: cruzar los Pirineos desde San Sebastián hasta el Cabo de Creus a lomos de una humilde bici. No hace falta decirlo, pero yo con este loco me voy adonde él diga. 

Mientras endereza el asiento, P. desenfunda el móvil. 
- ¿Has visto que Ander está escribiendo un libro sobre el pueblito donde hemos dormido?
- Sí, y no hemos visto esos cerdos negros y rosas de los que habla en Facebook. 
- Ya, fatal.
- Pero parece que tardará en publicarlo. 
- "Para cuando lo acabe, igual volvemos todos en taca-taca", dice. Jajaja, qué guasón. 
- Pues yo me apunto, en taca-taca o a lomos de un caracol de esos que dice que se le suben a las ruedas. 
- Shh, que te va a oír
- Va, no te burles. Y además, hay que estar callados, que a lo mejor aparece el zorro. 
- ¿Qué zorro?
- ¿No te he contado esa historia?
- ¡Qué va!
- Pues escucha, escucha...


Fotografía tomada por Ander Izagirre de la bajada por el bosque de Issaux hacia el valle de Aspe durante una de sus etapas para Pirenaica.



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