
He leído este libro en ratitos robados a un sábado en la librería. A veces entraba un cliente silencioso y tardaba en darme cuenta, o no me daba cuenta en absoluto, hasta que venía al mostrador con cara de no quería molestarte, pero... y me sacaba de la historia para consultarme sobre un autor. Ojalá muchos más libros se dejaran leer así, a ráfagas, con deleite y vorazmente, sin sentir que el autor te obliga a pensar cada frase y admirar la arquitectura artística de sus juegos literarios. Una primera frase resultona. Un propósito. Un placer para compartir. Y adelante con tu viaje.
Este libro tiene muchas historias. Seis días a pie por los Apeninos, en buena compañía, dan para mucho. Sobre todo si viajas, como Ander, con la imaginación alerta para distinguir nazis entre la maleza, penes minúsculos que según desde dónde los mires pueden recuperar su tamaño verdadero, exprimidores de limones en cúpulas renacentistas y sutiles dilemas morales sobre qué hacer con un caracol que cruza un camino de montaña. He señalado pasajes para leérselos a P. en nuestras pausas, con la voz de mira mira mira esto, que no te lo puedes perder, y eso no lo hago casi nunca. Y sobre todo, Cansasuelos me ha transmitido el virus de la montaña, ese que te hace desear a toda costa desgastar suelas por senderos no asfaltados y respirar la naturaleza al ritmo silencioso de tus pasos.
Me gustan los libros que te mueven a viajar. Y éste es uno de ellos.
De hecho, si me quedaran un poquito más cerca los Apeninos y tuviera seis días libres seguidos, no habría dudado en proponerle a P. una escapadita para triscar por los montes y buscar todas esas ruinas antiguas, vestigios nazis, trocitos de calzadas romanas y naturaleza casi virgen que invita al silencio que describe el autor de este libro. De momento, nos conformaremos con esperar a las próximas vacaciones y tirar para el norte de España con mapa, provisiones y cantimplora, para añadir nuestras huellas a todas las huellas de viajeros que a lo largo de los siglos han probado a cansar el suelo sin conseguirlo y, por qué no, terminar de decidir qué hacer con los caracoles suicidas que se lanzan a cruzar los caminos sin mirar.
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