¡Cómo me gustan las novelas de Jordan Harper! Lo descubrí a principios de año con su último libro, Silencios que matan, y ahora he vuelto a él porque me apetecía mucho una novela negra rápida y adictiva para el fin de semana. ¡Qué subidón de adrenalina! Qué manera de no parar de leer. Es una novela tremendamente fluida, intensa, bien escrita y con las capas de lectura necesarias para que te haga pensar mientras no paras de pasar páginas a toda velocidad.
«Si no había ningún lugar seguro para ella, el único lugar donde podía estar era a su lado. Si tenían que caer, caerían juntos, y no sabía qué otra cosa le podía ofrecer más que eso». Ella es Polly, una niña de once años y la verdadera protagonista de esta historia, lo cual ya ofrece una refrescante sorpresa: ¿una novela negra negrísima protagonizada por una niña de once años? Ah, pero no es una niña cualquiera. Polly es tímida, sí, y va a todas partes con su osito de peluche todavía, sí, pero tiene los ojos de un azul desvaído en los que se esconde una inteligencia vivaz y un no sé qué que causa escalofríos. Es «una niña con el pelo sandía y ojos de pistolero».
Un día, su padre va a buscarla al colegio y ella se queda petrificada. Porque su padre estaba en la cárcel hasta ayer, y si ahora está ahí esperándola es porque ha debido de fugarse. Se lo ve en los ojos, de un azul desvaído parecido a los suyos, se lo ve en las miradas huidizas a los lados. Lo que no sabe es el enorme problema en el que está metido. Y en el que va a estar metida ella también en cuestión de minutos.
Esta es una novela de persecución que por momentos me ha recordado a Billy Summers, de Stephen King. Hay jefes de grupos supremacistas blancos que ejercen su enorme poder desde celdas de máxima seguridad, hay sicarios con rayos azules tatuados en los brazos, hay neonazis haciendo barbacoas en las playas de Los Angeles y hay un padre y una niña cuya leyenda crece y crece a medida que avanza la novela. Hay una energía incontrolable, que a menudo se desborda, pero que siempre fluye más o menos contenida, en todos los personajes que viven al borde del precipicio. Polly «había aprendido que la energía que rebosaba en su cuerpo era un combustible. Hasta entonces había sido un cohete varado en la plataforma con los motores rugiendo, quemándose por dentro; ahora le tocaba volar».
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