Recuerdo muy bien la impresión que me dejó Pequeño país, la primera novela de Gaël Faye. Ese impacto, ese escalofrío producido por la delicadeza con la que contaba una historia tan dura. Aquel pequeño país es Burundi, un pequeño pulmón verde en el corazón de África que se desangró terriblemente en los años noventa debido al genocidio tutsi y que pertenece a la historia íntima del autor. De madre ruandesa y padre francés, Faye vuelve a sus orígenes para contarnos una historia intensa y profunda sobre la necesidad de encontrar las raíces para construirnos una identidad en la que podamos reconocernos.
El protagonista de esta historia es un chico de doce años que vive en Versalles y está empezando a descubrir el mundo. De madre ruandesa y padre francés, apenas sabe nada del origen del color de su piel. Ha vivido una infancia llena de silencios, de asuntos de los que no se puede hablar, como la vida y la familia que dejó su madre en su Ruanda natal, o la relación ambigua entre sus padres, construida sobre unos andamios a menudo demasiado frágiles. Un día de 1994 su madre llega a casa con un chico escuálido y herido, su sobrino, según les dice. Es un superviviente del genocidio que ha golpeado Ruanda y se va a quedar con ellos de momento. Ahí empieza para el protagonista el inicio de un viaje a sus orígenes que le llevará a buscar los secretos familiares a la sombra violeta de un jacarandá, un árbol capaz de florecer tras la tormenta.
Gaël Faye tiene una sensibilidad maravillosa para recubrir la aspereza con una capa de delicadeza. Hay una inocencia, una vulnerabilidad en su prosa que no rehúye la mirada, que es capaz de enfrentarse a la peor violencia con un encomiable espíritu de resistencia. Pone palabras donde a menudo solo reina el silencio, y también encuentra silencio para compartir lo indecible. El jacarandá es una novela luminosa sobre la posibilidad de la vida y de la belleza después de la mayor barbarie. Una historia que insufla esperanza en pueblos que afrontan genocidios, como el palestino, para imaginar una vida posible cuando la violencia termine.
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