lunes, 21 de julio de 2025

EL ACCIDENTE

¿A quién no le ha pasado esto?, pensaba, mientras leía este librito de Blanca Lacasa. ¡A muchísima gente!, me respondía una voz indignada dentro de mí. Venga, dime si conoces a una persona de más de sesenta años que haya podido vivir el «accidente» de esta novela. Vale, es verdad. Pocas, casi ninguna. ¿Es generacional, entonces? Quizá. El tono lo es. Esas frases cortas. Cortas o cortadas, como a cuchillazos. Que te aceleran el ritmo cardiaco y pasan por la garganta raspando, con todos esos puntos y sobrentendidos y descarrilamientos de expectativas. No sé si es generacional. Es, desde luego, el producto de una educación que, a las generaciones nacidas a salvo de las garras morales de la dictadura,  nos ha permitido colocar la emoción, la atracción y la necesidad de gustar fuera del corsé del deber y de la obediencia. 

Pero a quién no le ha pasado esto. Lo sigo pensando. Y esto tiene su sombra y su luz, es una desgracia y una suerte. Y cómo duele y cómo te hunde, pero no querría habérmelo perdido por nada del mundo. Esto es un accidente, una demolición. Y a veces en la memoria se queda brillando como una aguja clavada que duele. Pero que se queda brillando. 

El accidente es enamorarse a destiempo. Es sentir una atracción que no tiene el espacio y la oportunidad para crecer y respirar. Que vive, en el mejor de los casos, en un cuarto clandestino hecho a toda prisa. Muy bonito, el cuarto. Preciosos muebles, decoración exuberante. Vistas que cortan el aliento. Pero con la ventana sellada. El accidente es un amor fiera al que nadie puede ver y que, por falta de alimento, no duda en devorarse a sí mismo. 

Quien haya vivido los inicios de un amor a destiempo y sin futuro va a ver su reflejo en cada una de las setenta y cuatro páginas de esta historia. Se va a cortar con el filo de cada frase. Da igual que sean imposibles, hay amores que no hay quien los pare. Ni la razón ni la prudencia. La sensatez solo aparece como el juez que sentencia la pena de muerte. Nuestra «imperiosa necesidad de gustar» nos lleva a meternos en cuartos demasiado bonitos para ser reales, demasiado vertiginosos para poder habitarlos en libertad. A quién no le ha pasado. Quién no tiene una muesca que duele y brilla clavadita en la memoria. Este libro es su homenaje. 



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