Dos de los imperativos más importantes hoy en día para intentar atajar los peores pronósticos sobre el cambio climático a corto plazo son decrecer en todos los ámbitos y dejar de comer animales. Son dos imperativos que atañen a la política, pero también a nuestros hábitos diarios. Si alguien estaba preocupado porque no sabía qué hacer por la salud de nuestro planeta, la respuesta es sencilla y tiene un impacto inmediato: consume menos productos y no comas animales. Tanto Jason Hickel en Menos es más como Ed Winters en Esto es propaganda vegana lo explicaron perfectamente en dos ensayos que cambiaron radicalmente mi forma de entender la economía, la salud del planeta y mi lugar en el mundo. Basta con informarse un poco sobre qué es el veganismo para darse cuenta de que comer productos de origen animal es una barbaridad innecesaria, cruel y peligrosa. Este ensayo de Javier Morales propone bajarnos de nuestro antropocentrismo para empezar a mirar al resto de habitantes de este planeta como iguales, no como esclavos o subalternos. Y lo aborda intentando aunar dos corrientes que no siempre luchan de la mano: el ecologismo y el animalismo.
Se puede negar la emergencia climática por superstición (el pensamiento conspiranoico lleva ya un tiempo en auge), o por interés (mientras a mí no me afecte directamente, qué más me da). También se puede aceptar su existencia, hablar de ella con honesta preocupación y sin embargo no hacer absolutamente nada al respecto, por ignorancia o por comodidad. Estos últimos son el colectivo más numeroso en el norte global y a ellos hay que dirigir especialmente nuestros esfuerzos. Hay pocas cosas más desoladoras que ver la incapacidad para cambiar de tantos millones de personas convencidas de la necesidad real de dicho cambio.
Este libro propone la necesidad de un giro radical en el modo de relacionarnos con la naturaleza. Yo lo he experimentado, hace relativamente poco. Para mí, por ejemplo, el jazmín era un perfume. Un olor agradable. Ahora es una planta, una flor que florece a finales de la primavera, efímera pero intensa, con un sinfín de significados. Otro ejemplo, más importante: el pollo era un alimento resultón en una bandeja de poliespán en el supermercado. Ahora es un animal que vive internado mayoritariamente en condiciones deplorables y contaminantes, con dolor constante y que sufre una muerte agónica y atroz para un fin superfluo. La palabra ha transformado su significado en mi mente, de tal forma que ya es imposible que vuelva a comerme un pollo. De la misma forma que el más carnista de los españoles no se comería nunca una chuleta de perro. De la misma forma que es imposible hacerle comer animales a un niño si le explicas de dónde viene y no le has enseñado previamente a disociar seres sintientes de trozos de comida. Esa inocencia, unida a la conciencia adulta de estar combatiendo una atroz y venenosa barbaridad, son dos actitudes que dan esperanza para el futuro del planeta.
Si para comer productos de origen animal tuviéramos que matar a los animales nosotros mismos, el 99,99% de la sociedad sería vegana. Es algo común en psicología, se llama disonancia cognitiva. Mientras otro lo haga, no hay problema, yo puedo beneficiarme de la matanza sin sentir culpa. Como los alemanes de a pie que se apropiaban de los bienes de los judíos arrestados por la Gestapo. Total, no eran personas del todo. Y ya no estaban. Total, la carne que me como es comida, presentada, comercializada, comprada y consumida como comida: el animal ya no está.
«Basamos nuestra dieta en miles de millones de cadáveres de otras especies a las que consideramos inferiores. Nuestra comodidad se sustenta en una fosa común», dice Javier Morales. Este libro es una voz, un grito que se suma al clamor que ha conseguido que cerca de cien millones de personas en todo el mundo hayan decidido dejar de comer productos de origen animal. Las razones son conocidas, pero se pueden resumir así: «El especismo es una ideología, una manera de estar en el mundo incompatible con la vida en el planeta». Queda muchísimo camino por recorrer, mucha ignorancia, mucha desconfianza y mucha violencia que combatir. Y hay que dar la batalla pese a todo. Si renunciamos y bajamos los brazos ya hemos perdido. Todos.
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