Quizá porque suelo leer sus libros en vacaciones, o porque me transmiten la libertad de los viajes, lo cierto es que a Ander Izagirre lo asocio siempre al verano. A una vida de ventanas abiertas y viento en la cara, a la alegría de coger carretera y dejarse llevar adonde haya siempre una aventura nueva. Lo descubrí en 2016 con un librito chiquitito titulado Cansasuelos. Seis días a pie por los Apeninos y desde entonces siempre me transmite el virus de la montaña, ese que te hace desear a toda costa desgastar suelas por senderos no asfaltados y respirar la naturaleza al ritmo silencioso de tus pasos. Es divertido, guasón, entretenidísimo, desprejuiciado. Ahora que no me escucha: Ander Izagirre es genial.
En la línea de Pirenaica, el libro en el que contaba con maravilloso humor su loco periplo de una punta a otra de los Pirineos, Ander ha vuelto a subirse a la bici para esta Vuelta al país de Elkano, un viaje circular por el País Vasco, un homenaje a su historia y a los vascos que la pueblan. Toma como hilo conductor a uno de los vascos más audaces y famosos, Juan Sebastián Elkano, el navegante que reclama haber sido el primero en dar la vuelta al mundo, y nos cuenta su historia con una mirada siempre atenta a lo insólito oculto en lo cotidiano. A ese Mar Cantábrico por el que siempre han circulado con más o menos libertad mercancías, ideas, artistas y algunas cosas peores.
Los vascos. ¿Pero quiénes son los vascos? O mejor, ¿qué es un vasco?
Cazadores de ballenas. Exploradores. Constructores de barcos. Guerreros fronterizos. Corsarios al servicio de la corona y del pillaje. Lejos de ser lo que la tradición nacionalista conservadora nos ha inculcado desde el siglo XIX (¿por qué todo lo malo siempre viene del siglo XIX?), los vascos fueron un pueblo colonizado y colonizador, siempre permeable a otras culturas y formas de vida a través de esa frontera abierta que es el mar. Marineros más que campesinos. La ballena los representa mejor que el caserío. Su herramienta predilecta fue más a menudo un barco que un arado. Y gracias a su habilidad marinera y a las redes comerciales que les proporcionaba fue como consiguieron sus fueros, su papel notable en la historia de España y su carácter independiente y excepcional.
«Todo lo que es de aquí de toda la vida lo trajo alguna vez un forastero».
«Todos los que son de aquí de toda la vida descienden de alguien que vino de otra parte».
«Lo que hacemos aquí de toda la vida suele mejorar cuando lo mezclamos con lo que hacen otros allá».
A Ander Izagirre le encanta desmontar tópicos y este libro da vueltas y revueltas a la idea de un país con las fronteras abiertas. Frente a la idea de pueblo recóndito, aislado por las montañas y por el carácter ancestralmente cerrado y belicoso de sus pobladores, cada historia de este libro abre una ventana a ese supuesto aislamiento y nos ofrece una perspectiva más amplia, veraz y saludable de un país cuya virtud siempre fue saber absorber y hacer suyas las influencias de otras tierras y gentes.
En ese sentido me ha recordado a Una lección olvidada, de Guillermo Altares, porque vuelve una y otra vez a la idea de que los pueblos, todos los pueblos, son por naturaleza promiscuos, y cuanto más propensos a mezclarse con otros pueblos y a compartir y aprender de los demás, mejor les va. En este incierto siglo XXI en el que vuelven los pogromos, la pureza racial y la expulsión de lo distinto para intentar conservar alguna esencia ficticia, no viene mal recordar que cerrando fronteras y expulsando al diferente no solamente no lograremos conservar nada, sino que estaremos firmando nuestra propia condena a la extinción.
En este libro aparecen decenas de vascos y vascas de todos los lugares y épocas con historias apasionantes. Pero si tuviera que escoger una historia, una sola entre todas, me quedaría con la que me ha hecho llorar. Es la de una mujer que trabaja en el mar de Groenlandia como geóloga marina. Cuando hace unos años llegó con su equipo a la altura de la isla Spitsbergen, en el archipiélago de las Svalbard, latitud 78, se emocionó mucho y les contó a sus compañeros científicos de todas las partes del mundo que por allí navegaban balleneros vascos hace más de cuatrocientos años en sus barcos de madera. Ellos la miraron extrañados y le preguntaron: ¿qué es un vasco? «Y esa mujer de veinticuatro años, piel oscura, pelo negro rizado, geóloga, paleoceanógrafa, navegante, llamada Naima el bani Altuna, les dijo: yo».
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