lunes, 31 de enero de 2022

EL PENSAMIENTO CONSPIRANOICO

Piensa mal y acertarás. ¿Quién no ha escuchado esta frase de alguien cercano? ¿Quién no tiene una tía, un abuelo o una amiga que ha hecho de este refrán su filosofía de vida? Piensa mal y acertarás. Porque si no piensas mal eres un ingenuo, te las van a colar todas, hijo mío, si es que no se puede ir de buenazo por la vida. Las personas que piensan que aciertan cuando piensan mal suelen inspeccionar la vida en busca de amenazas. Cualquier noticia, incluso la más alegre, la más festiva, la más inocente, tiene que pasar por el escáner de la sospecha. Esa automatización de la desconfianza es en el fondo muy satisfactoria para quien la tiene. Te hace sentir activo y lúcido. Detectar segundas intenciones en los demás te pone sutilmente por encima de los que no las detectan. Ellos no han sido tan rápidos como tú. Ni tan listos. Ni tan inteligentes. La sospecha enriquece tu realidad con múltiples posibilidades. Si tu marido te dice que ya baja él a comprar el pan, ¿qué irá a hacer de camino? ¿Con quién se encontrará? ¿Querrá hablar por teléfono con alguien sin que tú te enteres? ¿Y con quién? ¿Y para decirle qué? Y ay si aciertas alguna vez con tus sospechas. La vida se reordenará de una forma maravillosa y tu propia perspicacia te resultará fascinante y el mejor revulsivo para seguir insistiendo en pensar mal para acertar. 

Piensa mal y acertarás es el refrán que ha inoculado el virus de la conspiranoia a través de la cultura popular. Y este libro, amenísimo, exhaustivo y divertidísimo, desmenuza las lógicas del pensamiento conspiranoico, no siempre tan delirantes como nos gustaría creer. Mientras que el pensamiento lógico parte del estudio de los hechos para extraer una conclusión argumentada, el pensamiento conspiranoico parte directamente de la conclusión para luego buscar los hechos que mejor puedan explicarla, sin importar la relación que estos puedan tener con la realidad. ¿Quién no conoce a alguien cercano que en conversaciones informales lanza afirmaciones y luego no sabe argumentarlas? 

Y es que, como cualquier religión, la conspiranoia es profundamente tentadora porque ofrece un consuelo inmediato para este mundo incierto en el que vivimos. El consuelo de las verdades absolutas que lo explican todo. Si todo tiene un sentido, no hay que tener miedo. La conspiranoia, como cualquier religión, toma la complejidad de la realidad y la divide en piezas sencillas que encajen perfectamente unas con otras, otorgando la serenidad de un puzle terminado. Qué gusto da poner la última pieza y sentarse a contemplar la bella imagen de un mundo cuyas perversidades han sido por fin desenmascaradas. 

El auge de las fake news a partir del 2016 (año del Brexit y de la elección de Donald Trump) dejó el campo sembrado para la proliferación de las teorías de la conspiración, alentadas por políticos conservadores de todo el mundo. Clamaban libertad de expresión para sus mentiras repetidas, y cualquier medida tomada en pos del rigor informativo como la retirada de vídeos de Youtube y Facebook sobre la pandemia como un plan orquestado para someter a la población mundial empezó a ser contemplada como un flagrante delito de censura, lo cual corrobora inmediatamente su tesis: si se censura es que es verdad y no quieren que se sepa. 

La conspiranoia es un sistema de creencias cada vez más implantado y con más relevancia sociocultural. Sus defensores se sientan en la gran mayoría de las mesas en las reuniones familiares y se lo toman con la seriedad trascendente de los misioneros. Es su religión, su verdad revelada. Y su misión es difundirla para que la gente deje de vivir engañada. Estudiar los pensamientos conspiranoicos no sólo sirve para bucear en los infinitos recovecos psicóticos de la mente humana, sino para aprender los miedos y ansiedades sociales de cada época, transformados en monstruos reales o imaginarios que son un reflejo de quienes somos. 

Este libro defiende que las teorías conspiranoicas son casi siempre las mismas desde los tiempos de Matusalén: un grupo secreto de gente muy mala nos quiere dominar sin que nos enteremos, pero, ah, amigo, aquí estamos nosotros, los elegidos, para desenmascararlos. Ya lo vimos con la conspiración judeo-masónica que fue neutralizada por los nazis gracias a los campos de exterminio y mantenida a raya por la dictadura de Franco gracias al aislamiento y la santísima religión nacional-católica. Conspiración reencarnada en la actualidad por Soros y esa élite todopoderosa multinacional que gobierna el mundo y nos controla con sus superpoderes y que solamente la extrema derecha salvadora podrá hacer frente a golpe de bulo. 

La desconfianza patológica es un virus mental. Un virus que late en la sabiduría tradicional a través de los refranes, que se sienta en nuestras mesas para convencernos de todo tipo de teorías. Un virus al que, gracias al acceso universal a internet, nunca antes en la historia habíamos estado tan expuestos. La expresión de la teoría conspiranoica empieza de forma inocua en boca de personas aparentemente sensatas, y termina resultando muy parecida a la de un brote psicótico. Un brote psicótico colectivo. Y con repercusión. Y con representantes públicos en el Congreso. 




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