La pasión por adoctrinar y censurar está presente en toda la historia de la humanidad. Pero el auge del cristianismo en la época clásica fue uno de sus momentos más intensos. Y durante mil setecientos años ha marcado a sangre y fuego la forma de pensar —y de no poder pensar— de generación tras generación en Occidente, hasta hoy.
Mientras que en su anterior ensayo, La edad de la penumbra, Catherine Nixey documentaba la destrucción de la cultura clásica que provocó el auge del cristianismo a partir del siglo IV, en Herejía nos cuenta cómo las creencias y las ideas fueron silenciadas de forma violenta, en especial aquellas que explicaban los inicios del cristianismo y la figura de Jesús de maneras distintas a la normativa. Nos cuenta también las formas en que las personas se vieron obligadas a silenciarse a sí mismas para sobrevivir. Cómo primero algunas cosas no se podían escribir, luego no se podían decir y, finalmente, no se podían pensar. Cualquiera que sepa lo que es vivir en una dictadura, ya sea en su país o dentro de su propia familia, lo sabe bien.
«El historiador E. H. Carr escribió que "los hechos históricos se asemejan a los peces que nadan en un océano anchuroso y aun a veces inaccesible; y lo que el historiador pesque dependerá en parte de la suerte, pero sobre todo de la zona del mar en que decida pescar". Durante muchos siglos fue habitual que los historiadores cristianos no dedicaran mucho tiempo a pescar en las aguas en las que pudieran encontrar salvadores alternativos o relatos de un Jesús asesino, y desde luego pocas veces decidieron presentar esa pesca a sus lectores. A decir verdad, la ausencia de esas historias se debe también, en parte al menos, a causas más siniestras. Muchas de las historias que se cuentan en este libro fueron enterradas, en algunos casos literalmente, cuando el cristianismo accedió al poder. Como proclamaban las atronadoras palabras de una ley del siglo IV, en aquel mundo recién cristianizado el debate público de la religión debía cesar por completo, y quienes siguieran discutiendo en público la religión pagarían "semejante crimen de alta traición con su vida y con su sangre"».
«En el fondo de esas persecuciones se hallaba el nuevo concepto cristiano de herejía. Herejía procede del verbo griego hairéo, que significa escoger. La forma "herejía" —haíresis— significaba simplemente algo que se elige, elección. En el mundo griego precristiano herejía había sido un término con connotaciones positivas; usar el intelecto para elegir opciones con talante independiente era considerado entonces algo bueno. Pero la palabra no mantuvo ese valor positivo. Un siglo después del nacimiento de esta nueva religión, la elección para los cristianos ya no era un atributo loable, sino que se había convertido en un veneno».
A pesar de que Catherine Nixey escribe siempre sobre los inicios del cristianismo y su impacto en la cultura clásica, una época especialmente intolerante y siniestra, sus libros son deliciosamente irónicos. En este nos regala anécdotas impagables sobre las pequeñas miserias de unos señores que se llamaban a sí mismos apóstoles y que pretendían convencer de las bondades de su dios vendiendo sus milagros como si fueran vulgares hechiceros. Resulta estimulante leer las opiniones que algunos pensadores no cristianos tenían de la biblia en la época clásica, aquel texto «necio y delirante» rebosante de «detalles estúpidos, disparates, ridiculeces inconcebibles e historietas manidas que ninguna persona razonable se creería». Como dijo Celso, filósofo griego del siglo II, el tipo de cosas que «aun una vieja borrachuela se avergonzaría de canturrear para adormecer a un niño». Pues, al fin y al cabo, un nacimiento milagroso, antecedentes divinos, resurrección de entre los muertos, descripciones del infierno, juicios públicos, moralidades varias, ascensión al cielo, una fiesta sagrada el 25 de diciembre, un diluvio universal con un arca salvadora, ¿qué eran sino elementos vistos una y otra vez en religiones de todo tipo desde la epopeya de Gilgamesh dos mil quinientos años antes? Una religión que se autoproclamaba nueva y definitiva en la historia de la humanidad presentaba como texto sagrado un torpe refrito truculento de cultos y religiones preexistentes.
Frente a la ignorancia soberbia, la intransigencia violenta y el cerril fanatismo que están en las bases de la religión cristiana, afortunadamente en el siglo XXI podemos estar orgullosos de unas sociedades en buena medida liberadas de sus yugos. Solo falta resignificar la palabra herejía volviendo la vista a los antiguos griegos para reconocernos en la libertad de escribir, hablar y pensar, reconocernos como sujetos con libre albedrío, felices de poder elegir por nosotros mismos, es decir, como felices herejes.

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