jueves, 16 de octubre de 2025

HASTA QUE EMPIEZA A BRILLAR

Andrés Neuman escribe como quien mira por la ventana y echa a volar. Ya me lo pareció con el primer libro suyo que leí, Umbilical, un relato delicadísimo sobre su inminente paternidad. Y lo he vuelto a pensar con esta vida de María Moliner, cuando se cumplen ciento veinticinco años de su nacimiento, contada desde la ternura y el humor, desde la calidez poética con la que se rinden los mejores homenajes. 

Muchos conocemos a María Moliner por el famoso diccionario, pero su vida no se reduce a la consecución de aquella proeza. La joven María pasó su infancia y juventud intentando salvar el abismo entre sus muchas lecturas y su escaso presupuesto. ¿Qué hacer con la ambición cuando se carece de recursos? La libertad venía disfrazada con el vestido inalcanzable del dinero. Y de los viajes y una educación cuyo camino, como mujer, estaba cruzado de continuos y agotadores obstáculos. 

En la breve semblanza La cuidadora de palabras, de Alejandro Pedregosa, aprendí que María fue profesora desde la adolescencia y pronto aprendió que enseñar y aprender son dos caras de una misma moneda. Y que hay pocas más bonitas que desmontar una lengua para mostrarla por dentro, con todos sus secretos mecanismos, tan misteriosos, como una caja de música siempre lista a transmitir belleza.

«¿Cómo no iba a ser útil la lectura si mejoraba la vida cotidiana, si fundaba una soledad asociativa, si ofrecía más experiencias de las que nos tocaban en suerte, si ampliaba nuestras identidades, nuestro conocimiento del prójimo y nuestro concepto mismo de la realidad, si nos permitía comunicarnos con otras épocas, otros lugares, otras lógicas, e incluso hablar con muertos?».

Después de la guerra civil vino el exilio interior. Las ventanas que ya solo se abren para regar sus geranios. La lectura como escape y como refugio. Y, poco a poco, la idea loca que la haría famosa, y que la tuvo dieciséis años redactando fichas en la mesa del salón de su casa, «acumulando hojas y hojas con la fe de que algún día serían bosque». María Moliner logró lo impensable. Cuando inició su proyecto nadie creía que lo pudiera llevar a término. ¿Quién escribe un diccionario? ¿Qué mujer escribe un diccionario? Y, después, la recompensa enorme, que a veces llegaba de la forma inesperada: «Muchas lectoras parecían haber adoptado su diccionario como algo más que un libro de consulta: para ellas tenía cierto carácter de manifiesto cotidiano, de rebelión secreta. Quizá era una forma de recuperar, palabra por palabra, todo el lenguaje que les habían quitado». 

La vida de María Moliner proyecta en nuestro presente ecos de absoluta actualidad. «Quienes recomendaban no politizar la lengua solían hacer justo lo contrario, avalando silencios y promoviendo olvidos. Si nombrar con propiedad constituía una actividad sospechosa, entonces la lexicografía se merecía pasar enterita a la clandestinidad». Y la voz de Andrés Neuman nos la trae con toda su fragilidad y complejidad, con sus contradicciones y su fortaleza. Como quien mira por la ventana y, mientras riega sus geranios, echa a volar. 





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