Años setenta. Unas colonias de verano al norte de Nueva York. Los bosques de los Adirondack como escenario idílico. Los bosques como hogar. Y como amenaza. Pues en esos bosques se encierra un secreto. Una desaparición hace ya unos años que revolucionó a todo un pueblo. Quinientas personas buscando a un niño perdido durante días. Una familia poderosa víctima de la tragedia. Un dolor brumoso del que ya nadie se atreve a hablar. Y ahora todo vuelve al presente con otra desaparición con el bosque como protagonista.
Liz Moore describe muy bien las dinámicas de los campamentos de verano de los adolescentes. La fingida inocencia. La ebullición de inseguridad y anhelo indefinido. La forma que tienen de afrontar una desaparición abrupta que resucita otra ocurrida una década antes. Y cómo todos cuchichean sobre la noticia de un asesino recién fugado de la cárcel que añora sus bosques.
«Un engaño tan grande como aquel traería consecuencias que no podían prever. Era algo que le había inculcado su padre, cuando estaba instruyéndolo para hacer de guía: en el bosque, cada decisión que tomes será irreversible, y a veces catastrófica. Olvidarte la brújula. Girar por donde no debes. Encender un fuego desafiando a la sequía. Podía decirles que no estaba dispuesto a seguirles el juego y marcharse. Pero, si lo hacía...». Si lo hacía, las consecuencias podían ser incluso peores.
El dios de los bosques es un thriller psicológico muy bien construido con tramas superpuestas sobre la soberbia de una familia que cree que lo merece todo y una comunidad cuya paciencia tiene un límite. Hay muchos matices emocionales, mucha riqueza en la descripción de los personajes. Y los personajes femeninos tienen una vitalidad contagiosa en una sociedad que les pone todas las trabas para que puedan expresarse y desarrollarse con libertad. Una de las novelas de intriga que más me han gustado este año.
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