lunes, 2 de diciembre de 2024

LA HUELLA VIKINGA

Si digo la palabra vikingo, ¿qué adjetivos se te vienen a la mente? ¿Saqueador, guerrero, pirata, salvaje, bárbaro? ¿O navegante, comerciante, granjero, héroe, descubridor? Todo ello es real. E inventado. Lo vikingo es un cajón de sastre que hemos ido llenando con los estereotipos que más han convenido a nuestra cultura actual. Los hemos imaginado y reimaginado a placer. Y lo fascinante es cómo una sociedad pequeña y diversa, en una zona periférica, en apenas trescientos años, consiguió ejercer una influencia cultural tan grande hasta permear en los aspectos de nuestra cultura más insospechados.  

Con este magnífico ensayo de Laia San José Beltrán he aprendido, por ejemplo, la huella profunda que los vikingos dejaron en la lengua inglesa (cientos de palabras como husband, wednesday, knife o egg son de origen escandinavo antiguo); en las rutas comerciales desde la costa de Terranova en América del Norte hasta lo que hoy es Afganistán pasando por el Mediterráneo, la estepa rusa y el Cáucaso; en el desarrollo naval, que les permitió llegar más lejos cruzando los océanos que ningún pueblo hasta entonces; o en las poblaciones con las que se mezclaron, dándoles nombre (por ejemplo, Normandía, topónimo derivado de «hombres del norte»). Pero también en nuestro concepto de la épica, desde las valquirias de Wagner hasta El señor de los anillos (los jinetes de Rohan) o Juego de tronos (los Hijos del Hierro). Y, por qué negarlo, en cierta masculinidad tóxica actual que malinterpreta aspectos de la cultura vikinga para enarbolar sus ideas supremacistas blancas (que nada tienen que ver con los vikingos). 

Me lo he pasado pipa leyendo este libro. Es jugoso, divertido y entretenidísimo. Sobre la base de historia rigurosa y documentada, la autora nos ofrece una vena divulgativa de cultura popular que produce un sinfín de anécdotas imperdibles sobre la huella vikinga en nuestro día a día. Traza un camino entre lo histórico y lo cultural, entre el hecho y el mito, que conecta dos realidades que a menudo aparecen enfrentadas. Por ejemplo, aunque los vikingos nunca colonizaron América, ni crearon comunidades ni dejaron una huella cultural de su paso por la costa de Terranova en torno al año 1000, es innegable que lo vikingo tiene mucha presencia en Estados Unidos. Y es una presencia real. La influencia existe, aunque la conexión sea inventada. Y contarla es parte de la historia, ya que la historia es contar quiénes hemos sido y quiénes somos. 

Los vikingos «son casi más cultura popular que realidad histórica», porque «vikingo no se nace, se hace» (ya solo con ese guiño a Simone de Beauvoir me conquistaste, querida Laia). Porque no todos los escandinavos entre el siglo VIII y el XI eran vikingos. Vikingo no era una identidad, sino una actividad. De hecho, no hubo nunca vikingos propiamente dichos, sino hombres y mujeres que se iban de vikingos, o hacían de vikingos. Y la Era Vikinga terminó, no porque los escandinavos fueran exterminados o invadidos, sino porque abandonaron las incursiones, la actividad que los definía.  

«Lo vikingo ha traspasado lo histórico: es un fenómeno, es una idea». Pero no hace falta inventarse cascos con cuernos ni música sinfónica para sentir fascinación por lo que hicieron. «A través del comercio, la colonización, la exploración, el esclavismo y el saqueo los escandinavos tuvieron contacto con más de cincuenta culturas contemporáneas a ellos y visitaron casi cuarenta países modernos. Ningún otro pueblo de esta época se extendió por el mundo euroasiático y noratlántico conocido hasta entonces de esa forma». Fueron pioneros, cambiaron la historia, dejaron mucha huella, fueron casi olvidados durante ocho siglos, y luego recordados con todos los aderezos estrafalarios de la fantasía y la ideología. Lo queramos o no, nos gusten o no, forman parte de nuestra cultura, aunque apenas nos demos cuenta. Llevamos un alma vikinga, por extraño que nos resulte. Y este libro es la mejor herramienta para descubrirla, sacarla del armario... ¡y ponerla a remar!