lunes, 13 de marzo de 2023

EL RETRATO DE CASADA

Me quedaría a vivir en esta novela. En su ambiente, en su lenguaje. Me ha pasado al leerla lo mismo que me pasó con Hamnet, la anterior obra de Maggie O'Farrell: ese deslumbramiento, ese no querer que se termine, apurar las páginas hasta su último adjetivo, avanzar despacio por la historia, saboreando, releyendo páginas enteras, estremecido y maravillado por haber tenido la suerte de leer esta novela. 

"A veces tenía la sensación de que la cantidad de palabras, rostros, nombres, voces y diálogos la desbordaba, le dolía la cabeza y el peso que acarreaba le hacía perder el equilibrio y tropezar con las mesas y las paredes. Sofia la llevaba a la cama, corría las cortinas y le daba a beber una tisana, y Lucrezia se dormía. Cuando se despertaba, notaba la cabeza como un armario recién arreglado: seguía llena, pero estaba ordenada". 

Estamos a mediados del siglo XVI y Lucrezia de Médicis es una niña noble de imaginación desbordante. Frenética, hiperactiva. Desbocada, llena de temores extraños. Ve tesoros en cualquier detalle y significados ocultos en cualquier historia. Es capaz de conectar con la tigresa que guarda su padre en la sala de animales salvajes del sótano del palazzo familiar de una forma más profunda que con cualquiera de sus hermanos y hermanas. Una niña hipersensible a la que no le cabe en el cuerpo toda la compasión que siente por todos los seres vivos indefensos y acorralados y prisioneros. 

Lucrezia es una muchacha de trece años que recorre los pasadizos del palazzo de su familia, que pasa horas asomada a las ventanas, que toca el laúd, traduce del griego y siempre busca algo que pintar. Una muchacha que espera. Y se inquieta. Que vigila, ansiosa, los ruidos a su alrededor. Y así aparece en el único retrato que se conserva de ella: como si ocultara un secreto oscuro, una aprensión, y no se atreviera a contárselo a nadie. 

Lo único que la calma es la actitud de escucha de su aya Sofia. Cuando se inclina sobre Lucrezia y le afloja las cintas del delantal y le aparta el pelo de la cara y le pregunta qué le pasa, las sombras de la muerte se escabullen y por fin puede respirar y abrir los ojos. Y Sofia la escucha, inclinada sobre ella, recogiendo sus temores, "como si cada sílaba que pronunciaba fuera un frágil filamento de oro en el aire que hubiera que atrapar para que no se fuera volando". 

Como en Hamnet, esta novela rezuma la misma viveza, inmediatez y cercanía en la descripción de la vida cotidiana, de las mujeres en la cocina, del roce de los vestidos de las señoritas bajando por las escaleras hacia su clase de historia y de latín. Vives cada instante con una intensidad que pone la piel de gallina y sientes como propia la mirada preocupada del ama de llaves cuando toma la decisión de ocultar las sábanas manchadas de sangre de una niña a la que quieren casar demasiado pronto. 

Hay imágenes de una belleza enigmática, sensorial, casi pictórica. Hay pasajes que he leído como paralizado delante de un cuadro de Vermeer. Esa magia. Esa ensoñación. La escena de Lucrezia con la tigresa. La escena del consejero Vitelli cuando va a anunciar al aya Sofia el futuro matrimonio de Lucrezia y le pregunta, o le intenta preguntar, con una torpeza asombrosa, si la niña ya es mujer.

Aunque hay aspectos que se parecen a Hamnet, el tema de El retrato de casada es muy distinto. La pintura está muy presente. El arte como escape y salvación. Como representación de un mundo que no se puede controlar. Pero lo que domina toda la novela es la violencia contra las mujeres. Esta es una historia sobre la "voracidad carnívora" de los hombres. Sobre su vigilancia escrutadora. La permanente sensación de amenaza, con sus premoniciones funestas, es como una música de fondo durante toda la novela. Una música que va encogiendo el espacio y el horizonte, "como una presencia maligna y depredadora", un vestido que se cierra y se cierra sobre la piel de Lucrezia, ahogándola.  

El retrato de casada es una novela quizá más condensada, más estática que Hamnet. Más inquietante, también, más oscura. Y, a la vez, está traspasada de una emoción que llena de aire los pulmones. Que se extiende, cálida y luminosa, como una gota de pintura sobre el lienzo. 

Me parece una obra de arte. Por sus dobles sentidos ingeniosos y delicados. Por su lenguaje lleno de capas de significados. Por los matices infinitos. Me recuerda a la trilogía sobre Thomas Cromwell de Hilary Mantel. Misma época, misma intensidad literaria. Mismos gobernantes valorando a sus mujeres únicamente como un medio para conseguir herederos. 

El retrato de casada es un libro como una cajita valiosa donde se guardan palabras secretas, palabras que nos hablan a nosotros, en voz baja, y nos dicen cosas que no sabíamos, que ni siquiera sospechábamos, con imágenes engarzadas de una belleza que nuestros ojos nunca habían visto. 





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