lunes, 15 de abril de 2024

UNA MÍNIMA INFELICIDAD

Me fascinan los libros que recrean el silencio. ¿Cómo se hace eso? Que las palabras transmitan esa atmósfera silenciosa parece magia. En esta novela (su primera novela, además) la italiana Carmen Verde lo hace maravillosamente. Y, dentro de ese silencio, frágil y pequeña, va creciendo esa mínima infelicidad. Mínima por doméstica, por femenina. Pero capaz de impregnar cada emoción con los colores opacos de la tristeza y de la desorientación. 

Es la historia de una mujer desorientada que tiende a vivir a escondidas. Se oculta de su hija pequeña, se oculta de su marido. Aunque de este no es difícil ocultarse, no está casi nunca en casa. A veces llora en las comidas cuando cree que su hija no la ve. Se refugia en objetos bonitos. Piezas de cristalería, de porcelana. Tesoros que esconde, como si, a pesar de ser suyos, no tuviera derecho a ellos y la fueran a regañar por mirarlos. Tesoros que ama en silencio, tesoros en los que se esconde, por la misma razón por la que más tarde se esconderá en el alcohol. La aturden. La calman. Aunque siempre la dejan con inquietud en las manos, una vez evaporado el primer efecto, con un leve temblor de desesperación. 
Va a recoger a su hija cada día. La espera sentada en el banco. Y la hija la ve desde la ventana de su aula, con sentimientos encontrados. "Me ponía contenta cuando la vislumbraba al otro lado del cristal, aunque enseguida me embargaba el temor, casi la angustia, de que decidiera marcharse y dejarme allí sola. Nunca pensé que mi madre me correspondiera por derecho". 

En estas páginas habita un enigma, una herencia de desesperación y locura pasada de abuela a nieta, saltando por encima de la fragilidad y la sombra que dibujan la vida de la madre. De la "distraída indiferencia" con la que mira sin mirar desde las fotos familiares. Y palpitan los silencios. Silencios en las comidas. Silencios en las tardes viendo llover por la ventana. Cantidad de silencios. Como si todas las palabras que no se dicen fueran indecorosas, como si guardaran un vergonzoso secreto. 

La niña que cuenta la historia no ha terminado de crecer. Es una niña a la que la vida le arrebata la plenitud de su cuerpo y la alegría. Ingrata vida. Ladrona. Igual que sus compañeras de clase, que vienen a su fiesta de cumpleaños porque saben que al final acabarán quedándose con sus juguetes. Y su madre, a menudo sin palabras, le pide perdón. ¿Perdón por qué? ¿Por haberla educado en la sumisión, quizá? En una docilidad que no contiene la suficiente dignidad para convertirse en generosidad. 

"La infelicidad es irracional. Hay quien carga ya con ella al nacer y quien, supliendo su falta de predisposición natural, permanece tanto tiempo contemplándola en su madre que llega a sentir sus espinas en la propia piel". 

Hay en estas páginas una belleza oscura y desasosegante que estremece. Una melancolía que sostiene en equilibrio el relato como la cuerda por la que camino mientras leo, sin dejar de pensar en qué momento perderé pie y sucederá la catástrofe. 

Leer esta novela es internarse en la madeja enredada de las relaciones entre madres e hijas. El laberinto emocional, los juegos de espejos y contradicciones. Las emociones vulnerables, las suspicacias. La atracción y el rechazo. El desgarro de convivir constantemente con dos sensaciones opuestas, tirando cada una en sentidos contrarios. Diques y obstáculos caprichosos en el frondoso caudal del amor, que ansía un cauce sereno y fluido sin alcanzarlo. El amor, ese caudal que esconde el dolor más profundo. Una enfermedad que, lejos de secarlo, lo desborda en heridas invisibles. 

Carmen Verde transmite una enorme compasión por el profundo desamparo de esas mujeres que, en el fondo, solo quieren amar a alguien que pueda amarlas como ellas necesitan y así, sencillamente, ser felices. El profundo desamparo de una niña que, quizá, en el fondo solo ansía que su madre, y su padre, y su maestra, y la gente en general, pero sobre todo su madre, la mire con una sonrisa de cariño y benevolencia. Una sonrisa que diga: te acepto como eres, me gustas como eres, te quiero exactamente así como eres. 







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